Con la música como coartada, y el vino como estrella de excepción, este sábado 27 pudimos disfrutar en Madrid de la segunda edición del Eno Festival, un evento que en su búsqueda por rejuvenecer el sector del vino nos regala una nueva sesión de la mejor música independiente en todas las vertientes en que esta se divide. Y quizás esta característica es la más destacable, y el mayor acierto del Eno Festival, unida claro está, a esa vocación por tratar de demostrar que el vino y la música no están para nada reñidos pese a lo que podría hacernos pensar el hecho de que sea casi imposible encontrar salas de conciertos donde tomarse una buena copa de esta bebida. En Eno Festival ocurre todo lo contrario, y de esta forma podemos encontrar productos vinícolas en todas sus versiones, de igual modo que encontramos folk, tecno pop, rock emocional, o puro y simple rock&roll. Y es que ya se sabe que en la variedad está la diversión.
Y desde luego si por algo destacó el festival fue por esto mismo, por su diversión. La cosa empezó temprano con conciertos a los que no pudimos asistir de los cántabros Templeton, y del cantautor madrileño Luis Ramiro, pero que nos cuentan que funcionaron a la perfección como apertura para una tarde llena de los más diversos aromas musicales. Para media tarde asistimos a la actuación de Alondra Bentley, una encantadora hispano-anglosajona que con su dulce folk-pop adornado de los elementos jazzies que aportaban al piano y los vientos Nacho Ruiz y Pepe Andreu, encandiló a los que atendieron a su directo alejándose por un rato de esas barras repletas de los mejores caldos. Incluida en la ola de cantautoras que comandan Russian Red, o Anni B Sweet, Alondra demostró poseer una voz cercana, tierna, y de gran belleza, y pese a que siempre estará más cómoda en recintos más íntimos, defendió con soltura su directo.
Tras su actuación, y la obligada cata de turno, comenzaba el que para un servidor era el plato fuerte del festival, McEnroe. Los vizcaínos se presentaron en un formato reducido que sin embargo escondía sorpresas muy agradables. Comandados por su cantante Ricardo Lezón, al que apoyaba una segunda guitarra eléctrica, McEnroe nos estremecieron una vez más con la demostración de que una buena canción, cuando lo es, funciona de igual modo arropada por una banda que en su versión más minimalista. Y si además cuentas con la aparición de Miren Iza (Tulsa), colaboradora de la banda en etapas pasadas, y que aportó su bella voz en varias composiciones como «Otras Vidas» o «La Noche de San Juan», la cosa no podía decepcionar. Junto a estas, las otras piezas interpretadas por los dos miembros de la banda presentes en el Cículo de Bellas Artes madrileño se acercaron bastante a su último disco “Las Orillas”, Lp que sin duda los ha aupado a los primeros puestos del indie nacional. Cayeron «Arquitecto», «La Cara Noroeste», o la algo más positiva «La Marea», y con esa propuesta colindante con el slowcore más personal, dieron un auténtico recital a la hora de expresar los sentimientos más profundos y sobrecogedores en piezas más antiguas como la siempre sublime «Tormentas», o «Los Valientes». Con ese punto dramático que tanto nos gusta cuando se torna sincero, McEnroe se ganaron a un respetable que por un momento se olvidó del vino y se dejó llevar por las canciones de los Getxotarras.
Tras ellos un giro total en actitud, esencia, y sonido para dar paso a esa excéntrica pareja que forman Cárlos Ballesteros y Genís Segarra en Hidrogenesse. No esconderé que no soy fan ni del tecno pop en general, ni de este dúo catalán en concreto, pero cuando su último álbum fue aupado a disco del año por revistas cabecera de este país, entiendo que algo deben hacer bien en las coordenadas conceptuales de este género. A mí se me escapan sus bondades, pero el también líder de Astrud, junto a ese carismático y peculiar frontman que es Ballesteros, hicieron bailar y vibrar a unos fans que algo beodos ya a estas horas, disfrutaron de ese pop electrónico que los catalanes promulgan.
Y como cierre de fiesta vuelta al rock de guitarras con Layabouts. Los madrileños llevan cerca de una década dando guerra y su música encajaba de forma perfecta para acabar un Eno Festival que sin duda ganó con el cambio de recinto del Palacio de Vistalegre al Círculo de Bellas Artes, y al que deseamos que se consolide en años futuros como una nueva fecha imprescindible en el calendario festivalero de la capital. Que siga corriendo el vino, y que además lo haga con buena música de fondo, debe ser algo que todos debemos apoyar de aquí en adelante.
FOTOS: TAIDE MARTÍN