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Radiohead – A Moon Shaped Pool

Radiohead - A Moon Shaped Pool portada
XL, 2016
Productor: Nigel Godrich

Géneros: , ,

7.3

¿Tiene sentido tanto marketing de impacto para entregar un disco normal? Una pregunta a contestar por cada fan de Radiohead seguramente. El noveno disco de Radiohead, la banda tótem del indie, los héroes de lo alternativo y lo experimental en el pop, los elegidos capaces de combinar el espectro superventas con préstamos a generos marginales como el ambient, el kraut o la idm, es un disco discreto.

Con todo el mundo pendiente, «Burn the Witch» jugó a desconcertar, al menos a medias. Es una orgía de cuerdas revistiendo un fondo de pop con aires épicos que nos remontan a unos Radiohead a medio camino de «The Bends» y «Hail to the Thief». La buena pista era el uso intensivo de orquestaciones, seguramente derivado del reciente trabajo de Jonny Greenwood con orquestas, algo que se presenta como reacción a los excesos electrónicos del más efectista que certero «The King of Limbs». La pista falsa era precisamente la intensidad pop, ese aire paranoico tan de Radiohead que apenas vuelve a hacer acto de presencia en todo el disco.

Con «Daydreaming» bajaron las expectativas a la tierra (de los sueños). Esta onírica balada marcada por el piano sí que ilumina de forma tenue la senda de un disco frágil, más desnudo y más Thom Yorke que nunca. Las letras parecen jalonadas de referencias a la ruptura con su pareja de siempre y madre de sus hijos y por ello fruto más de la madurez y los sentimientos humanos que de la denuncia o el sarcasmo social. Desde los aires soul de «Decks Dark», al folk psicodelico de «Desert Island Disk», el pop de cámara de «Glass Eyes» o esa «Present Tense» en forma de bossanova reverberada, el tono de naturalidad es más patente en el último disco de Radiohead que nunca. Ni siquiera hablamos de canciones tristes o desesperadas como nos tenían acostumbrados, son conciliadoras y resignadas, por momentos cálidas, capaces de abrazar la realidad tal cual es.

Y es que si los primeros discos estaban repletos de esa «teenage angst» a costa del guitarrazo de la que luego renegaron, lo que vino después buscaba concienzudamente emocionar a través de lo experimental. Aquí sólo queda «Ful Stop» como vestigio de sus aspiraciones kraut y, sintiéndolo por el concepto del disco, se sitúa entre lo más vibrante con diferencia. «Identikit» con su patrón rítmico también tiene cierto gancho, aunque quizá si la cosa va de nombrar una ganadora que se inscriba perfectamente en el tono del disco, la elegida es «The Numbers». Cálida y arropada, como no, en pianos y orquestaciones, resulta muy reminiscente del Beck de «Sea Change». Tan vigorizante como amuermante resulta su hermana tonta, «Tinker Tailor…».

Del destrozo realizado con su querida cara-b «True Love Waits», musicada ahora por varios pianos, no me quiero extender. Explota una idea de belleza tan obvia como la resultante de abrir una caja de música y es algo que nunca me hubiera esperado de la banda. Espero que le haya servido a Thom Yorke para quedarse a gusto cerrando su ciclo personal.

Quizá Radiohead han hecho honor a lo que se espera de ellos haciendo un disco mucho más terrenal de lo que se esperaba de ellos. En realidad a muchos nos pedía el cuerpo un enfoque más orgánico tanto como a la banda. La cuestión es que les ha quedado un noveno disco con mucho concepto y continente, pero de contenido discreto hasta el aburrimiento. Y confiar en que tu disco sea genial a base de que tus entregados fans lo hagan suyo, no vale.

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1 de enero de 2016