/Crónicas///

Para su segunda edición en Sevilla, la organización de Monkey Week ha aprendido de varios de los errores de la precedente en cuanto a administración de espacios y horarios y ha conseguido organizar una edición realmente cohesionada y fluida. Han desaparecido escenarios que podrían considerarse redundantes o poco aprovechables por distancia del centro de la Alameda y se ha potenciado la programación de los inmediatamente circundantes; creándose así claramente un ‘Monkey Week de Día’ en el entorno de la popular plaza y uno ‘de Noche’ situado ya en los escenarios de las salas X, La Calle y Even.

En contra, siguen colgando unos cuantos flecos que hay que pulir. Uno en cuanto a la mala sonorización de determinados escenarios, algo comprensible cuando el número de conciertos sobrepasa con mucho el de salas adecuadas; y otro, el gran talón de Aquiles del festival, que tiene que ver con las quejas sobre exceso de ruido de parte de ciertos vecinos de la Alameda. A pesar de la adecuación de horarios (comienzo más tardío y fin más temprano del escenario principal) la solución parece seguir sin satisfacer a la parte afectada. ¿Eterno debate entre la Sevilla clásica y la moderna o realmente un problema de salud pública? El debate, lamentablemente, sigue estando servido…

 

JORNADA DE BIENVENIDA

Con la feliz apertura de la pista Happy Place ya desde este primer día, uno de los principales diferenciadores de Monkey Week, se garantizó el tránsito de gente entre este espacio y el Santa Clara para así comenzar a dar la impresión de festival. En este último lugar, antiguo convento, empezamos con Núria Graham en el alucinante escenario bajo la Torre Don Fadrique. La catalana sigue enfocando su sonido hacia lo atmosférico y la languidez, satisfaciendo así a media tarde a un buen puñado de público.

Luego, en Happy Place, primera sorpresa del evento. A juego con el psicodélico y kitsch escenario, los mallorquines Zulu Zulu, algo así como unos Animal Collective disfrazados y más rockeros, hicieron bailar al respetable con su conjunción de armonías vocales, epilepsia tribalista y colorida actitud. Para cuando su colega ‘engorilado’ salió a tirar confeti y marcarse unos bailecillos, ya hacía rato que habían triunfado.

Tras un breve paso de nuevo por el patio del espacio Santa Clara, en el que el ambient de Gastman & Morgan no acababa de despegar, volvimos a Happy Place para contemplar el correcto concierto de Escorpio; joven trío que hace suyo como norma el libro de estilo del post-punk de principios de los ochenta. Aún les falta algo de rodaje, pero al menos en lo académico ya se saben la lección.

Para cuando les tocó a los locales Hi Corea!, el Espacio Santa Clara registró su primer lleno y hubo que hacer algo de cola. Parece que toda la parroquia local estaba asistiendo (y arropando) a una de las bandas insignias de la lisergia sevillana, no sin justicia. Nosotros los contemplamos un momento y nos fuimos a cenar y a prepararnos para el Apocalipsis en el Teatro Central.

 

 

EL CANTO DE LOS CISNES

Muy acertadamente, se redujo la programación en el Central a la jornada inaugural; visto que el año anterior conciertos como el de Michael Rother no consiguieron el lleno por situarse el espacio, lamentablemente, lejos de la Alameda y la fiesta.

Aún comentando la presencia de cuencos llenos de tapones y de carteles de advertencia por el volumen con respecto al concierto de Swans, entramos a ver a su telonera: Baby Dee. Cual personaje de novela de Dickens, el artista transexual entonó durante un rato un conjunto de estrambóticas piezas sobre familias rotas y hogares oscuros acompañada únicamente de su acordeón y la guitarra de su sobrino. Entrañable velada que, extrañamente o no, no desentonaba con la música de sus teloneados.

Cualquiera que se haya movido por la Península en los últimos cinco años ha tenido fácil ver a Swans en directo varias veces. Ya sea en sala o en festival, Michael Gira y los suyos han paseado bien su intenso espectáculo para regocijo de los amantes tanto de la vanguardia como del rock extremo, por lo que se merecían (y nos merecíamos) una despedida a la altura. Y no defraudaron. Quizá ya no posean ese aura de sorpresa cuando los (re)descubrimos con las gira de «My Father Will Guide Me Up a Rope to the Sky» o, sobre todo, el inconmensurable «The Seer», pero su visceral concierto sigue estando entre lo mejorcito que puede contemplarse sobre unas tablas hoy día.

Quizá lamentemos la ausencia de Thor Harris a las percusiones y metales varios, pero la incorporación de un Korg introduce unas nuevas atmósferas sintéticas a la asentada fórmula de los Swans actuales: dos horas de rock extremo, tanto en volumen como en estructura, cuyo único fin parece seguir siendo alcanzar el dolor en todos los planos guiados al milímetro por su líder. Algunos se quejaron de que no sonó suficientemente fuerte, otros que empezaron antes de tiempo y que no tocaron el tiempo anunciado; pero la verdad es que la mayoría nos quedamos con la sensación de haber dicho adiós a un segmento importante de la historia del rock contemporáneo. Gracias Señor Gira. Gracias Swans.

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12 de octubre de 2017