La jornada del sábado la comenzamos pronto, con Arenna en el Hor dago! (Jardín de Falerina). Ya, no forma parte de la programación oficial, pero quizá debería y más viendo a la propia banda uniformada de pulseras del festival. Todo un gusto poder contar con estas iniciativas ya que parece que los conciertos en la Virgen Blanca se han acabado (incomprensiblemente, ¿tanto costaba utilizar el escenario que ya estaba montado para el jueves?). Volviendo al Jardín de Falerina, los gasteiztarras se explayaron a gusto con unas maneras stoner que ya quisieran muchos predicadores de la iconografía desértica californiana. También pudimos ver parte del canallesco blues-rock de Sumision City Blues, con un cierto toque «enemigo» que igualmente parecieron más que dignos del cartel oficial.
Por contra no pudimos llegar a los londinenses Heaven’s Basement, aunque sí a Troubled Horse. Los suecos, con gente de Witchcraft a bordo, son una banda más del rollo de rock con marcados aires 60/70s, pero su disco revela unas virtudes que les ponen por encima de la mayoría. Y eso es porque son divertidos. Tal vez por eso al ver a su cantante con gorra nos acordáramos de Turbonegro o Hellacopters, grupos con los que sospecho tienen realmente más que ver que con los Graveyard o Kadavar con los que inevitablemente serán comparados. Seguramente la mayoría de crónicas se vean marcadas precisamente por ese frontman simpático aunque limitado en recursos escénicos, rozando el humor sin seguramente proponérselo. No será un gran entertainer pero desde luego lo intenta y lo mismo dará contando con un buen sonido y buenas canciones, como así fue.
El caso de Los Zigarros es el de una banda que se ha conseguido poner en boca de todos en cuestión de días, lo cual ya es un éxito promocional. La cuestión es hasta qué punto es rentable a largo plazo dar a conocer a una banda de esta forma. Con apenas debut editado y los parabienes de Fito, M-Clan o el tipo de El Canto del Loco, amen de Universal y la promotora encargada del Azkena Rock Festival, hasta en las pantallas del escenario grande salían entre conciertos estos hermanos valencianos. ¿Merece la pena despertar tanta suspicacia? Interrogante que plantea el hecho de que esta banda que ayer no conocía nadie, hoy toque en horario preferente en un festival que siempre ha relegado los artistas nacionales a las posiciones marginales. Por si la música interesa, sonaron a popurrí de rock n roll nacional cliché, desde lo más radiable a lo más viñarrockero con claros guiños a Tequila, M-Clan e incluyendo una versión del «Bailaré sobre tu tumba» de Siniestro Total. ¿Estamos ante una obra maestra del marketing o nos olvidaremos de ellos tan rápido como les hemos conocido?
Todas estas dudas las borraron sin duda JJ Grey & Mofro en el escenario principal, una de esas formaciones tan intrascendentes en estudio como triunfales en directo. La gran y versátil voz de su frontman y el buen rollo que irradiaba la banda al completo, oscilando entre el rock y los sonidos de color agradaron a casi todos a media tarde. Uno de esos aciertos de tapadillo que siempre han sido seña de identidad del festival y que acaban en los tops por encima de otros consagrados. El cambio no pudo ser más radical con la negrura de culto de Uncle Acid & The Deadbeats en la carpa pero también salieron triunfantes aunque lógicamente no tan del agrado del gran público. Nos acercaron al doom, a la psicodelia metálica y a lo más oscuro y pesado del grunge en un recital hipnótico y sin concesiones que habrá que vivir en sala tarde o temprano.
Y llegaba el turno de esa fase corrida en el escenario principal para la sucesión de cabezas de cartel un poco flojos pero que en su totalidad pretendían convencer a todos. Los Enemigos cumplieron como valor seguro que son, sus fans no se pegaban por estar en las primeras filas sino más bien por canturrear en corros de amigos un repertorio que despierta muchas nostalgias y que sigue sonando igual de bien. Comenzaron algo atípicamente con «Paracaídas» un set donde no faltaron «La Cuenta Atrás», «An-tonio», «Septiembre», «Desde el Jergón», «John Wayne»… retahila de himnos canallas que deberían ser espejo de otros que rockeros patrios más dudosos. No fue la mejor preparación para el tremendo aburrimiento al que nos sometieron Gov’t Mule. Warren Haynes y sus compañeros de la Allman Brothers Band fueron incapaces de hacer conectar su sonido de jam con la gran mayoría del público del Azkena Rock Festival. Y tiene delito, siendo una banda que ya conoce el festival. En todo caso, peor es programarles a estas horas y sin ninguna alternativa. Seguro que más de un defensor a ultranza del tradicional modelo Azkena de escenarios alternos se acordarían del escenario 3 en esos momentos.
