Emotiva despedida de Lisabö de los escenarios por un tiempo. La formación vasca no se deja influir por las alabanzas de la crítica y pese a estar en su momento de mayor fama, continúa haciendo de la banda un pasatiempo, que sigue siendo tal pese al creciente culto. Algo que cada cierto tiempo ha de parar y oxigenarse de nuevo. Así, cerraban en el Kafe Antzokia de Bilbao la gira de este «Animalia Lotsatuen Putzua».
Para la ocasión habían invitado a una de esas bandas con las que han trabado amistad en esta singladura subterránea. Siempre agrada ver este tipo de alianzas entre bandas de filosofías afines y en este caso, Unicornibot además suponían un contraste de lo más interesante. Frente a la intensidad sostenida y oscura de los de Irún, Unicornibot siempre ofrecen diversión vibrante, cuatro grandes músicos tocando muy juntos y en sincronía, capirotes de papel de albal empapados en sudor y ritmos sincopados. Aprovecharon la ocasión para presentarnos muchos temas nuevos que según comentaron con gracia todavía «los tocan mal». Lo cierto es que sonaron más gruesos y quizá oscuros que el resto de su repertorio. O tal vez es que al no conocer sus matices en disco simplemente nos sonaron más embrutecidos, quién sabe. En cualquier caso, un nuevo concierto de estos pontevedreses con el que a buen seguro ganaron puñados de nuevos fans por Euskadi.
Tras hacer los preparativos pertinentes para esa atípica formación doble (dos guitarras, dos baterías, dos bajos), el sexteto salía a escena. Karlos, Jabi y Xabi portaban casualmente pobladas barbas en esta ocasión, lo que se nos antojaba una metáfora de que «Animalia Lotsatuen Putzua» ya ha envejecido en directo y la banda necesita descanso y regeneración. Pero como seguramente sólo era una coincidencia, disculpen la digresión. La cosa comenzó reposada, seca, áspera, como suenan algunos de sus temas antiguos sin cuerdas. Pero lo cierto es que también parecía culpa de un sonido flojo, en el que las guitarras no tomaban cuerpo del todo. Un arranque a medio gas que se animó en ritmo con esa agresiva y frenética apertura de su última obra y continuó por los surcos de guitarra más psicodélicos de «Gordintasunaren Otordu Luzea».
El concierto avanzó con corrección pero quizá la maldita expectativa, el querer siempre más, convertía este en un concierto más de los irundarras, no al nivel de sus mejores actuaciones, ni por tanto digno de cerrar una gira suya. Aunque qué duda cabe que aunque sólo fuera por su presencia escénica, no ya en número sino en arrojo, tanto en movimiento disperso como recogidos en torno al núcleo de su doble batería, por ese espectáculo crudo de luz inmóvil o por recurrir a clásicos como «Hemen ez naiz gelditzeko baina» en un setlist siempre inesperado en contenido y orden, la experiencia ya estaba mereciendo la pena.
Y por fin, llegó el momento especial de la noche, el guiño que todos esperábamos como broche a una gira ya histórica dentro de la música euskaldun y también del rock estatal. Y no pudo ser más emotivo, apareció a escena el miembro en la sombra de Lisabö, el que inunda su música de poemas desoladores pero que no pisa físicamente los escenarios. Esta vez lo hizo. Martxel Mariskal salió con un puñado de hojas dobladas a recitar sus palabras, recordando el bombardeo de Gernika e introduciendo referencias a antiguas canciones de la banda, mientras esta tejía una trama de ruido más sutil que nunca para acompañar el momento con desasosiego. Enlazó su recitado inicial con el de «Ez Zaitut Somatu Iristen» y se fue no sin antes compartir muestras de afecto con los músicos. La felicidad en las caras de la banda, al completo, fue patente y qué duda cabe que marcó un punto de inflexión en el concierto, insuflando energía a esa máquina de entrañas que es el sexteto. Perdón, el septeto.
Ese «Norberak badu bere haria korapilo hontan…» fue el acicate mágico para desatar verdaderamente a los mejores Lisabö, y a partir de aquí fue todo gozo, en forma de rabia casi lacrimosa, a veces más contemplativa, otras más punk y entrando por fin en los territorios de «Ezlekuak». Si no me equivoco fue precisamente en «Alderantzizko Magia» donde una parte del público, que parecía tomarse la despedida con un extra de elemento festivo, decidió agacharse para levantarse de golpe con el subidón instrumental, algo que sin ánimo de ser borde, se me antojó tan impropio en un concierto de Lisabö como invadir el escenario en más de una ocasión a pegar botes o subirse a las escaleras para demostrar ser más fan que nadie, gesto que quizá a los espectadores de detrás no les parecería tan divertido. En fin, una sensación un poco extraña, aunque por suerte en la parte musical no podemos hablar sino de excelencia y de entrega salvaje.
Un par de pelotazos de «Ezarian» en vena: uno, vibrante y agitado; otro, arrastrado y emocional e hicieron un más que merecido parón dejando los ánimos no encendidos, a punto de ebullición. Aprovechamos para coger aire y compartir la impresión de que sí, lo habían conseguido una vez más: impactar a gente que ya les ha visto unas cuantas veces sólo contando esta gira. Y aún esperabamos el «Así, así, así eskukada», como les pidieron algunos de estos fans tan jotescos en su mayor momento de gracia. Tras hondos agradecimientos al público y a toda la gente que hizo posible el concierto desataron «Oinazearen Intimitatea», el tema más catárquico de «Animalia…» y el que nos permite siempre corear entre espasmos su título. Y entonces sí, «Hazi Eskukada», ese curioso fenómeno del «single aclamado» para una banda ruidosa y con un sonido ya tan característico. No tendrían por qué tocarla pero estaba claro que no iba a fallar en su despedida. Un final muy celebrado y en perfecta comunión con el público que culminó con toda la banda en torno a las baterías, tocando los platos, Karlos subido a una y Javi directamente derrumbándose sobre ellas. Destrozo tras el que, entonces sí, procedía la clave festiva y hasta algún que otro baño de cerveza.
Sólo resta decir que, si las expectativas de hace dos años cuando empezábamos a tener noticias de que la banda preparaba disco parecían desorbitadas, han conseguido cerrar un capítulo con inmejorables sensaciones. Laster arte, Lisabö!