A medias entre la excitación de ver a una banda clave en la escena independiente nacional justo antes de su separación y el miedo por algún comentario no del todo positivo en las fechas previas, nos acercamos a la sala Azkena a ver al sexteto barcelonés Madee apretarse en el reducido espacio del escenario. Generoso retraso de rigor sobre la hora anunciada, algunas cosas nunca cambian, y por fin aparecen los de Cabrils en escena.
«Orion’s Belt» puso el punto de partida con su tono melancólico pero también optimista, que coincidía con el estado de ánimo de la banda o cuanto menos de su cantante y frontman Ramón, siempre sonriente de más, en contraste con la música intimista y lluviosa que facturan (o más bien facturaron). «Tears in my eyes», «we cannot rewind» y llegan las primeras oleadas nostálgico-emocionales. El sonido haciendo perfecta justicia, la voz en plena forma, suenan como una banda en activo, precisos, pese a llevar años sin dar un concierto.
Pronto suenan «The Wounded», «I am a green Swimmingpool» y «L’Antarctica», dando cuenta de lo que sería tónica general de la noche, un repertorio que si bien recogió momentos de toda su carrera, se enfocó hacia su última época, con pocas referencias a «Songs for Cydonia» («Impulsor», «Ten Times») y aún menos a «The Secret Chamber» (tan sólo «Clumsy»). Algo que no se les puede reprochar pues la banda caminó indudablemente hacia un sonido más rico y personal, pero claro, los himnos de los inicios siempre son venerados.
Acertados en el reposo y en las orgías de guitarra y teclado, nos fueron envolviendo por sus tonos tristes que suben hasta la catarsis, como en la gravedad de «Fallen Heroes», alienación de «Alnitak» o los coreables bríos de «Polonium», una de las más contagiosas del repertorio, seguido del triunfal estribillo de «Jinniyah». Y es que pasando el ecuador del concierto el contagio melódico era ya inevitable y con el trance en espiral de «Mintaka» abandonaron el escenario. Contundencia musical para cerrar capítulo, desde luego.
Para los bises llegaron reactivados de guitarras, abriendo con el añejo riff de «Clumsy». Pero los finalizaron de nuevo volviendo a su cuarto disco, el que, dentro de sus modestos parámetros les dio más éxito, como comentó Ramón irónico en torno a la aparición en la MTV de la juguetona y circense «Transference #2». Con las dos caras, relajada y crispada de «A lack of Bravery (Transference)» todo finalizó entre gritos y altisonancia para desvanecerse como un sueño. El sueño de una banda cuya música eclipsa a muchas anglosajonas en su propio terreno y que indudablemente se revalorizará con el tiempo.
Respecto al setlist fue más que correcto, repleto de temas insignes de la banda, que por otro lado vienen a ser prácticamente todas. Bien es cierto que por ser un concierto de reunión y tocar sin teloneros por petición propia deberían haber alargado su duración hasta las dos horas. Ya se excusaron comentando que iban a tocar hora y media frente a los cuarenta minutos que tocaban tradicionalmente en anteriores giras, pero en fin, un poco de exceso por la última vez no hubiera estado de más. Por lo demás, el concierto salió a pedir de boca. Tal vez no se respiró un ambiente de verdadera despedida pero claro, la banda ya lleva despidiéndose en unas cuantas ciudades y Bilbao era la antesala de sus dos fechas barcelonesas.
Algunos nos quedamos con ganas de «Sparrow», de «Economy», de «The Asteroid is Falling» o «A Ghost» entre otras. Esperemos que en unos años el cuerpo les pida volver a tocar y escuchar así alguna de las que quedaron en el tintero. Hasta entonces Madee quedarán dentro de nosotros como ya lo están Aina, The Unfinished Sympathy o Half Foot Outside, estrellas apagadas que nos recuerdan una época y escena increíbles en el rock independiente nacional.