Tiempo se ha hecho esperar este segundo disco de los gallegos Triángulo de Amor Bizarro. Su brillante debut fue tan alabado por el sector crítico que uno no sabía si iban a superar el tirón y la espera no daba buena espina. Incluso podría esperarse una temida madurez que arruinara su espíritu expeditivo dentro del pop hiper-ruidoso.
«De La Monarquía a la Criptocracia» fue una presentación del disco luminosa, radiante, una gran canción, utilizando el potencial melódico de la voz de Isa que sin duda les acerca al pop. Pero al mismo tiempo, se puede ver como una especie de cebo que utilizan para atraer a la gente hacia su embudo de ruido. Bienvenida sea la treta. Algo de función lubricante tiene el comienzo del disco, porque el segundo corte «Amigos del género humano» recoge otra melodía perfecta y rápida, como los hermanos Reid tocando su languidez y distorsión al ritmo punk de los Ramones y Kevin Shields enredándolo todo. Irresistible.
Y a partir de aquí prácticamente se acabaron las concesiones a las melodías más o menos azucaradas. El festín lo abren los riffs flamígeros y supersónicos que resuenan en la electricidad furibunda de «La Malicia de las especies protegidas». Dentro del ruido afloran como de costumbre, oscuridad y psicodelia. Una tónica que domina el disco y que tan sólo deja al oyente descanso para respirar en «Super Castlevania IV», una balada, romántica a su retorcido modo y de los pocos momentos que nos hacen pensar en los otrora inevitables hermanos Reid, tanto porque se han ido desmarcando de ese sonido como porque el grupo ya tiene entidad propia.
Pero si algo tendría que destacar del nuevo disco de TAB es que parecen más una banda de rock que nunca. Y es que no sólo crean riffs ruidosos sino sólidos, algunos al nivel de los que podría sacar uno de esos grupos que sigue las enseñanzas de Black Sabbath, solo que a sus conocidos compases de vértigo. Porque «El radar al servicio de los magos» o «El Culto al cargo o cómo hacer llegar el objeto maravilloso» que casi parece empezar como un tema de Queens of the Stone Age, tienen un innegable poso de rock setentero. Que se mezcle con kraut, con shoegaze, etc. ya es otra cuestión, pero esas guitarras oscuras, psicodélicas y obsesivas están ahí y dan vueltas al oyente en su marmita de reverb.
La hipnosis por supuesto sigue siendo seña de identidad y a ella se entregan especialmente en algunos cortes. En la silente (en realidad ruidosa, pero silente en comparación al resto del disco) «Muchos Blancos en todo los mapas» lo hacen a través de la historia divagante que nos cuenta Rodrigo. En «El Baile de los caídos» crean otra de esas espirales de monotonía obsesiva y esta vez es Isa la que toma el camino del susurro al estilo Kim Gordon. Y sin duda la que más nos introduce en mundos irreales es «Año Santo», con su tono escalofriantemente grave y sus coros fantasmales.
La música de Triángulo de Amor Bizarro es un caso bastante extremo de amor u odio. ¿Adictivos o insufribles? Yo me quedo con lo primero aunque se me ocurre que debe haber bastantes decepcionados por el triunfo inequívoco de la faceta ruidista del grupo en su evolución. Pero de lo que no me queda ninguna duda es de que han conseguido desarrollar su personalidad, salir a la superficie y no dejarse ahogar en el remolino de influencias. Al margen de la simbología religiosa, Año Santo es efectivamente, «como un río de agua viva», que arrastra con la corriente suciedad, tierra, matorrales y animales muertos.