Hay que tener bastante integridad para dejarlo en lo más alto como hicieron Sleater-Kinney. Tras más de una década forjándose una sólida carrera en una especie de segunda línea del indie, más por repercusión que por calidad, en la que parecían sentirse cómodas, acabaron abriendo para Pearl Jam a principios de siglo y recibiendo su máximo reconocimiento popular con su álbum final, “The Woods”, visto a día de hoy si no como el mejor al menos como uno de sus mayores logros discográficos.
Ahora, tras lo que ha parecido ser un necesario tiempo separadas que Corin Tucker ha empleado en iniciar una carrera en solitario y criar a sus hijos y Carrie Brownstein en fundar y finiquitar Wild Flag junto a Janet Weiss y saltar al estrellato hipster con Portlandia, las tres Sleater-Kinney han regresado diez años después sin que parezca que las ganas y la inspiración las hayan abandonado en absoluto. Porque digámoslo claro: este “No Cities to Love” vuelve a ser una cima en su ya ejemplar carrera.
Poco más de media hora y diez canciones necesita el trío para componer un álbum sin fisuras, compacto, que va como un tiro de principio a fin. Dejando de lado los momentos más asilvestrados y descolocados de su anterior disco, del que insisto le separan diez años y mucha experiencia vital, la banda se ha esforzado en crear uno de sus álbumes más directos, en el que estribillo y ritmo lo son todo, en el que las guitarras suenan nítidas y los bajos atronadores. En el que no hay ni un cabo suelto y sí mucha sabiduría adquirida en cuanto a cómo hacerlo aparentemente sencillo, que no simple, y bien.
Ya los dos singles de presentación sirven de buenos ejemplo sobre lo que nos encontraremos en el lote completo: las bases rotundas y ningún miedo a la distorsión de “Bury Our Friends” y la perfección pop de “No Cities to Love”, de descacharrante vídeo. Y es que a pesar de que ellas clamen, con ironía o no, que aquí hay “No Anthems”, no es difícil encontrarnos a las primeras escuchas que al menos la mitad de los temas son hits guitarreros de esos que a veces cuesta encontrar hoy en día.
Y es que, ¿qué amante de las guitarras noventeras puede resistirse al riff y la melodía imbatible de “A New Wave”? ¿O al contagioso groove de “Fangless”? ¿Y qué decir del monolitismo cuasi metal de de “Fade”? En cada una de las canciones encontramos detalles, un ritmo, una inflexión, que hacen que no caigan en la evidencia pero que a la vez no abandonen la senda de la accesibilidad. Y ése es quizá el mayor triunfo de un disco como “No Cities to Love”, algo que me parece sólo a la altura de los grandes.
Sleater-Kinney se han desmarcado con su regreso con un discazo, por si no había quedado ya claro. Una obra que apuesta por temas de estructura clara, que no fáciles, que reivindica el clásico formato de power-trío y pone en crisis el modelo actual en el indie de temas a medio hacer en pro de una experimentalidad forzada de estudio no siempre al alcance de todos. Ellas han manejado muy bien su década de silencio, esperando al momento oportuno para lanzar sobre la mesa un irresistible paquete con la palabra CANCIÓN escrita en el dorso. Y de lo que hay dentro no nos cansamos.