/Crónicas///

El segundo día del Azkena concentraba la mayoría de los reclamos del festival, al menos desde nuestra humilde perspectiva. Y aunque nos tachen de raros, dos grupos estatales y uno casi, se contaban entre lo mejor del día y del festival. Hablamos de Willis Drummond, Lisabö y Lüger, pruebas vivientes del nivel que hay por aquí, el de bandas que tocan todo el año y a las que ya hemos podido ver varias veces en sala. No es chauvinismo, es que hace falta normalizar la situación de las bandas de por aquí y que muchos comiencen a valorarlas igual que a las de fuera.

Antes, vamos a mencionarlo, tuvimos la ocasión de ver a Charles Bradley en la Plaza de la Virgen Blanca. Un acierto siempre estas propuestas diurnas abiertas al público y en un enclave como el de Vitoria, se acoplan a las mil maravillas. Este genio del soul que nos ha empezado a llamar la atención recientemente pero de forma fulgurante desenvuelve su magia mejor en recintos pequeños que le permitan conectar mejor con el público, pero con esos movimientos sensuales y ese arrebatador carisma mantuvo a la multitud tostándose al sol para bailar ese soul-rock cadencioso, que coronó con su celebrada versión de «Heart of Gold».

Aparte de eso, este año los horarios de apertura eran más tardíos, lo que permitía esquivar el excesivo calor de primeras horas y es que los cambios entre máximas y mínimas del festival suelen ser sonados. Así comenzaron Willis Drummond en la carpa sobre las 18:00. La formación vasco-francesa tuvo un sonido muy mejorable pero el torbellino que son en directo se lleva todo por delante. Con su actitud de siempre, bienhumorada e hiperactiva desgranaron ese cancionero de rock alternativo y post-hardcore que a nosotros nos suena ya a clásico. Como tampoco tenían tiempo para mucho, tiraron por su lado más punk, sin faltar trallazos del calibre de «Ez Da Dudarik», «Haustura» o «Nun Gaude».

La familia Bidehuts estaba de fiesta porque justo después llegaban los mismos Lisabö al escenario grande. Tuvieron problemas técnicos importantes y es que, tras verles en el Primavera, volvieron locos a los pipas una vez más. Cualquiera diría que llevan su equipo tan al límite como sus propios cuerpos. Y es que, sin ser lo que podrías llamar una banda punk, desde luego el sexteto, especialmente sus vocalistas se juegan el tipo en cada concierto, con Javi gritando sin micro y dejándose la garganta en todo un festival y otras veces de la forma más inconsciente posible. Con «Hemen naiz ez gelditzeko baina» del Ezarian ofrecieron un concierto que después se encaminó más a su presente y que creció no sé si en intensidad pero sí en comunión con un público que de todos modos se mostraba en parte muy ajeno a lo de los irundarras. Y es que venir a ver la fiesta del rock de Ozzy y encontrarte con la destrucción física y moral de Lisabö tiene que ser una curiosa tortura. Sin llegar a las inenarrables cotas del citado Primavera Sound, finalizaron otro concierto de mérito, con anécdota. El piñazo que se dio Karlos Osinaga precipitándose al suelo con el pie de micrófono fue de lo más espectacular, como si la fe en la música y en el momento le hiciera inmune a todo. Por lo demás, qué decir ya de la máquina del ruido que son, con su doble batería y su doble bajo.

Nos es imposible tras algo así tomarnos demasiado en serio el más que correcto concierto de los escoceses Gun. Imitando ese rock americano que busca el himno, que agrada y no molesta, la banda tiró sobre todo de esos hits de los 90 y en el fondo dio lo que se esperaba de ellos. Un concierto de rock verbenero para que los fans coreasen. Más interesante parecía lo de The Amazing con su rock psicodélico de cariz muy relajado y notable clase. Siempre viene bien algo así para desaturarse de watios.

En cambio a Rich Robinson no se le notó la casta tanto como debería. El guitarrista de Black Crowes ofreció un concierto de blues-rock más bien lánguido que, si bien no intenta hacer sombra a su banda de toda la vida, se nos hace inevitable comparar. Un concierto más para fans en un recinto recogido que para entretener a la multitud del escenario grande.


