Hay quienes creyendo ser poseedores de toda la verdad tachan a Two Gallants de falta de autenticidad. Según la percepción de estos críticos de algunos de los medios más influyentes y cool (por no llamar snobs) del planeta musical, parece que para tratar temas como los bandidos, el hambre, los duelos, la huida, las supersticiones, y demás elementos de aquellas sociedades que se desarrollaron hace más de cien años en el salvaje Oeste de la otra América, habría que, o bien haber nacido en otra época, o bien seguir vistiendo con espuelas, mascar el tabaco, y lucir orgullosos un Colt-45 colgado del pantalón. Solo así se entienden las críticas al hecho de que estos dos tipos se dediquen a poner letra y música a toda esas leyendas de otro tiempo que de tantas y diversas formas han llegado hasta la cultura popular actual. Y es que como suele pasar a menudo, me da la impresión de que en el menosprecio hacia Two Gallants (ojo, son los menos quienes les critican) ha importado más la circunstancia de una vestimenta más o menos trendy y moderna, o lo que es peor, las capas de distorsión y actitud punk de su música, para usarlas como prueba de una presunta incompatibilidad con su propuesta de canciones deudoras de la mejor tradición de aquella recóndita América del s.XIX.
Dicho esto he de decir que sí señores, Two Gallants con su último “The Bloom and the Blight” le han dado una vuelta de tuerca más a su personal forma de entender el folk, sin que esto les aleje lo más mínimo de las profundas raíces norteamericanas. Y sí señores, le han añadido también un montón de distorsión, elemento no existente en el siglo XIX, que sin embargo no les resta ni un ápice de credibilidad a las historias de oscuro misticismo sobre bandoleros, cantinas, armas, y sangre, que conforman el entramado lírico del grupo. Y es que se me ocurren pocas formas tan honestas y originales de presentar la tradición de un país, como la que utilizan Adam Stephens y Tyson Vogel al fusionar los elementos propios del blues y el folk, junto a la literatura, y en parte, el vocabulario de esa época pasada, con los postulados contemporáneos que ellos mismos mamaron en San Francisco desde pequeños. Es decir los que les brindaban el punk, el grunge, o el indie-rock.
Y esa aproximación fue la que llevaron a cabo anoche en la Sala Caracol revisando algunos de los mejores temas de sus tres primeros discos (de carácter más clásico por lo general), junto al repaso esperado a su último álbum “The Bloom and the Blight” (el más lisérgico y visceral de su carrera, y sin duda en el que más han extremado sus influencias contemporáneas). De esta forma, y pese a algunos problemas relacionados con la voz de Stephens, o el bombo de Vogel, la banda volvió a mostrar un directo casi milimetrado, en el que igual caben la rabia mitológica de «Halcyon Days», que el dulce folk de «Broken Eyes». Porque en Two Gallants lo mismo influye Kurt Cobain, que el Dylan primigenio, y es en este elemento donde termina radicando su gracia.
De su último álbum hubo sitio para otras muchas piezas como la historia de amor desesperado de «My Love Won’t Wait», la intensísima en directo «Ride Away», o el desgarrador y extremado ejercicio de folk-punk que representa «Winter’s Youth».
Junto a ellas algunos de sus clásicos, como la tremenda «Las Cruces Jail» que despacharon tras una intro de elaborados acoples, la siempre coreable «Steady Rollin», o el recuerdo para su penúltimo LP con mi favorita «Despite What You’ve Been Told». Y por si fuera poco el dúo hasta ofreció alguna pieza inédita que aprovecharon para probar en directo, y que nos pone en previsión de que estos dos galanes esta vez seguramente no tarden otros cinco años en publicar material nuevo.
Unos bises que quizás fueron lo más flojo de su actuación no empañaron la hora y tres cuartos con la que los californianos nos obsequiaron, y que sin duda debería servir para que otros dúos recientemente llegados al estrellato aprendieran lo que es una actuación en la que cada euro que costaba la entrada fue ampliamente rentabilizado.