Hay grupos que desprenden un halo mágico a su alrededor. En tiempos en los que hora y poco de duración, habitual verborrea entre los asistentes y eternos parones para afinar, colocar pedales o cambiar guitarras suele ser la norma habitual, que una banda se baste del minimalismo del formato trío para regalar casi dos horas de música sin apenas descanso, y con un público manteniendo un recogido silencio excepto para aplaudir o vitorear, significa que ese grupo debe tener algo. Y Low, evidentemente, lo tienen desde hace mucho.
Para ser justos, hay que decir que venían con la batalla ganada. A los de Duluth se los quiere mucho en Sevilla desde hace años, cuando también pasaron por el Central presentando ‘Drums and Guns’, en un concierto aún muy recordado. Y si a esto unimos la incendiaria actuación de Retribution Gospel Choir en Malandar el año pasado, tenían ya todos los papeles para garantizarse un lleno. Pero cada noche es distinta, y las crueldades del directo pueden pasar factura en cualquier momento. No fue el caso. Ni mucho menos.
Poco después de las nueve, hora de comienzo, subían Mimi Parker, Alan Sparkhawk y Steve Garrington, estos dos últimos con sus instrumentos en mano desde el backstage; los tres de sobrio negro o colores oscuros, en el caso de la batería. Nula escenografía o compañeros de directo: power-trio de la sensibilidad. Sin palabras, con un potente riff el líder dio comienzo con una de las más potentes canciones de la noche: “Monkey”, que igual desconcertó a los seguidores veteranos, aquellos que descubrieron el slowcore con sus primeros discos.
Continuaron con la más amable, pero afectada, “Silver Rider”, en la que entraron en juego las bellas armonías vocales entre Alan y Mimi, que siguen sin tener apenas parangón en la actualidad, antes de tocar por fin su último álbum, ‘C’mon’, con “Nightingale” seguida de la muy reconocida “Try to Sleep”. Ya por entonces, quedaba demostrado que el sonido era nítido: desde el más leve punteo de guitarra, a susurro de Mimi o aislada nota de teclado, a cargo también de Steve. Y es que los tres se mostraron muy tranquilos, aunque concentrados, para que todo funcionara a la perfección.
Ya sabíamos por entonces, apenas superado el primer cuarto de actuación, que estábamos ante otra noche para recordar si nada se torcía de forma abrupta. Y, sin ninguna razón para temer lo contrario, todo siguió como la seda: más bonitos temas de última hornada como “You See Everything” o la demoledora “Especially Me” con la increíble voz de Parker, intercalados entre temas clásicos de toda su carrera, como “Amazing Grace”, “Dinosaur Act” o uno de sus himnos más pop: “California”.
Cogiéndonos desprevenidos entre tanto sentimiento e intensidad, llegó el momento nostálgico con el rescate de ‘really old songs’, tal como dijo Alan en uno de sus escasos momentos de charla, siempre muy correcto y humilde: la primera canción de su debut ‘I Could Live in Hope’, “Words”, y “Shame”, de su segundo trabajo ‘Long Division’. Increíble como estos temas no han envejecido y siguen encajando en su set actual, cada vez más luminoso y rockero.
Para cerrar la noche, como bis nos regalaron otros dos temas nuevos: la alucinante progresión in crescendo de “Nothing But Heart”, que terminó en pura tormenta de rock, y, al otro lado del espectro, la mucho más acústica “$20”, que supuso un melancólico fin de ensueño. Ya entre aplausos, Mr. Sparkhawk se despidió cual sacerdote, de forma muy mística, pidiendo que el sol nos iluminase y se apartara la oscuridad; Low acababan de enseñarnos que no iba a haber acto que mereciese mayor devoción en la ciudad en mucho tiempo. Y ante esto sólo hay una respuesta: Amén.