Los solapes comenzaron en Primavera Club. El stress de saber elegir, las decisiones duras y el miedo al aforo completo aparecen. La primera parada debió ser la de repetir la jugada del día previo con Lou Barlow, pero fue imposible. La actividad laboral de las siete de la tarde en Madrid es algo contundente.
Resignado hubo que ahogar penas en el ya clásico bar de enfrente de Caracol, al menos hasta que los chicos de Niño Y Pistola apuraban sus últimos tragos. Se tiende a pasar por alto a los grupos nacionales en los festivales por aquello del «estos vienen mucho», pero había que apoyar con ganas a un grupo como ellos. Además tratándose de un concierto enmarcado en la mejor sala de todo el Primavera Club y de todo Madrid, pues finalmente sonó a verdadera gloria ante no más de 30 personas. Puede parecer muy obvio, pero es que no entiendo como puede haber tanta gente viendo a unos Ganglians y tan pocos a estos. Vale que no han inventado nada, pero son únicos a la hora de hacernos pensar en cómo sería si Neil Young y John Fogerty hiciesen de The Beatles un sexteto algo más americano, como demostraron sobre todo el «Lookin’ For The Sun» y en «Catch The Sun». Y además, unos tipos simpáticos.
Con Niño y Pistola terminado fue tiempo de hacer una mezcla de líneas de Metro hasta Rock Kitchen. Allí Zola Jesus ya había comenzado su oscura propuesta ante apenas un centenar de personas (y dicen que de inicio muchas menos). Parece que esta prolífica cantante de origen ruso no levantó las pasiones que todos esperábamos, aunque contó con unos cuantos seguidores en primera fila. Para ser justos, la parte final del concierto (a la que me dió tiempo a llegar) estuvo condicionado por un volumen que saturaba los graves y unos acoples constantes que llegaron a molestar incluso a su teclista, que se quejaba al técnico de monitores. No sabemos que pasa, el sonido de la sala no es malo delante, pero el problema con los acoples es molesto. Ella tiene un chorro de voz portentoso, que incluso pudo llegar a resultar cansino de haber visto el concierto completo.
Jim Jones Revue luego sufrieron idénticos problemas, aunque de un modo menos molesto. Su actuación fue la cantidad de sudor que necesitaba el festival ante tanta avalancha de hypes lo-fi y shoegaze. Una oxigenación de puro rock and roll que sufrió para poner en movimiento a un público que queramos o no, no es el de Azkena Rock Festival, pero al que, con la buena idea de introducir «High Horse» y «Dishonest John» entre los cuatro primeros temas, consiguió soltar la melena según la cosa iba avanzando. Los dejes y ademanes de Jim Jones nos traen muchos recuerdos del Jon Spencer más canalla, salvando mucho las distancias. En Caracol un día después debe ser su sitio perfecto, porque las tablas son intachables y su pianista un primor.
La siguiente parada ya era el Círculo de Bellas Artes con Small Black terminados y una muy buena entrada. Holy Fuck parecían ser lo suficientemente importantes para las 1:00 de un jueves, y creo que nadie se debió arrepentir de las legañas del viernes en el trabajo. Los canadienses sonaron realmente nítidos aunque algo carentes de pegada (al menos delante fue así) en un show que viajó claramente de menos a más. La labor de su contundente base rítmica (batería y bajista) es simple pero perfecta para el amasijo de ruido que elaborar la mitad electrónica del combo. «Lovely Allen», «Stay Lit» y sobre todo «Red Lights» fueron sensacionales.
Una vez más, el frío se adueña de los primeros compases de los conciertos para terminar teniendo esa sensación de coitus interruptus cuando el concierto acaba en el momento en el que acababas de conectar. En este caso tendremos una nueva oportunidad el viernes en idéntico escenario, aunque esta vez promete ser harto complicado no llegar a ver el cartel de «Aforo completo» en nuestra cara. Veremos.