Hay noches de concierto en las que la sorpresa no hace acto de presencia. Y sin embargo, es totalmente para bien. El cartel doble de Cracker y Marah en el Kafe Antzokia prometía una suculenta noche de rock que iba a contar, inevitablemente con el desmadre de los de Philadelphia y con el «savoir faire» de los de California. Dos formas de ver el rock n roll con muchos ingredientes de la música folk, ambas americanas hasta el tuétano (si una banda llevaba lap steel, la otra llevaba pedal steel!) y sin embargo mostrando visiones diferentes. Las dos costas se batían en un duelo en el que ganaron la música y el público asistente.
Con una puntualidad tremenda y pocas veces vista, pero muy agradable, Marah abrieron fuego. Ahí estaban de nuevo los hermanos Bielanko. Dave, con esas pintas de vagabundo, chaquetón y gorro con las gafas de sol posadas encima. Serge, con su camisa y chaleco, siempre con la armónica a mano.
Marah son una de esas bandas llamadas a ser de las más grandes del rock que por circunstancias vieron truncada esa ascensión. Poco después del aclamado «Angels of Destruction» (2008), Serge dejaría la banda y no sería hasta 2015 que se «reunirían» si bien Marah nunca habían dejado de tocar y grabar. Es normal que parte de su público se viera confundido o perdiera interés por la errática deriva de la banda. Algo que se mostraron deseosos de cambiar, ya que prometieron encerrarse a grabar nuevo material, volver para presentárnoslo y «quedarnos aquí para siempre».
Así de buena fue la conexión, una vez más, con el público bilbaino. Si bien es cierto que es difícil resistirse a la mezcla de folk-rock rudo y sudoroso espectáculo que ofrece la banda. Si ambos hermanos se pasearon entre el público como quisieron, a mitad del concierto tomaron el centro del gallinero para tocar desenchufados unos temas, sólo guitarra, armónica, pandereta y maracas. Algo que por cierto resultó tan simpático como excesivo en duración. Pero en fín, con sus pegas, ofrecieron un concierto de alta intensidad festiva que nos hizo plantearnos si Cracker debían tocar antes o después.
CRACKER Y LA EXTREMA CONEXIÓN
No se me entienda mal, por repertorio y trayectoria, Cracker tenían todo el derecho a sobresalir más en este doble cartel. Sin embargo, los californianos, dentro de sus altibajos sonoros, no parecían precisamente la banda sonora del desmadre. En cualquier caso, la banda de David Lowery y Danny Hickman se ha ganado el cariño de los fans y se la ve viviendo una especie de nueva era dorada, al menos por estos lares ya que parece que en Estados Unidos no corren igual suerte.
Hablamos de un directo sobrio, en el que prima su repertorio, en el que pese a los años no dan la espalda a su pasado, con continuos giros del preciosismo folk al retorcido rock alternativo de los 90. No faltaron la grungera «Low» ni la coreadísima «Euro Trash Girl». Tampoco un par de referencias a Camper Van Beethoven, banda primigenia de Lowery como son la versión de «Take the Skinheads Bowling» y la reinterpretación a su vez de Status Quo «Pictures of Matchstick Men». Momentos de agitación rockera que se vieron matizados por otros recodos más tirantes al soul.
La sala respiró versatilidad, americanismo progresista y sensibilidad musical a base de intuición y destreza y desechando los alardes. Todo esto no es puntual, ilustra a la perfección lo que ha sido la carrera de una banda de perfil discreto, infravalorada y eclipsada por propuestas más impactantes o efectistas, pero que aquí sigue y cuando se le da la oportunidad en directo se crece de forma increíble. Un par de rondas de bises dieron testimonio de lo a gusto que la banda estaba sobre el escenario, algo que, de forma emocionante, constataría el propio Lowery horas después en su Facebook.
«As a songwriter and a performer, I spend a lot of time playing shows. And as you can imagine you don’t connect with the audience on every song every night. Or you only connect with some of the audience. And that’s okay. Cause other songs other nights you make a connection with the audience and then I get weak in the knees and feel like I’m gonna cry for a moment. These are immensely rewarding moments.
But on the dark side, I often find myself questioning why songs that I think are some of my best songs, best performed by the band and should connect with the audience don’t ever. Sure there are three or four people up front that get it, but most people are talking or looking at their phones.
This has been happening for some time with the song Almond Grove from our last record. It’s gotten to the point that I almost dread playing it. I don’t know maybe it’s too quiet, too dark, maybe it’s a hard one to mix if room isn’t right, someone is too loud, or tonally we don’t have a pocket for the vocal and lyrics to fit. Or people just don’t listen to cracker words, unless it’s one of those “big” choruses. I suppose it’s hard to expect people listen to a song that is all about the verses. And rather dark verses at that. Who knows. But it has never once got the reaction that IMHO it deserves to get.
Until tonight in Bilbao, I finally got that moment of connection with the audience on Almond Grove. Holy fuck. That’s all I ever wanted when I got in a band. The moment we started the song you cheered. Then your hearts sang along, raised your voices to the chorus and many had tears streaming down your faces. I though I was gonna start crying myself and not be able to finish the song. Kafe Antzokia audience May 6th 2017 you killed me. Thank you. I will be forever humble. I can retire now. Eskerrik Asko.»