/Crónicas///

Swans – Bilbao (08/12/2012)

Michael Gira, Christoph Hahn, Thor Harris, Chris Pravdica, Phil Puleo, Norman Westberg
8.5
Kafe Antzokia, 3/4 de sala
Precio: 19/22 €

Pocas veces vemos el escenario del Kafe Antzokia quedarse escaso en relación al espacio que una banda y su equipo necesitan. Sin embargo esta noche empezó con un Sir Richard Bishop sacando chispas a su guitarra rodeado de lo que parecía el trastero de Michael Gira y los suyos. Baterías, platos, gongs, metalófonos, lap steel, amplis, amplis… más amplis… la cosa llegaría al límite de la parodia más adelante cuando Gira tuvo que ordenar que se asegurara la torre de altavoces de los laterales porque se movían del puro volumen brutal de los neoyorkinos.

Pero eso sería más adelante, volvemos a Bishop que como decíamos salió con su desvencijada silla y su instrumento a darnos una lección express en unos 40 minutos, de fusión de guitarra dónde lo progresivo se unía con el medio oeste, lo tribal y hasta la rumba. No fue nada excesivamente experimental, pero sin embargo se notaba una labor de exploración de los diferentes usos de las seis cuerdas y desde luego un contraste más que interesante ante el infierno sonoro de Swans, un concierto de carácter recogido que sin embargo fue medianamente bien tratado por el público, entre el que se escucharon varios siseos indicando al resto que se callara. Agradecido y ovacionado se fue por donde había venido y dejó camino libre para uno de los directos más esperados del año.


AGÁRRAME ESOS AMPLIS

Por si alguien no está aún familizarizado, Swans son una banda que creció al calor de la no-wave neoyorkina en los 80 e hizo del art-rock, el noise y el post-punk señas de identidad de su cambiante apreciación por el ruido y lo opresivo. Michael Gira disolvió la banda en 1997 y en 2010 regresaron. Gracias a un cambio de rumbo, a la proliferación de los sonidos más duros y experimentales en los ya no tan reducidos ambientes «indies» y sobre todo al boca a boca de un directo demoledor aquí nos encontramos, con un Kafe Antzokia a unos 3/4 de capacidad para una banda en ningún caso apta para todos los públicos.

Comenzó el drone con «To Be Kind», ahí estaba toda la banda, el maestro de ceremonias al centro, a su lado y casi siempre orientado hacia el propio Gira, el bajista Chris Pravdica y más allá el único miembro estable, el guitarrista Norman Westberg. Al otro flanco y de traje, Cristopher Hahn con su taburete y su lap-steel dispuesta a modo de teclado. Detrás, la sección de percusión compuesta por el batería Phil Puleo y el hombre-orquesta, el pintoresco Thor Harris y su larga melena. Este último es además un carpintero que se fabrica sus propios instrumentos, lo que da una idea de lo peculiar que es cada miembro de la banda si se ahonda en su currículum.

La cuestión es que en este personaje, con pinta de salir de un libro de dungeons & dragons y en el citado Hahn, se centraban los iniciales drones, que naturalmente fueron avanzando hasta la catarsis. Este primer asalto nos pareció más una intro, una demostración de la calma y la tormenta de la banda y un aviso de la ruidera que nos esperaba, más que algo realmente emocionante. «Avatar» fue otra cosa, quizá también de lo más amable del concierto, en la que nos engancharon al endiablado ritmo del bajo (como es de esperar, todo un pilar del oscuro sonido de la formación) y de los metalófonos, al que buena parte del público se movía en un negro trance.

Algo que chocaba del concierto era la convivencia de esta dimensión arcana de la música de Gira con actos del todo mundanos como verle casi dar un puntapié enfadado a una cámara o el antes mencionado acto en que los pipas tuvieron que salir a forrar de cinta aislante los amplis para que no se cayeran con el excesivo retumbar. Es una de las claves y a la vez un problema para algunos, el estratosférico sonido de la banda ante el que los tapones se hacen vitales. ¿Necesario o ridículo? A mi modo de ver, su propuesta siempre ha hecho del ruido y la molestia su bandera, forzar estos límites es parte de la experiencia y el concierto registró de hecho momentos sobrecogedores en los que la mezcla de ruido de todos los instrumentos llevaba a la nada más absoluta de la percepción auditiva, una sensación similar a la de la propiedad aditiva de la luz que culmina en el blanco.

Pero por el camino íbamos descubriendo los muchos detalles de ese arsenal de instrumentos de la banda. Como el bajista es una bestia parda sin apenas moverse de postura ni hacer concesión al show, mientras que la percusión reclama mucha atención. Si otras formaciones sorprenden con doble batería, esta elección de un batería más otro músico con unos platillos y diferentes percusiones a su alcance, es un deleite no sólo sonoro sino visual. Así, Thorr, apropiadamente martilleaba sacando agudos mientras el resto de la banda se daba a la grave monotonía para iniciar un tema inédito muy basado en la hipnosis y la psicodelia.


SANGRE DE DIOS

Desde luego que lo más violento y frío del concierto vino de los tajos industriales de «Coward» única mirada al pasado de la banda, que careció del candente ruido que dominó el concierto para inquietar más con crudeza psicópata. Su final, sería la última parada antes de enfocar «The Seer» como una pieza de casi una hora que aglutinó prácticamente medio concierto y que empezó de nuevo con drones, esta vez sacando a relucir el cello eléctrico y armónicas, demostrando mejor que nunca la capacidad de la banda por mutar atmósferas de la sutilidad al ruido absolutamente asfixiante con paciencia sobrecogedora.

«I’ve seen it all» repetía Gira en postura espiritual a modo de mantra, pero no tan repetitivo como en disco, mientras comenzaba esta última carrera de fondo para Swans. No parecía llegar el fin nunca, pero si alguna vez tuve impulso de mirar el reloj no fue por aburrimiento sino más bien con la pena de saber que cada vez quedaba menos para que se rompiera un embrujo que pareció verdaderamente místico cuando Gira y su batería agitaron sendas ristras de cascabeles para después ponerse a pitar con silbatos. El otro percusionista, utilizó más que nada un instrumento que verdaderamente parecía creado por él, un dulcimer colgado a la altura de su cintura que golpeaba con tesón. Alguien debería haberles regalado una txalaparta.

Exhaustos nosotros y supongo que ellos también tras tanto tiempo de agonía, falsos finales que volvían al estallido ruidoso y un Gira poseído, escupiendo al aire o gritando extrañas proclamas como «Sangre de Dios», pero más comedido en sus movimientos con la guitarra que cuando tocaba por ejemplo «No Word/No Toughts». Así terminaron sin aspavientos, es decir, sin un clímax que fuese tan especial que lo distinguiese de otros momentos del concierto y de repente ese ambiente malsano se esfumó y todo fueron sonrisas saludando al público durante largo rato desde el escenario.

Sin esnobismos de por medio, el concierto que pude presenciar en la edición de 2011 del Primavera Sound me resultó más emocionante. Hay una parte de ello que es imposible de explicar; la conjunción de factores aleatoria que convierte un muy buen concierto en uno legendario es algo muy personal. Otra parte creo que está bastante clara, el actual show de Swans resulta más impactante y magnético cuando no sabes qué esperarte. Desde entonces, no hemos hecho sino empollarnos más al Gira actual y su repertorio y es difícil que la expectativa se vea desbordada. Se ve perfectamente cumplida, pero eso no es, ni de lejos, lo mismo.

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8 de diciembre de 2012