El segundo día del Kutxa Kultur volvíamos a subir con la tranquilidad habitual a ver a primera hora a los gernikeses Audience. Presentaron bastantes canciones nuevas entre el repaso que dieron a su carrera. Quizá no fuera el mejor sitio un festival para ponerlas a prueba en vez de tirar más de clásicos probados. Si que cayeron «Wide Man», «Reel to Real», «Nashville Shirts» o «In A Small Town», pero en general dio la sensación de que no fue un concierto que revelara todas sus virtudes y lejos de las mejores veces que les hemos visto, aunque no por ello tenemos mucho malo que decir, salvo tal vez algo plano dentro del folk-rock para una banda que siempre ha sido tan versátil.
En el escenario pequeño estaban luego Lou Topet con un concierto de folk lánguido en euskera que quizá pecara de lineal, sobre todo dado el amplio margen que el festival da a las bandas pequeñas para tocar (bien por eso). La próxima parada, al margen de darse una vuelta por esas encantadoras atracciones retro del parque, fueron Crocodiles. En directo su mezcla de indie-rock y post-punk fue más contundente, un derroche de electricidad que caminaba hacia la hipnótica monotonía y hasta arrancaba vetas kraut. Igual carecen de grandes canciones para subir de categoría, pero no así de feeling.
Y de allí nos fuimos a por una dosis del metalcore matemático de Cohen, que sonaron como una apisonadora en formato trío en un festival en el que ejercían de «heavies» del lote, seguramente algo desubicados por sonido y por tamaño de escenario. Alternaron temas de su reciente EP con algunas de su disco y hasta de su maqueta inicial, ante un público más expectante que entregado, aunque en las primeras filas alguno que otro se desmelenase. Y nos contaron que tras su actuación en vez de quedarse a disfrutar del festival, se iban a actuar en Tolosa, eso es entrega.
Y si Cohen sonaron potentes de volumen, como era de recibo, no pudimos desilusionarnos más cuando Doug Martsch y los suyos salían al escenario y, tras varias pruebas, comenzaban con una «Goin’ Against Your Mind» descafeinadísima a un volumen que invitaba casi más a imaginarsela que a escucharla. Cuando no a hablar con el de al lado y aprovecho estas líneas para reivindicar una vez más que a estar de charleta con tu grupo de amigos se vaya la gente detrás. Porque mira que el cartel del día no estaba precisamente orientado a los grupos de moda, pero la pose en algún que otro asistente era más que notable.
O a lo mejor es que no quedaba más remedio que fijarse en estas cosas mientras el concierto de Built to Spill se nos escurría entre las manos. Después el sonido mejoraría, pero quedó lejos de la perfección y la actuación así muy tocada. Si ya a la recortada duración de festival le sumas estas incidencias, da el resultado de que para muchos el concierto más esperado del día fue una desilusión que personalmente sólo me alegró la presencia de una «I Would Hurt a Fly» con cuya presencia no contaba. Por lo demás la clase de la banda queda fuera de toda duda, nos regalaron tanto momentos rebosantes de felicidad como esos alocados solos de Martsch, aunque fue una pena que dado el tiempo, no pudiéramos disfrutar de ni una de las múltiples versiones que tocaron en otros conciertos españoles (Pavement, Metallica, The Smiths, e incluso Dinosaur Jr.). Lo pillo con los festivales grandes, pero en los de este tipo aún a día de hoy no comprendo que las bandas grandes no tengan el mismo tiempo que en sala. Cerraron con una imprescindible «Carry the Zero», pero seguramente para cualquier fan lo mejor sería los temas algo más aleatorios que cayeron por la mitad.
Al despedirse Martsch emplazó a todos a que fuéramos a ver a sus colegas Disco Doom. Menuda idea, dado que en el llamado Teatro Escondido sólo caben 70 personas e incluso corriendo, conseguimos entrar por los pelos. Se trata de una estancia con techo y asientos, una suerte de caverna civilizada que con la música de Disco Doom se volvió algo más primitiva, ya que la hicieron temblar a base de noise e indie-rock en el, por elitista que suene, seguramente mejor concierto del día.
