La de Thrice es una de esas carreras que siempre ha estado en movimiento. No necesariamente siempre a mejor, seguramente haya partidarios de sus diferentes épocas. Desde la urgencia melódica de «The Illusion of Safety» con el que saltaron a la palestra, hasta el rock alternativo maduro de «Major/Minor», el cuarteto ha ido investigando texturas, abriéndose espacios dentro del vasto universo post-hardcore e incluso haciendo experimentos conceptuales como aquellos volúmenes del «Alchemy Index».
La banda se encontraba en un anunciado parón en el que la mayoría de noticias con ellos relacionadas han venido de manos de la obra en solitario de su líder Dustin Kensrue y su práctica religiosa. Y no hablo de chismes, pues el cantautor incluso llegó a editar un disco de himnos modernos para la iglesia de la que formaba parte. Que ya se ha salido, pero aquí ya empezaría el chisme.
La mención de esta obra en solitario se torna importante para entender «To Be Everywhere is to Be Nowhere» como el puerto a que Kensrue llega, partiendo de los sólidos cimientos (muy noventeros) de «Major/Minor» y su propia introspección. Eso sí, con el sonido de una banda potente y carismática.
Rara vez dan hoy los discos de rock con sus mejores canciones como singles. En este caso, los dos adelantos fueron dos pelotazos de altura. «Black Honey» es un tema que conecta a Brand New con Baroness a través de una oscuridad muy contagiosa y guitarras en las que bucear. Por su parte, «Blood on the Sand» es un imparable hit de rock alternativo revestido de emo con un abrupto y desgarrador final. Junto con la intrincada instrumentación de «The Window» y el homenaje enfadado al legado de A Perfect Circle de «Death From Above» forman un póker de canciones vibrantes, pegadizas, a la altura de sus mejores trabajos.
Esta afirmación implica, claro, que este nivel no es el habitual. Kensrue se pierde en la complacencia de su voz melancólica para crear temas de épica floja, ese gran mal del pop y del rock. Esto ya comienza con «Hurricane», salvada por el etéreo riff y el nervio de la batería. La sensación se repetirá en varios momentos, como «The Long Defeat» o «Stay With Me», su canción más Coldplay, apta tanto para la misa moderna como para ilustrar algún momento catárquico de teleserie. Tampoco «Salt and Shadow», quizá un intento de marcarse un Bon Iver (esto ya lo hemos visto antes) emociona como parece pretender. Y ni siquiera es cosa de hacer ruido, pues por mucho tratamiento hard-rock de «Wake Up», se nos queda en una especie de AOR alternativo.
Thrice siempre ha evolucionado en líneas paralelas. Con «To Be Everywhere…» el cuarteto agrada al fan, pero por primera vez se estanca o incluso da un ligero paso atrás. Eso no nos coloca ante un disco del todo mediocre, pero sí, por lógica, decepcionante.