Que típico es dentro de la música independiente sentenciar con aquello de: el primer disco era mejor, o ya han perdido la esencia de la maqueta… Corren tiempos en los cuales los hypes, las modas, y los inventos de los medios, nos sobrepasan casi semanalmente, y en los que la publicación yankee de moda manda sobre el sentir general que este pueda mostrar, de forma que lo que dicho medio diga será copiado una vez tras otra por el resto a lo largo y ancho de todo el mundo. Titus Andronicus han sido víctimas con su último disco “Local Business”, de haber sido ensalzados con sus dos primeras obras como una de las mejores bandas emergentes del indie rock norteamericano, y lo que se debería ver ahora como un paso natural en la evolución de la banda que lidera Patrick Stickles, parece verse de forma unánime como un paso atrás en la estupenda carrera de los de Nueva Jersey. Que conste que tampoco los han vilipendiado (¿cómo iban a hacer eso con una de sus bandas mimadas…?), pero sí que la acogida de este tercer disco ha sido fría, escéptica, y porque no decirlo injusta. Su distanciamiento de ese deje lo-fi que les acompañaba y que tanto gusta en todo medio moderno que se precie, así como la huida de la pretenciosidad conceptual, parece no haber sido bien vista dentro de los circuitos de la prensa dominante. Y claro, el resto, a decir lo que los gurús mandan…
A mí por el contrario, “Local Business”, me parece que deja muy claro desde el principio lo que trata de ser, y creo que partiendo de esta premisa tan honesta, la banda ha vuelto a facturar un disco que los coloca en los primeros puestos de la nueva horda de bandas indies estadounidenses. O mejor dicho habría que decir, de bandas punk rock, porque si algo hace este álbum es alejarse de esa etiqueta indie, que tan cerca está últimamente de ese público tan erróneamente denominado con el apelativo hipster (dardo a esto incluido en el single “In a Big City” en la que cantan “Now I’m a drop in a Deluge of Hipsters”), para acercarse definitivamente al punk de The Clash, siempre sazonado por sus orgullosas raíces norteamericanas de costa este.
Este tercer disco arranca con «Ecce Homo» (nada que ver al parecer con Cecilia Giménez), y ya desde el comienzo notamos un sonido menos grandilocuente, más básico y limpio, menos hooligan, y sin embargo más punk. Cercanos a los primeros Against Me!, o a bandas como The Hold Steady, las melodías seguirán teniendo el mayor protagonismo, si bien esta vez la banda simplificará algo el asunto con el resultado de mostrarse como una banda que se toma menos en serio a sí mismos. “Ecce Homo” es una pieza perfecta para abrir un disco que tiene en su trío inicial una de sus mejores cartas, siendo la más clásica «Still Life with Hot Deuce and Silver Platter», o «Upon Viewing Oregon’s Landscape with the Flood of Detritus», otras dos de las mejores canciones del Lp. Aquí los teclados toman protagonismo, y el alma de The Boss, si este hubiese elegido ser un punkrocker, se apodera de un grupo que no olvida de donde proviene.
Hay momentos más locos como el rock&roll tabernero de «Food Fight!», o el hardcore-punk de «Titus Andronicus vs. The Absurd Universe (3rd Round KO)», dos temas de corto minutaje que a mitad del álbum dan dinamismo al disco en contraposición con sus siempre requeridas composiciones de largo desarrollo. En “Local Business” una de estas, «My Eating Disorder», sirve de eje a mitad del Lp convirtiéndose en el espejo de lo que son Titus Andronicus en 2012. Dejes clásicos, la influencia del folk-rock del Conor Orberst más aguerrido, momentos de coros con los que levantar el puño, y como no, sitio para la épica de barrio periférico con un final gritón y sentido que eleva al tema a la categoría de futuro clásico.
En su parte final el nivel altísimo del disco decae en cierta medida, pero aún así quedan grandes momentos a destacar como la ya mencionada “In a Big City”, tema de gran poderío melódico que vuelve a aunar la mejor tradición norteamericana con el punk rock más clásico, o el final de nueve minutos llamado «Tried to Quit Smoking», la cual se emparenta con los Titus Andronicus de “The Monitor” por el concepto de canción, y que cierra de forma estremecedora el álbum con un falso crescendo que en tiempos pasados habría derivado en gritos y ruido, pero que aquí desemboca en una armónica que, eso sí, nos terminará guiando hacia el camino de la distorsión.
Menos llorones y más gamberros, pero a su vez con la misma colección de vinilos en la casas de sus padres, Titus Andronicus se presentan como ese reverso menos comercial de lo que pueden ser hoy Gaslight Anthem, y puede que hayan reducido el nivel de exigencia respecto a “The Monitor”, pero al terminar “Local Business” la sensación que queda es que ese disco ya estaba hecho (y brillantemente, por cierto), por lo que esta vez era el turno de las canciones. Esas donde el punk de The Clash se mezcla de forma sensacional con el alma de Mr. Springsteen, la esencia de New Yersey, y el rock de barra de bar a lo The Pogues, y donde sin duda ha primado los primitivo por encima de historias conceptuales, grandes arreglos, y deseos de salvar un indie-rock del que cada vez parecen sentirse más lejos. Como siempre habrá a quién le gustará más la maqueta, pero lo cierto es que los de Nueva Jersey han sacado un disco para quedarse y seguir creciendo un poquito más si cabe.