Complicada cuando menos la edición del Azkena Rock Festival 2013. Cambios de fecha, plazos de confirmación atípicos y rumores, muchos rumores planeaban sobre una realidad palpable, que es que el festival se ha tenido que replantear y replegar volviendo a la fórmula clásica de dos escenarios alternos y con un cartel que, pese a una razonable relación calidad/precio despertaba más bien pocos entusiasmos incluso entre los fieles. Fieles que finalmente respondieron dando quizás un voto de confianza a la cita rockera y esperando que se reponga en el futuro.
Mucho se ha hablado de todos estos prolegómenos pero tocaba ya centrarse en lo musical. ¿El modesto cartel terminaría, en criterios cualitativos dando la razón a la organización o a los menos entusiastas? Una incógnita que no nos atrevemos a despejar hasta que no examinemos uno a uno los conciertos de este año. Así pues comenzó nuestro viernes con The Socks. Antes los bilbainos Quaoar desplegarían ese metal progresivo con aires de post-grunge tan virtuoso que les hizo ganar el Villa de Bilbao, pero los desconocidos franceses se encuadraban mucho mejor en la línea del festival este año. Con su hard-rock de tintes setenteros y vetas stoner podemos decir que fueron la primera gran sorpresa y ofrecieron un directo digno de unos cuantos slots más adelante.
Por contra les seguirían Sex Museum en un concierto que no será recordado como uno de los mejores de la banda (nos quedamos con su último paso por el festival ya hace unos cuantos añitos) pero incide en su línea de infalibilidad. Centraron su repertorio en los primitivos temas de sus comienzos y en él tampoco faltó su «himno de estadio» y homenaje a Deep Purple y los Beastie Boys. Sabemos que la vida no es justa, pero en un festival que tanto alardea de autenticidad rockera, ¿es admisible que estos clásicos madrileños, siempre fieles al rock, tengan un sitio inferior en el cartel que unos M-Clan que se han ido moviendo al sol que más calienta? Casi todo queda implícito en el alegato que Fernando Pardo hizo de los conciertos en garitos. No es que por otro lado haya que echar por tierra el concierto de los murcianos, que empezó fuerte y fue cayendo en esos derroteros del rock para poco rockeros de los que salieron con una «Baba O’Riley» que no sería la única vez que escucharíamos en el festival. Llamamiento a todos los rockeros: un poco de originalidad, por Dio.
Entre ambas caras del rock nacional, se intercalaron The Sword, que hicieron justicia a su inusitada fama con ese hard-rock tan coral con tintes lo mismo de blues que de heavy-metal y fuzz a tope. Aunque lo suyo tenga mucho de groove, el bajo quizá atacaba demasiado en relación a las guitarras, pero el sonido fue acoplándose o nosotros a él conforme caían temas antiguos que ya cuentan con solera dentro de los fans de un género que va de Kyuss a Blue Cheer pasando por Deep Purple o Clutch. Menos pintillas por cierto que la media de grupos de hard revivalista de hoy en día, lo cual se agradece también.
LA BATALLA DE LOS 90. ROCK CLÁSICO 1 – ROCK ALTERNATIVO 0
En la misma carpa aunque más tarde, los neoyorkinos Alberta Cross triunfaron con su mezcla de rock americano y sensibilidad pop británica. En disco tenían el preciosismo y los ambientes de psicodelia sutil, pero en directo sus temas ganaron mucho cuerpo y contundencia, siendo de lo más refrescante del cartel. Un buen aperitivo a The Black Crowes, ese menú de varios platos que comenzamos a degustar con ganas, llegamos a saciarnos de excesivas jams y finalmente acabamos satisfechos. Pero no nos podemos quitar la sensación de que los mismos cocineros lo han hecho mejor en anteriores ocasiones y que siguen teniendo mejores ingredientes de los que podrían echar más mano. Un concierto remarcable que mezcló hits imprescindibles («Soul Singing», «Remedy») con temas más especiales («By Your Side», «Good Friday») y versiones varias como la festiva «Hush» que popularizasen Deep Purple. Recital que, aún con sus escollos, no les baja del pedestal de «institución del Azkena».
FOTO: MusicSnapper
Nos gustaría decir igual de The Smashing Pumpkins, pero no podemos anteponer la nostalgia a todo lo demás. Ya sin entrar en gastadas polémicas sobre la credibilidad de la banda de Billy Corgan, lo cierto es que nos ofreció un concierto que empezó sonando mal con algunos de sus mejores temas nuevos y lo mismo levantó a golpe de himno («Cherub Rock») o negrura («x.y.u») que llegó a transmitir poco con hits tan fáciles como una «Bullet with Butterfly Wings» rápida y sin alma o una «Disarm» que aflojó la lagrimilla pese a sonar a compromiso. La cantidad de temas nuevos fue a todas luces excesiva y mal elegida (especialmente terrible la sucesión de «Pinwheels», «Oceania» y «Pale Horse» para un festival), se abusó de programaciones (a ver si no hay dinero para pagar una sección de cuerda local) e integró una versión de Bowie bienintencionada pero que no hace justicia. Y cuando el final del concierto se prometía ya infalible decidieron inexplicablemente cerrar con el sinsentido guitarrero de «United States». De lo que a cambio quedó en el tintero mejor no acordarse para no hacerse mala sangre.
HORA DEL CIERRE, ACIERTOS Y FRACASOS
The Sheepdogs demostraron, mal que a algunos nos pese, que este tipo de bandas y no Modest Mouse a los que sustitían, son las que están hechas para triunfar en el Azkena. ¿Sabes el grupo que cada año se «consagra» en el festival y acaba viniendo a llenar salas al de poco tiempo? Pues esos fueron los canadienses este año gracias a su animado rock sureño que hizo disfrutar de lo lindo en la carpa a los amantes del género. Por contra se impuso la lógica que nos hacía prever que un cierre con una banda como Horisont iba a ser duro y muy poco a la altura de la tradición de cerrar la jornada con algo más festivo. Su hard-rock retro acompañado de sus pintas se hizo algo indigesto con esos dejes en exceso heavies en la voz que, por mucho Ozzy que hayamos tenido ultimamente, no acaba de ser sonido central de la cita gasteiztarra. Y tampoco hay nada que reprochar a su directo, es simple cuestión de circunstancias.
La primera jornada nos ofreció así la imagen de un público que, quizá porque compró el abono esperando más, quizá porque le vale más el siempre agradable ambiente del Azkena que un cabeza de cartel estratosférico, llenó razonablemente el recinto, con unas cifras al menos oficiales de más de 13.000 personas. Más que bien para los malos augurios que precedían a esta edición.