APOSTANDO AL NÚMERO 3

Ataviado con un penacho de plumas apareció Zakk Wylde en escena capitaneando esa banda que es Black Label Society en la que nadie le hace sombre y que le permite focalizar la atención como guitar-hero que es. Curiosa indumentaria, ya que si algo representa Wylde es el vaquero americano, pasado a motero por el poder del rock. El poder que simbolizaba esa irreal pared de amplis, al modo de unos Slayer. Contentó desde luego a la gran horda de fans que poblaba el festival. Y es que atendiendo a las indumentarias, uno diría casi que más visitantes habían llegado a Vitoria para ver a Wylde que al propio Ozzy (de cuyo show también participaría), un fenómeno muy curioso.

Decidimos no obstante movernos a Gallows repletos de curiosidad. Por ver como funcionaba un grupo de un estilo que poco tenía que ver con el resto del cartel, enfocado mayormente a un público más joven y en ese escenario 3 pequeño que ofrece una imagen algo marginal. Las tres incógnitas se disiparon para bien. Los londinenses, ahora capitaneados por un Wade MacNeil (ex-Alexisonfire) a la voz, ofrecieron un concierto de punk-rock con estética hardcore (pogos, circle pits) e incluso alguna veta metálica. El citado MacNeil fue un animador estupendo, en constante movimiento y bajando en más de una ocasión al pit. Todo ello fue acompañado de un sonido perfecto de forma que, uno de los conciertos que menos parecía pegar en el Azkena de este año salió triunfante. Ya saben señores del ARF, más punk-rock para otra vez.

Pudimos después constatar que el directo de Ozzy parecía más solvente que el que ofreció el pasado año. Tal vez por la solemnidad que daba estar supliendo la reunión de Black Sabbath, Ozzy parecía gestualmente más comedido (eso si, la pistola de agua la sacó igual) y su figura no era tan relevante acompañado de sus «friends». En todo caso, nos tocó vivir de lleno una aburrida sucesión de solos a los que alguna ley del rock debería poner un límite de bostezos máximos.

Cual herejes nos fuimos a ver a Lüger y al final, estuvimos más acompañados de lo que parecía. Poco comunicativos sobre el escenario, siempre dejando todo el poder a su música, la banda desarrolló un show que ya nos conocemos, te van haciendo entrar en harina a través de ambientes dados al mantra para después hacer explotar ese kraut de teclados vertiginosos, ritmos de chapa y fuzz. En los momentos de clímax y a tenor de los espasmódicos bailes que nos rodeaban, nos pareció que nos habíamos cambiado de festival y que estábamos en plena rave. Desde luego nos transportaron a una realidad paralela mejor, a una en la que Lüger cierran festivales y se quedan ahí tocando e hipnotizándonos hasta las 7 de la mañana.

UN CIERRE ALGO DESLUCIDO

Continuó la psicodelia, pero esta vez el viaje fue descendente. Alabamos a The Mars Volta como los que más, incluso nos parece que su último disco trae ideas frescas para la banda, pero basar tu repertorio de forma tan brutal en él, es todo un suicidio. Sobre todo porque ni siquiera se ciñeron a los temas más directos, no exageramos al decir que hubo momentos realmente duros, pese a los destellos de genio que veíamos sobre el escenario. Por si fuera poco, el tono relajado del setlist daba pie a un Cedric menos alocado del que conocíamos, con menos bailes estrambóticos aunque eso sí, vimos a un Omar en su salsa, alejado de la imagen que ofrece en los reunidos ATD-I. Finalmente tuvieron a bien recuperar dos de sus hits, «The Widow» y «Goliath», pero se nos hizo muy insuficiente. Tristemente, si The Mars Volta van a seguir esta senda de setlists, prevemos que las ganas de verles, así como su caché va a bajar mucho. Lo peor es que seguro que a ellos les da igual mientras puedan seguir haciendo el marciano por los escenarios.

Tampoco fue Danko Jones encargado de darle un final al festival como se merecía. Aquí no fue cuestión de setlist nuevo que valga, sino de sus ya míticos y cargantes speeches. Si, es simpático lo de Dan Cojones, pero no hace falta dedicarle 15 minutos al asunto, ni a lo de la horchata, ni a decir tonterías a alguien del público. Cualquiera diría que lo único que cambia de su discurso en cada visita (y no son pocas) es la lista de rockeros fallecidos en cada temporada. Mira que disfrutamos cuando toca su rock simplón, melódico y lleno de riffs pegadizos, pero es que le gusta el micrófono más que a un tonto un lápiz.

Resumiendo, una jornada en que las propuestas más humildes, las locales y las del escenario 3, aglutinaron lo más interesante.

Contenido relacionado

15 de junio de 2012