Por suerte llegaron The Gaslight Anthem a salvar la situación. Y es curioso porque aunque la banda de Brian Fallon cuente con un estatus internacional muy considerado, eran una especie de patitos feos del cartel cuya credibilidad parecía cuestionada casi haciéndoles cargar a ellos las culpas de que la organización no contase con un cabeza de cartel mayor para el sábado. El ahora quinteto comenzó con «Handwritten» un setlist dedicado a su último disco aunque con paradas más o menos en sus tres últimos discos, incluso una muy necesaria «1930» de su casi olvidado debut para paliar momentos algo más melosos. Mucho himno apto para corear, entre el punk melódico de deje springsteeniano y temas de mayor homenaje a la guitarra como «Even Cowgirls Get the Blues» y «Too Much Blood» o delicados como «The Queen of Lower Chelsea» o «Here Comes My Man». Posiblemente no hubiera sido lo mismo sin el sencillo carisma del sonriente Fallon, siempre encantado de estar ahí, haciendo referencias a The Black Crowes o a Rocket From the Crypt y agradando al personal con una fantástica versión del «Bonzo Goes To Bitburg» de Ramones y otra más típica aunque improvisada sobre la marcha de «Baba O’Riley» para el climax final que con todo se sobrepuso a la de M-Clan el día anterior.
Lo que vino después en la carpa fue un concierto cuando menos curioso y algo extraño. A todo el que le preguntaron durante el día quienes eran los Walking Papers uno contestaba con un «la banda de Duff». Pues la banda de Duff vino sin Duff. Y ni siquiera había un sustituto, con lo que la sensación de seudoplayback era muy rara. Estas pegas fueron en buena medida paliadas por el secuenciado, casi robótico aunque muy visual toque de Barret Martin, batería de Screaming Trees. Y sobre todo por la inaudita clase de ese showman que fue Jeff Angel que enseguida empezó a darse baños de público mientras la banda arrojaba CDs de su blues-rockero debut. De verdad que atípico concierto desde casi cualquier punto de vista aunque consiguieron levantar al público aún sin la baza de su miembro famoso, eso es de admirar.
Finalmente Rocket From the Crypt jugaron a dividir al público. Speedo fue más Speedo que nunca y muy achispado, dio speeches a diestro y siniestro como si el público hubiera ido sólo a verles a ellos. Un error que le granjeó los odios de la mayoría de asistentes no muy entregados a la banda y que incluso minó la paciencia de más de uno en el pogo, que veía como el ritmo del concierto era cortado en exceso. A veces estuvo gracioso pero sobró tanto jugueteo con la cámara y dedicarle tanto tiempo al numerito de que la gente le tirase camisetas. El sonido para colmo, dejó que desear. A algunos todo nos lo compensaría un comienzo tan excitante con «Middle», «Born in 69» y «On a Rope» o más adelante «Sturdy Wrists», «I Know» y en definitiva un puñado de temazos de rock n’ roll acelerado y trompeteado no tan extenso como nos gustaría. Podemos discutir si tanto discurso estuvo más o menos justificado en sí, pero cuando roba tantísimo tiempo de actuación no deja de lastrar lo que se prometía un glorioso cierre de festival y que debía reivindicar el punk-rock en una edición muy huérfana del género.
EPÍLOGO AZKENERO ¿Y EL AÑO QUE VIENE QUÉ?
Aunque en un festival lo más importante es la música, no hay que descuidar todo lo demás. Y se podría decir que esta edición de recortes ha vivido incomodidades o detalles mejorables como barras llenas de gente y vacías de camareros (en contraprestación, nos hemos librado de la incomodidad de cambiar moneda), escasez de baños especialmente para ellas, puestos de comida precarios desde diferentes puntos de vista (variedad, calidad, servicio, precio…) o que las pulseras fueran de papel. Incluso en horas bajas de financiación, se puede tirar de mimo y sentido común para mejorar una experiencia que el público ha demostrado que no le gustaría perder. Muchos salieron del recinto con la incógnita de si volverían a entrar el año que viene. Ahora la pelota está en el tejado de ayuntamiento y organización, si el Azkena dejase de existir no será porque ha fallado el consumidor.