Nine Inch Nails, es el nombre con el cual se dio a conocer Trent Reznor, máximo exponente de lo que a principios de los 90 llegó a conocerse como “Rock Industrial”, etiqueta que endosó la prensa musical a cierto tipo de música que introducía arreglos de sonido que recordaban a los producidos por la maquinaria pesada utilizada en las fábricas.
El disco en cuestión, sin embargo, es mucho más, con él no se creó un estilo, imitado hasta la saciedad por unos cuantos seguidores como si de una tendencia más se tratara. Con este disco vio la luz un sonido, algo personalísimo, que si bien influyó a otros grupos (Marilyn Manson, entre otros), nunca pudo ser superado. En su confección, destaca la coproducción de Flood en algunos temas, la intervención de Alan Moulder en las mezclas, junto con la colaboración de gente como Adrian Belew (King Cimson) y Stephen Perkins (Jane´s Addiction).
La fuerte personalidad del autor se plasma en canciones capaces de crear una envolvente atmósfera, a veces oscura y opresiva, otras relajante… De forma que a la hora de describirlo, entre los comentarios de algunos fanáticos del grupo (más bien escasos) me llamó la atención cuando alguien me dijo que escucharles era «como hacer un viaje…». Puede parecer algo exagerado pero la verdad es que resulta una comparación de lo más acertada, es como un viaje al subconsciente, a los deseos y el odio reprimidos; algunos ejemplos serían: Mr. Self Destruct sobre la falta de control sobre los propios actos y la alienación de la propia existencia, Heresy sobre la perdida de la fe y las creencias, sobre la soledad y el dolor (I Do Not Want This, Hurt), sobre el amor y el sexo (Closer, Reptile).
A pesar de lo dicho, ni este, ni el resto de trabajos de NIN son recomendables para todos los públicos, no son canciones de fácil digestión; no obstante, tiene la ventaja (o inconveniente según se mire) de que su escucha prolongada puede llegar a producir adicción en algunos casos.