Y tocaba entonces ver a Dover supuestamente tocando el «Devil Came to Me». Digo supuestamente porque sí, cargan las tintas en ese disco, pero ahí cayeron temas de sus cuatro primeros discos. Y sonaron bien, dentro de lo que cabe, instrumentalmente más que correctos y la voz de Cristina pues más o menos como la recordábamos, con todo lo que eso supone. Cayeron singles y no tan singles, pero claro, la gente estaba esperando a la «Serenade» y la «Devil Came to Me» de turno. Y en este caso me parece lo correcto. Porque si bien es ridículo negar que Dover escribieron buenas canciones, sus contradictorios vaivenes nos han traído hasta aquí. Tomarse a la banda demasiado en serio es algo que ya no parece posible, así que simplemente disfrutemos la verbena lo mejor que podamos.
Mientras la de Dover tenía flechazos con fans que le enseñaban las tetas y le tiraban sujetadores (?), al parecer Napoka Iria, sufrían tal vez el mayor problema organizativo de la jornada y su actuación fue retrasada para, posteriormente hacerles terminar a medio set. Aunque no pisaríamos ese escenario hasta después, con Bobby Bare Jr. y sus canciones tristes y deprimentes desde Nashville como él mismo dijo, aunque el humor y desparpajo de la banda decían otra cosa. Folk-rock de corte alternativo y con mucha presencia de ese teclista que nos recordaba a Ignatius que triunfaba desbordando el segundo escenario.
Dinosaur Jr. eran los encargados de cerrar el festival. Una elección que tanto podemos calificar como buena, ya que se encuentran entre los pocos grupos unánimemente favoritos de nuestra web y a la vez sabemos que la alegría de la huerta precisamente no son en directo. Viendo a J. Mascis pasearse por los escenarios con esas pintas continuas de «recién levantado de la siesta» ya sabíamos que la cosa no iba a ser muy diferente, pero al menos esta vez estaba Murph a la batería, al que no pudimos ver en el pasado Primavera Sound.
Precisamente el setlist no varió demasiado de aquel y es que pese a esta merecida fama de ir a su bola de la banda lo cierto es que cargan el set de hits. Así entre muy bien recibidos temas nuevos como «Watch the Corners», «Don’t Pretend You Didn’t Know» o «Rude», esta última con Lou Barlow a las voces, no pestañean en meter «Feel the Pain», «The Wagon», «Start Choppin» o su eterna versión del «Just Like Heaven», entre otras perlas de su repertorio que por supuesto son interpretadas con el mismo pasotismo por parte del líder de la banda. Mientras, paradojicamente un provocativo Barlow grita al público que a ver si lo pasa bien y ante la afirmativa respuesta, reincide diciendo que no lo parece. Parte del cómico juego de esta extraña pareja del indie-rock.
Obviando esas personalidades que ya no parece que vayan a cambiar, el concierto echó en falta un poco más de volumen y sí, mayor complicidad del público en general. Pero eso me temo que no es algo exclusivo de la banda sino del contexto temporal. Yo cada vez que escucho «Freak Scene» en directo no puedo evitar acordarme de cosas como esta mientras me veo bailando rodeado de gente estática y no necesariamente por la edad. No sé a dónde fueron a parar los pogos de los 90, pero esta es otra historia.
Total, que la segunda jornada del festival podemos decir que tenía un cartel acertado, una puesta en escena algo accidentada en lo musical que se vio contrarrestada por las virtudes intrínsecas del festival, su carácter dentro de lo que cabe familiar y su fantástico entorno. Parece que el tema aforos hay que controlarlo un poco más, aunque afortunadamente la segunda jornada no hubo grandes problemas. También sabemos que vivimos en la era del smartphone y demás, pero si no se quiere gastar en repartir horarios y que acaben por los suelos, que me parece correcto, un cartel en grande al lado de los escenarios es una solución bien fácil o de lo contrario, rápido y DIY, unos folios pegados en puntos estratégicos del festival. A veces es tan fácil mejorar cosas como ponerse en la piel del espectador que llega a un festival.