Sigo con mi particular cuenta atrás, con mi top de discos de los noventa, terminando la primera decena con un conjunto más bien rockero, aunque con matices. Del grunge al rock alternativo, del metal gótico al indie nacional, álbumes variopintos para un imaginario que quizá sólo sea coherente dentro de mi cabeza, o ni eso…
25. JEFF BUCKLEY “Grace” (1994)
El único disco que nos dejó en vida Jeff Buckley es un álbum especial. Desmarcándose, pero no del todo, de la ola mayor del rock alternativo de la época, Jeff se fijó más bien en la lírica de la voz, la psicodelia y, evidentemente, el legado de su también malparado padre Tim Buckley y otras bandas de los sesenta antes que en la gravedad y el riff. Temas como la propia “Grace” y “Last Goodbye” siguen desprendiendo una euforia contagiosa, mientras que “Lover, You Should’ve Come Over” estremece por su pálpito soul y “Hallelujah” supera a la original de Leonard Cohen y supone la versión definitiva de este clásico. Así, tal cual. Es lo que tiene el talento…
24. TYPE 0 NEGATIVE “October Rust” (1996)
¿Un disco de metal gótico entre lo mejor de los 90? ¿Y de una banda que tituló “The Least Worst of” a su recopilatorio y cuyo líder fingió su muerte ‘virtual’ antes de suicidarse años después? Peter Steele fue un tipo complicado, y peculiares fueron siempre Type O Negative. Muerte, sexo, depresión y soledad juegan a la par con el sarcamo y un sentido del humor negrísimo en “October Rust”, el disco con el que refinaron su vertiente más ‘pop y accesible’. Y es que la banda siempre tuvo, ante todo, un gran atino para la melodía, y bajo todos esos riffs pesados propios del doom se encuentran preciosas canciones como “Love You to Death”, “Burnt Flowers Fallen” o “Wolf Moon”. Quizá por ello me resulte un disco más cercano al grunge que a otra cosa, pero lo que sí que tengo claro es que para mí es el mejor álbum de metal de esta década.
23. ALICE IN CHAINS “Dirt” (1992)
Con el grunge ya asentado como corriente masiva del rock de principios de la década, Jerry Cantrell, Layne Staley y compañía entregaron la que es quizá la más desasosegante obra maestra del movimiento. Ya que todo en “Dirt” oscila en torno al agujero sin fondo del abuso de las drogas. Si bien la cosa comenzaba con rabia con “Them Bones” y “Dam That River”, pronto los riffs de Cantrell y las letanías de Staley caerían en una sucesión de temas densos, oscuros y desolados que no dejaban lugar para la esperanza: escuchar hoy en día “Rooster”, “Junkhead”, “Angry Chair” o “Down in a Hole” seguro que sigue incitando al suicidio a muchos. Tal como acabaron las cosas para Layne y Mike Starr, no podemos sino interpretar la desesperación final de “Would?” como un siniestro aviso.
22. JANE’S ADDICTION “Ritual de lo Habitual” (1990)
Los padrinos del rock alternativo inauguraban la década y cerraban su etapa realmente relevante con otro disco alucinado y alucinante. Al igual que el también excelente “Nothing’s Shocking”, “Ritual de lo Habitual” picotea de muchas partes para crear finalmente un todo puramente reconocible, que es punk, es funk, es hard rock, es psicodelia pero, sobre todo, es la implantación del extraño universo de Perry Farrell en música. “Stop!” o “Been Caught Stealing” fueron los hits inmediatos que engañaban al despistado para cuando llegaban “Three Days” y “Then She Did…”, dos extensos temas que básicamente pusieron el rock progresivo en el imaginario de la generación alternativa. El ensueño y la historia terminaba con la irreal “Classic Girl”, fundiéndose con el océano…
21. SR. CHINARRO “El por qué de mis peinados” (1997)
Por afinidad geográfica y social, “El por qué de mis peinados”, uno de los dos discos nacionales que han entrado en la lista, es el álbum con el que más me identifico actualmente. El tercer disco de Antonio Luque habla de la rutina y alienación en barrios periféricos de Sevilla, de trayectos nocturnos en autobuses por rutas reconocibles tras noches malgastadas pero, sobre todo, de amoríos fracasados y el difícil paso de la juventud a una edad adulta poco garantizada. Un disco tan bello como desolador, que estremece con cada golpe de acordeón, que es sadcore y es post-punk, pero que sobre todo es testigo de la madurez de nuestro indie en unos años en los que estaba todo el camino por asfaltar. Su sucesor, “Noséqué-nosécuántos”, incidiría en la herida con la misma saña.