Problemas de colas en las taquillas nos impidieron acceder al magnífico auditorio del Palacio Euskalduna para la hora en que los teloneros comenzaban. Eventos así no se hacen todos los días y había algo de desinformación en las colas entre quién quería sacar entradas, quién quería recogerlas, invitaciones, sorteos, etc. Una espera que pronto olvidamos al acceder y encontrarnos a los escoceses The Hazey Janes, encantados de estar ahí, pese a que sólo la mitad del público se encontrara con ellos.
Nos dimos cuenta pronto de que el sonido prometía ser excelente para Wilco. Pero además, el cuarteto fue una agradable sorpresa y se distanciaba de los de Chicago más de lo esperado. Pese a su procedencia europea, tenían ese tono americanista de sus padrinos pero más enfocado al power-pop y al indie, con gran énfasis rítmico, electricidad y que alcanzaba mayor intensidad con dulzones y contundentes teclados. También nos concentramos durante su actuación en el escenario de Wilco, adornado con unas lamparas colgando del techo y tres de pie al frente a cada lado, de forma asimétrica. Llamaba asimismo la atención un simpático búho que parpadeaba aleatoriamente colgado ante una mesa de teclados.
Poco parece que tocaron los teloneros, en torno a la media hora, lo que nos dejó una espera de cerca de 40 minutos algo excesiva hasta que comenzara Wilco, a la hora estipulada eso sí. Empezaron susurrantes y atmosféricos, con «One Sunday Morning», derrochando elegancia, pero pronto dejaron claro que no venían sólo a agradar sino también a impactar. El clima electrónico de «Art of Almost», muy en la onda de unos Radiohead, fue fácilmente un clímax del concierto nada más empezar. Rock bailable, oscuridad y tremendos juegos de luces crearon casi de la nada un ambiente increíble que a juzgar por el rugido del público, apreciamos todos por igual. Un escalofrío recorrió el Euskalduna y eso que se encontraba lejos de registrar un lleno.
Y es que Wilco derribaron pronto uno de sus tópicos. Pese a ser una de las bandas de rock más importantes de la actualidad, cuenta con no pocos detractores. Seguramente hayas escuchado alguna vez de ellos que son aburridos y demás comentarios simplistas referentes al sonido tradicionalista que facturan. Yo mismo no soy el mayor fan de sus discos, pero era la primera vez que les contemplaba en directo y en apenas diez minutos dejaron estos prejuicios en la más absoluta de las ridiculeces.
Así, la primera parte del concierto transcurrió con el sexteto enlazando temas sin apenas dar tregua ni comunicación con el público. Unas canciones más festivas, otras cadenciosas y emotivas, casi siempre consiguiendo encandilar y destacando desde el primer momento un batería, Glenn Kotche, más contundente de lo esperado, que sudaría litros a lo largo de la actuación. Entre los teclados y la guitarra oscilaba Pat Sansone y desde luego instrumentos no le faltaban al conjunto. El arsenal de guitarras, eléctricas, acústicas, bajos, etc. que desfilaron a lo largo del recital se nos hizo incalculable.
Tras varios temas, por fin Jeff Tweedy enfundado en su sombrero empezaría a dirigirse al público, dar gracias y a hacer algún que otro chiste o sarcasmo referido a lo estático del respetable. Más tarde nos diría que Bilbao es una de las ciudades pequeñas más hermosas que había visto y pese a parecer el típico truco populista, se atisbaba sinceridad en sus palabras. Pero en cualquier caso, no es Wilco una banda que triunfe por el carisma personal de su líder y en todo momento la música habló por ellos. Por ejemplo «Impossible Germany», donde Nels Cline a la guitarra acaparó todas las atenciones con ese extensísimo solo que acabó echando chispas de su jazzmaster o «Misunderstood» en la que nos hechizaron con ese metalófono que hacía encender a su ritmo las lamparas antes citadas, una de las más bonitas y épicas estampas de la noche.
Lo mejor es que con el sucederse de las canciones nos quedaba claro que Wilco serían capaces si se lo propusieran, de ser el grupo de rock alternativo más popular del mundo. Pero quizá su propio carácter o la suma de sus personalidades, se lo impide, al tirar unas veces por lo clásico, otras por lo vanguardista o generalmente aunar ambas facetas. Pero lo que sí consiguen es tener un repertorio en directo lleno de canciones con carácter propio, como ese falsete soul en «Whole Love», género al que se entregarían después en la balada «Hate It Here».
Viajaron al primer disco para rescatar «Box Full of Letters» y después a «Summer Teeth» para hacer lo propio con la animada «I’m Always In Love» y su pegadizo sinte, una dupla de power-pop de altura. Nos pusieron los pelos de punta con «Jesus, Etc.» en la que Cline sacó su lap-steel y volvió a ser protagonista luego con su técnica a la eléctrica en «Handshake Drugs» y mucho más tarde cuando sacó la guitarra de doble mástil.
Respecto al caso de Jeff Tweedy como decimos, no es el carisma hecho cantante, ni especialmente comunicativo. Y seguramente tampoco tenga la mejor de las gargantas, pero es capaz de amoldarse a diferentes registros y darle a la banda ese tono quejicoso que funciona por igual en todas las facetas que no son pocas. Pongamos como ejemplo ese indie-rock áspero que fue «Heavy Metal Drummer» como contrapartida a los tonos de rock más clásico. Y es que no hay que olvidar que lo que sí es es el máximo compositor y miembro fundador junto al bajista John Stirratt.
Así llegaríamos hasta a «A Shot In the Arm» y la banda se despediría dejándonos con esa extravagancia de teclados y efectos. No es de extrañar que Wilco cuenten con un teclista y medio dado el altísimo nivel de detalle y arreglos con que cuentan sus canciones. Se les vio en su sitio todo el recital, pero aquí por fin se soltaron la melena y vimos al teclista principal maltratar su piano frotándolo repetidamente con una almohadilla.
Regresaron para interpretar la divertida «Via Chicago», balada taciturna que puntualmente rompe en ruido y que Tweedy y el Stirratt mantienen con placidez, mientras el resto de la banda, recrea un ensordecedor ruido. Sonaron también para terminar una gloriosa «California Stars» y el batería se alzó para anunciar el fin con uno de sus hits, «I’m the Man Who Loves You». Hubiera sido fácil para ellos cerrar con algún tema aún más popular pero Wilco son una de esas bandas especiales que no se conforman con tocar siempre lo mismo ni en el mismo orden y a nosotros esto siempre nos encanta, amen de que denota verdaderas tablas en un artista. Fueron aplaudidos de nuevo y la perspectiva de que pudieran volver a salir se desvaneció pronto (aparte que la duración del concierto ya fue abultada) pero el público se dio más prisa en tomar las de Villadiego que de costumbre, tal vez por aquello del domingo noche.
En resumen fue un concierto que hizo honor a la etiqueta de «sublime» que porta la promotora pero que contó con un público no siempre a la altura. Sería por el domingo, sería por las entradas entre 32 y 100 euros o seguramente porque se notaba que la cuota de invitados por vips, sorteos, etc. era abultadísima y ni aún así estaba el auditorio lleno. Tal vez sea el primer gran caso de espantada de público ante la crisis y la sabida del IVA. El caso es que la comunión entre unos Wilco en estado gracia y su audiencia de Bilbao y alrededores quedó a medias. Y culpa de la banda podemos atestiguar que no fue.