Con «Teen Dream» y «Bloom», Beach House consiguieron crear melodías que, teniendo sus raíces ancladas en el underground, llegaran a millones de personas en todo el mundo. Esto les ha permitido convertirse en algo así como una banda de culto masiva, que a pesar de lograr llenar salas de amplio aforo y ver su nombre en posición privilegiada en festivales, parece seguir tocando sólo para cada oyente en solitario, aunque se encuentre rodeado de varios miles de otros fans.
La explicación puede deberse al carácter, o más bien a la actitud que desprende la pareja. Por lo que les hemos leído en entrevistas y vistos su artwork, fotos promocionales y posicionamiento frente al directo, queda claro que Victoria y Alex son dos ‘freaks’ de cuidado, en el buen sentido de la palabra, a los que les da igual lo que la industria piense de ellos y cuyo único fin es hacer la música que más les guste sin atender a nadie.
Así las cosas no extraña que, con su quinto álbum, antes que lanzarse a una posición quizá más melodramática, épica y, por qué no decirlo, comercial, que pudiese considerarse como la evolución ‘natural’ de «Bloom», el dúo de Baltimore se haya contenido y haya decidido hacer un álbum bastante contemplativo, en la onda de «Devotion», su disco pre-estrellato de hace siete años.
En «Depression Cherry» se han disminuido las pistas de guitarra, sintetizadores y, sobre todo, batería, para dejar su música en lo esencial. Tampoco hay demasiados estribillos matadores, por no decir ninguno. Parece como si el dúo estuviera más interesado en crear pasajes sonoros claramente bucólicos y apacibles, en la onda de los cada vez más reivindicados This Mortal Coil y buena parte del catálogo de 4AD, en los que quedan lejos los arrebatos emocionales y vocales de Victoria, la cual se muestra más retraída que nunca e incluso parece cantar en susurros en más de una ocasión.
El problema es que esta nueva faceta de la banda no ha venido acompañada del estándar de calidad que algunos suponían ya inalterable. Sabemos que Beach House son capaces de grandes cosas, así lo atestiguan sus dos obras anteriores con las que probablemente pasarán a la posteridad, y quizá por ello les exigíamos demasiado. Así que cuando han entregado un disco simplemente notable, para muchos ha supuesto una decepción, a pesar de sus virtudes y el halo de integridad que desprende por los cuatro costados.
Porque podemos disfrutar con el shoegaze de «Sparks», el aire pastoral de «Beyond Love», la crepuscular «Wildflower» o la nocturnidad de «Bluebird», pero conforme pasan las semanas de lo que realmente nos acordamos es de «Myth» o «Norway». Y es que, lamentablemente, ese es el listón que ellos mismos se han autoimpuesto y con el que han engatusado a sus legiones de seguidores. La maldición del talento, imagino.