La capacidad evolutiva de The Men acojona. No se me ocurre otra palabra para trazar el puente entre esos inicios como salvadores de un noise-rock lleno de matices a la banda de country-rock pasada de fuzz en la que se han convertido. Si ya en anteriores entregas se veía como abrazaban la franela con cada vez menos rubor, en esta nueva entrega sigue habiendo ecos de Dinosaur Jr. o Replacements, pero también del propio Neil Young, Tom Petty o hasta de Springsteen, alcanzando por momentos un delicioso clasicismo insospechado hace unos años para cualquier fan de la formación.
Sorprendente es desde luego esa delicada apertura a ritmo de piano de «Open the Door» que da paso a una de las canciones del año. Por supuesto The Men hacen muchas cosas en el disco pero lo que no iban a hacer es pasar de puntillas por los sonidos más americanos sin regalarnos un hit con mayúsculas. Ese es «Half Angel Half Light», un pluscuamperfecto corte springsteeniano, que lleva el folk de armónica, banjo y acústica a chocar con la electricidad y un wah-wah casi paródico. Más tarde nuestro camino se encontrará con otra de las joyas del disco «The Seeds» explorando ese lado más tradicional de sus queridos Replacements.
Cualquier fan de la banda añorará el ruido pero no hay duda que lo que les gusta y se les da mejor ahora mismo es esto. Así, la banda señala esa nebulosa mezcla de country y psicodelia a la Neil Young de «I Saw Her Face» como el tema cuya composición desencadenó este nuevo cambio de rumbo. Y es que la primera parte del disco hasta la western instrumental «High and Lonesome» forma un bloque casi perfecto amen de ser toda una declaración de intenciones.
Aunque sí que hay algo de «punk» aún excitante. Antes habrán resonado The Gun Club o ciertos Mudhoney en el acercamiento más extremo a las sonoridades vaqueras, por ejemplo en los arrebatos de «Without a Face». Y en la segunda parte del disco dan más rienda a su faceta ruidosa con desiguales resultados. Para bien la fuerza melódica de «Electric» y «Freaky» o la tremenda «I See No One» que conjura las dinámicas de unos Sonic Youth en el rancho. El tremendo clasicismo de «Bird Song» pone el toque campestre a este bloque dejando claro que su nuevo sonido da muchas alegrías.
Por contra el punk-rock a piñón de «The Brass» evoca el pasado reciente de la banda aportando bien poco, tan sólo el vértigo del piano. Más anodina es la construcción de «Supermoon», que desata la electricidad sobre los evidentes moldes de unos Stooges que no necesitan ser desempolvados para una relectura tan simplista. Tal vez el querer seguir abarcando mucho sea el único pecado de la banda en este momento. Pero es una senda, la de la dispersión, que ya tomaron en «Open Your Heart» y con la que seguramente haya que apechugar. Es de apreciar la falta de prejuicios del ahora quinteto (con la incorporación de lap-steel) y su solvencia afrontando tantos retos en tan poco tiempo de carrera, a la manera del pasado. Los 46 minutos de su cuarto disco dejan un poso desorientador que no les impide posicionarse al frente del rock actual.