Aunque para nosotros la música es tan importante como el comer, no dejan de saltarnos las alarmas cuando, con una excusa musical podemos visitar una ciudad y disfrutar de lo que tiene que ofrecer. El Faan Fest, pequeño festival orientado al punk y el rock n roll y montado al calor de las fiestas de Oviedo, fue para nosotros y para muchos más, la mejor campaña turística imaginable. Unos Bad Religion muy bien respaldados eran el reclamo para descubrir San Mateo, la gastronomía ovetense y lo afable de sus gentes. Estos condicionantes fueron los que hacen que nos diera algo menos de pena no llegar a tiempo para las bandas locales, especialmente a unos Acid Mess de los que poco dudábamos. Están como quien dice empezando y seguro que pronto les veremos de nuevo.
Así que accedimos al recinto coincidiendo a tiempo para Imperial State Electric, la banda en la que Nicke de Hellacopters derrocha energía rockera, con temas menos insignes pero la misma entrega. El sonido tuvo sus rachas y los suecos sufrieron problemas técnicos que denotaron, pese al pedigrí, su condición más de banda underground que de estrellas del rock. Con todo sacaron adelante un notable concierto pese a estar algo alejados de las coordenadas del punk-rock angelino de los cabezas de cartel.
Los que sí estaban más en esa onda eran sus compatriotas No Fun at All, banda de voluble trayectoria (va por su segundo retorno) que volvía a Oviedo a escenificar su reunión. Y lo hicieron con una batería de temas de hardcore melódico a piñón, con momentos más coreables y otros más oscuros, que apelaban a las nostalgias de unos cuantos asistentes, especialmente los más creciditos y con un cantante algo estático al frente (algo que los fans aseguran que siempre fue así).
Y es que el Faan Fest no parecía festival para jovenzuelos, aunque haberlos los hubo, pues el punk-rock nunca muere. Que se lo digan a las barbas de Eddie Spaghetti y sus Supersuckers, que dieron un repaso a una trayectoria que arranca a primeros de los 90 y que no sólo va de Arizona a Seattle, sino que bebe de numerosas fuentes del rock y el country americano. Afortunadamente venían acentuando la primera faceta para dejarnos lo mismo clásicos como «Good Luck», «Creepy Jackalope Eye», «Rock ‘n’ Roll Records (Ain’t Selling This Year)» o «Pretty Fucked Up» que su reciente versión del «Never Let Me Down Again» de Depeche Mode. Más acertados en el punk-rock y sus acercamientos a Social Distortion o hasta Motörhead que cuando coquetean con un hard-rock más clásico, está claro que «la banda de rock n roll más grande del mundo» no son, menos cuando sólo cuentan con dos de sus miembros originales, pero la diversión no se la quita nadie.
En cambio Bad Religion sí que pueden jactarse de ganar en muchas cosas. Fueron pioneros del underground angelino en los 80 y los padres de todo el hervidero del hardcore melódico de los 90. Y aunque su alineación haya sufrido un nuevo golpe con el reciente abandono de Greg Hetson (sustituido por un Mike Dimkich de The Cult, preocupado de clavarlo sobre el escenario), son una banda que se niega a vivir de las rentas y que está presentando nuevo disco. Un «True North» que ya presentaron a comienzos del verano por el país, lo que hacía algo extraña y exclusiva esta fecha, al margen de su gira europea. Al final los fans respondieron y el Faan Fest fue un éxito entendemos que gracias al tirón de tan querida formación.
Pues ellos también debieron tomárselo como algo especial, ya que despacharon un dilatado set de 34 temas que comenzó algo frío con algunos de reciente hornada pero a la cuarta ya encendió la mecha con una «Stranger than Fiction». Así se fue esbozando un set que alternaba lo más granado de su presente, recibido con respeto pero también con reservas, con hits tan grandes como «21st Century (Digital Boy)», «Recipe For Hate», «Come Join Us» o «No Control». Todo en un clima de mucha comunión con el público y tremenda energía en las figuras de Graffin, Bentley y Baker, rockeros a los que puede que se les note la edad en el físico, pero difícilmente en la entrega.
La cosa se resolvió así hasta que la proporción de hits en el set tendió inevitablemente a infinito sin ofrecer tregua desde «Punk Rock Song» hasta «Infected», afamados singles de los 90 que emparedaron seminales machetazos provenientes de su insigne «Suffer». Estaba todo preparado para unos bises marcados por los oscuros compases de «Generator», su tema más reciente de las dignas de cerrar un recital suyo, «Sorrow», y el sumum de lo coreable, «American Jesus» con las dejaban a todo el público satisfecho sin discusión alguna. Pero, sorpresa, muchos no contaban con que la banda regresaría a pulverizar sus propias marcas con una «Atomic Garden» que se guardaban en la recámara. Más coros, pogos y saltos para despedir a una banda por cuya música no pasan los años y con un culto a la altura.