El gran número de público que acudió el pasado Domingo, día de fin de puente, a ver a Swans en el Teatro Central hizo que me preguntara cuántos serían seguidores de la banda desde su primera etapa; cuántos los habrían conocido tras oír las bondades que se dicen de su directo y oír su nuevo trabajo, “The Seer”; y cuántos simplemente se habían dejado caer por allí por ser una banda que, a pesar de estar en las antípodas del pop, está ‘de moda’ y de la que queda bien hablar cuando te las quieres dar de entendido en música. Pronto abandoné esas indagaciones, ya que lo realmente relevante es que una banda tan veterana y anticomercial esté obteniendo ahora el merecido seguimiento público que no habían tenido nunca antes.
Su carácter único puede certificarse simplemente observando la parafernalia musical que acarrean de gira. De hecho, su composición y disposición sobre el escenario del Central ya fue motivo de excitantes conversaciones entre los primeros que accedimos a la sala. Dispuestos en semicírculo alrededor del micro y el atril del propio Michael Gira, se disponían de derecha a izquierda los amplis; la batería de Phil Puleo; más amplis; el ‘rincón’ de Thor Harris con el gong, las campanas, platillos, bombos, etc; aún más amplis y la mesita con el lap-steel de Christoph Hahn.
No extrañó, por tanto, que Richard Bishop quedara empequeñecido ante tal orquesta. El ex-Sun City Girls ofreció él solo, con su guitarra y algún aporte de sampler, una lección de virtuosismo y peculiar sensibilidad que, al contrario que sucede con la interpretación otros guitarristas en solitario, no aburrió en ningún momento. Los que nos dignamos a abandonar el bar para verle, que fuimos bastantes, no pudimos menos que asombrarnos ante su técnica y, sobre todo, ante su capacidad de conjugar violencia y emoción (por algo teloneaba a los que teloneaba) en composiciones que oscilaban entre el folk, la música arábiga o hindú e incluso algún rastro de flamenco. Muy interesante.
Pero después se hizo la oscuridad.
La cosa empezó suave, con el mantra de “To Be Kind” subiendo poco a poco. Gira, ya desde un primer momento, se presentó como director de evento total al ir indicando no sólo a sus compañeros cuándo tenían que entrar, sino al técnico, a veces con poca fortuna, que fuera encendiendo luces a su antojo. Así el misterio se prolongó durante varios minutos hasta que, al primer aviso-salto del alma máter, todo comenzó a retumbar, desde el suelo hasta nuestros huesos. Espero que algunos entre el público sintieran verdadero pavor al cogerles desprevenidos.
“Avatar” ha mutado, como debe suceder con toda composición de Swans en vivo. Alejándose de su versión más gótica marcada por el sonido de campanas del disco, en directo se mostró más marcial, muy rítmica gracias a la gran cooperación entre percusión, batería y el bajo de Chris Pravdica; que se mostró a un volumen tan infernal que más tarde llegó a marcar el pulso al golpearlo su intérprete únicamente con el dedo.
Swans no es una democracia, como ya hemos apuntado. En el segundo de los temas inéditos que caen en su setlist actual, “She Loves Us”, prolongación aún así natural de la anterior, seguimos viendo como todos los músicos, a pesar de estar inmersos en la creación de ruido, no quitaban un ojo de encima a las eventuales órdenes de Gira. De hecho, Pravdica y, sobre todo, Harris por la cantidad de instrumentos que debía tocar, llegaron a llevarse alguna reprimenda por no estar atentos. Por el contrario, Norman Westberg, el segundo miembro más veterano de la formación, permaneció impasible a un lado con su guitarra; perfecto conocedor, suponemos, de cómo hay que tocar música estando su compañero de mil tormentas al timón.
Las irreales armonías al metalófono de Thor y a los efectos de Hahn encauzaron violentamente con uno de los segmentos más brutales de la noche. “Coward”, único tema rescatado de la primera encarnación de los Cisnes, dejó de lado los drones y el noise para acercarse al rock más crudo y seco; alienantes golpes a las cuerdas y a la percusión que abrieron para el último y extensísimo tramo de la noche que nos dejó a todos exhaustos.
“The Seer” es inabarcable ya en disco por su media hora de duración. En directo, este único tema se extiende más que conciertos completos de muchos grupos. Es imposible tratar de explicar en unas líneas la legión de texturas, imágenes y emociones que desprende: el trance al que llevan los drones mantenidos hasta la saciedad, los golpes secos de batería que parecían ser el corazón de un ente vivo, el onírico momento de calma conseguido por los cascabeles, el tramo final ya con Gira gritando desde el suelo o invocando a la ‘sangre de Dios’…
Tras unas dos horas, sin nada que lo anunciara, culminó la liturgia. De repente. Podría haber seguido otras dos más, pero Michael decidió que no. A un gesto suyo todos abandonaron sus instrumentos y se acercaron para saludar y agradecer al público al pie del escenario. El artífice de todo fue el último en marcharse, adentrándose en la penumbra y aún con las ovaciones en pleno auge. No volvieron, no sé si para bien o para mal de nuestra maltrecha alma, pero aún así seguro que el recuerdo permanecerá para toda nuestra vida.