/Crónicas///

Tercera edición del BIME marcada por un recorte en el cartel. Penosamente, la gran mayoría de artistas de caracter local han desaparecido y con ellos, un escenario. A cambio, el recinto se ha hecho más cómodo y cohesionado, albergando un mismo pabellón los dos escenarios principales en programación alterna y manteniéndose el teatro que, año a año, se afianza como la mejor apuesta del festival.

Otra novedad fue la introducción de un sistema de pago por chip de pulsera. Cómodo para pagar y evitar trabajo a los camareros, pero no tanto para el público que debía recargar, volviendo en cierto modo a los tiempos de cambiar dinero por «fichas». A mi parecer, el día que un sistema así se implemente como estándar, deberá funcionar de forma autónoma desde nuestro móvil. Como experimento está bien, pero mientras haya que hacer cola previa para recargar dinero, no tendrá demasiado sentido.

En lo musical y tras sortear los abusivos cacheos de este año, de carácter un poco S&M, accedimos a primera hora para ver a Mamba Beat. Los recordábamos como una propuesta colorista y desprejuiciada, que mezclaba soul y ritmos latinos con pop y rock. Los años han pasado y se han simplificado como banda homenaje al tecnopop de New Order y derivados, mezclado con una suerte de rock épico sideral que bebe mucho de los U2 más épicos.

Algo contrariados, nos fuimos a ver al chuleta de Gaspard Royant con su mezcla de garage y doo-wop. Como el estilo requiere, el francés derrochó clase e hizo mojar alguna braga con su voz reminiscente a la de Alex Turner de los Arctic Monkeys pese a que su estilo vaya por otros derroteros.

Una de las propuestas más interesantes de la jornada era a priori la de Zola Jesus, cuyo goth-pop no nos dejó indiferentes. El recital pareció en cierto sentido un quiero y no puedo del todo, como su propia evolución. ¿Desafío al público o me paso al pop con sonido de diva? ¿Me corto las venas o me las dejo largas? Pues eso, lo que vimos fue un concierto extraño, sonicamente interesante con ecos del post-punk, bases minimalistas a lo Trent Reznor adornadas por trompetas, oscuridad vocal no exenta de belleza y con guiños a Cocteau Twins. Y ella, seguramente sobreactuada, pero jugándose hasta la integridad para salir a pasearse entre el público.

BIME - Barakaldo (30/10/2015) - Benjamin Clementine

FOTO: Rythm & Fotos

Pero fue la que siguió quizá la actuación sorpresa del BIME. Benjamin Clementine dio verdadero sentido al escenario antzerkia (teatro) con su minimalismo al piano y su estremecedora voz. A veces a solas, a veces acompañado de un batería, se desveló, pese a su juventud, como un artista muy personal pese a que en su música caben dejes desde el blues y el soul, hasta el pop experimental de David Bowie, Radiohead o James Blake. Excelso.

 

LOS 90 DE AQUÍ Y DE ALLÁ

El BIME comenzaba a estar en racha porque a continuación Los Planetas superaron su fama de directos insípidos e irregulares con un concierto muy basado en hits, pero que convenció tanto en el pop como en sus momentos más oscuros, densos y aflamencados. Todo fue triunfo desde el acercamiento andalusí a Neu! de «Romance de Juan Osuna» a la agonía de «Ya no me asomo a la reja» y una fase final de hits que alcanzó su cenit con esa dupla del inconfundible riff de «Segundo Premio» y el karaoke indie de «Un Buen Día». Hasta Jota estuvo muy afable como maestro de ceremonias de este «flamenco espacial» (sic). Aunque debemos hacer mención al siempre complicado sonido del recinto. En este caso puedo asegurar que desde mi posición se escuchaba muy bien, pero esta complejidad del sonido por zonas no es nueva en el BIME, como bien evidenció la diversidad de opiniones con Placebo la pasada edición.

BIME - Barakaldo (30/10/2015) - Benjamin Clementine

FOTO: MusicSnapper

En quizá el solape más injusto del BIME y aunque no era la intención inicial, nos perdimos parte de Iron & Wine que llegaba en solitario para dar un concierto muy familiar, con el risueño y barbudo Sam Bean olvidando letras y fallando entonaciones. Toda esta torpeza la encaró con un humor que sólo hizo de su equilibrio de sensibilidad y folk redneck crudo, algo más humano.

Volvimos al principal para ver a Stereophonics cumpliendo muy en forma. Los años no parecen haber pasado para la formación galesa (envidiable genética por cierto la de su frontman), que desde los 90 siempre ha estado a la sombra de otros del brit-pop y sin embargo han llevado una carrera muy de fondo. Podríamos decir que esto les ha llevado, pese a su vocación mainstream, a un público polarizado en España, los que son muy fans y los que apenas los conocen de nombre y uno o dos hits. Pues así fue el concierto, con una minoría entregada y mucha gente de «momento corro». Ellos cumplieron notablemente mejor en los temas más rockeros.

RUIDOS DE TXALAPARTA

Y para el final del día nos quedó la desazón de ver a The Go! Team tan entregados como saboteados por el sonido del recinto. Su fiesta multicultural, desde el hip-hop al indie-rock pasando hasta por alguna referencia j-pop fue así más visual que sonora y apreciamos más bien ruido. Al menos cuando había mucho ritmo daban el pego, porque lo apagada que sonó su reciente single «The Scene Between» fue desalentador. Nos quedamos con los bailes, los saltos y el desfile de instrumentos que a priori no pegan con su estilo marciano, desde las flautas a la melódica, el banjo o la pandereta.

Para finalizar Crystal Fighters nos ofrecieron su habitual ración de fiesta visual, con vegetación de cartón piedra, fuegos artificiales y una suerte de cruce entre hippismo pop y rave. Todo ello anticipado por un solo de txalaparta y una ikurriña que su guitarrista se calzaba a modo de capa. Mucho ruido y pocas nueces a nuestro entender, pero el público enloquecido como dato indudable.

En definitiva, con algún valor seguro, más de una sorpresa y pocos pinchazos serios, la primera jornada de BIME 2015 mantuvo un nivel musical muy meritorio para lo que parecía un cartel discreto.

 

 

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30 de octubre de 2015