El adiós de Standstill se presentaba como una cita controvertida. El crecimiento de la banda que un día nos dejó a todos con la boca abierta («Standstill», «Vivalaguerra»), ha dejado en los últimos años un agridulce sabor a los antiguos fans («Adelante Bonaparte», «Dentro de la Luz»). Así es, Standstill es el grupo que emergió del hardcore y cuya ambición creativa les llevó a acariciar el pop y el folk, primero con sobresalientes resultados y últimamente no tanto. Por ello, porque su presente marca el momento más inofensivo de su carrera y porque sabemos de su negación en directo del repertorio en inglés («The Ionic Spell», «Memories Collector»), nos temíamos una despedida agridulce.
En la parte positiva, es imposible no reconocer a Standstill como banda fundamental de nuestra generación, una de las que mejor supieron armarse con el rock anglosajón y desarrollar a partir de ahí una personalidad propia e inconformista. Despedirles como se merecen era de recibo, igual que para ellos era hacerlo con sus fans.
Los teloneros Larry Bird tuvieron en esta celebración un papel tan honorable como complicado. Calentaron con su indie-rock en euskera de muchos tintes emo, entre la felicidad y la nostalgia. A ratos cándidos, pero siempre ruidosos, es inevitable compararles con Señores, con quienes comparten cantante, batería e influencias noventeras. Pero parece que los sonidos de estas bandas se van alejando, siendo los baloncestistas más emocionales y reposados, jugando con cristalinas melodías de guitarra que recordaron a American Football por momentos.
La sala se fue llenando y para cuando salieron Standstill a escena ya teníamos un Kafe Antzokia casi lleno, había ganas de decirles adiós y a la vez había ganas de que esta despedida no se consumara. Y nervios por un setlist en el que no hubo sorpresa alguna. Tampoco hizo falta. El quinteto salió a escena y en lo que parecía un concierto muy honesto y alejado de los pretenciosos montajes que a veces les acompañan, Enric comenzó a agradecer todos estos años de seguimiento. Tras un par de suspiros de emoción comenzaron inesperadamente atronando con temas de su nuevo álbum, marcados por esa doble batería. De algún modo, es como si buscaran un término medio para recuperar la intensidad perdida sin renunciar a sus últimos pasos creativos.
Con «Adelante Bonaparte II» empezarían los escalofríos y llegaríamos a ese absoluto punto de inflexión en su carrera que fue «¿Por qué me llamas a estas horas?» bailada y coreada hasta la extenuación. Y ahí es cuando, incluso los más escépticos, tuvieron que rendirse ante la grandeza de una banda que un día derribó toda barrera estilística, redefinió el concepto del single e hizo ver a todos que el riesgo musical da sus frutos. Y no, hay que reconocer que las versiones que escuchamos esta noche no fueron las más perfectas, ni las más sobrecogedoras, pero eran las últimas y había que celebrarlas.
Tal esperado clímax fue arruinado por el prescindible interludio ruidoso de «Nunca, nunca, nunca». La doble batería impacta para un rato, pero una batucada a ocho manos ya es llevarlo demasiado lejos y demasiado obvio. Los primeros momentos de «Feliz tu día» en cambio, marcaron otro de esos momentos esperados y su acople con el crecendo de la reciente «Me Gusta Tanto» además, quedó muy efectivo. Fue uno de los pocos momentos en que no dio la sensación de que metían temas nuevos simplemente por ratificarse en ellos, resultando más bien descansos entre lo que verdaderamente pedía la comunión con su público. En este punto fue la muy simbólica «La Mirada de los 1000 Metros» y su narrativa sobre seguir adelante con la banda la que nos hizo asomar la lágrima y gritar el mítico «Estaría muy bien». ¿De verdad van a aguantar muchos años sin volver a subirse al escenario a tocar estas canciones? Yo lo dudo.
La banda hizo un descanso que seguro que sobre todo lo agradeció Ricky Lavado y su lesión de pierna que, a tenor de su cojera, hubiera sido motivo de cancelación para muchos músicos. El calor del público no le faltó, con constantes coreos de su nombre cada vez que Enric hacía referencia a su estado. El caso es que vinieron cargados de momentos de lagrimeo. Con ese hit que es «Poema nº3» doblamos el espinazo en sacudidas, pero realmente fue «1,2,3, Sol» y su «gracias por venir» el que nos empañó la vista. Esto sí que fue un «cenit» y no hablamos de su espectáculo así llamado. La melancólica celebración llegó a su aparente fin con «Cuando», prolongando así el momentum. No fue tan acertado cerrar los bises tan sólo con «Adelante Bonaparte I», tema muy bonito y simbólico por su letra, pero difícilmente exponente de lo mejor de la banda.
Así, Standstill cerraron una etapa de manera emocionante. Podría haberlo sido más, podrían haber sustituido un par de temas nuevos por una «El Gran Final» y una «Dead Man Picture», se me ocurre. O ya puestos, podían haber tocado esa «Sunrise People in Sunset Days» que se les pidió desde el público y que tanta gracia hizo a Enric por lo inesperado. Cualquier cosa que se hubiera salido un poco del guión nos hubiera valido, en realidad. Y es que Standstill ofrecieron la imagen de una banda que se despide por todo lo alto, pero de la que tristemente, comprendemos que se despidan. Es para bien. Romper un silencio así ya tiene perdón.