El que nos ocupa es quizá el disco de rock más polémico del año. Situémonos en el caso de Refused, la banda que se despidió hace años con un manifiesto triunfal de anticapitalismo y antimercantilización de la cultura jurándonos por el Ché Guevara que jamás iban a sucumbir a la nostalgia. Uno no es que se crea ni la mitad del punk-rock a estas alturas, pero con una despedida así al menos se esperaba que no volvieran, por aquello de no quedar en ridículo. Pero volvieron, todos nos reímos de ellos desde la conexión ADSL de nuestra casa o nuestro móvil con 3G y luego algunos les vimos en directo y pensamos que bueno, que si vuelven con esas ganas, podemos correr un tupido velo a las contradicciones ideológicas.
La cosa es que la gira no se quedó ahí y pronto se anunció disco. A mi modo de ver, que un grupo reunido saque disco es una noticia coherente. Significa que has vuelto a algo más que complacer y autocomplacerte tocando canciones con las que sabes que lo vas a petar fácil. Así que ante todo, felicitar a Refused por atreverse a dar el paso. Otra cosa es el resultado que este «Freedom» arroje, que le queda bien lejos a esa obra cumbre, «The Shape of Punk to Come», con la que la banda se despidió.
En cuanto empezaron a surgir los adelantos, les acompañaron críticas centradas en que «esto no suena a Refused». Comentario un tanto errado ya que si «The Shape of Punk to Come» fue una obra destacada, no lo fue precisamente por sonar a lo que la gente esperaba. En ese sentido, copiarse a sí mismos hubiera sido el fracaso más rotundo de «Freedom». El problema no es que «Elektra» suene un poco a Tool y que «Françafrique» suene a unos Red Hot Chili Peppers de los que ya casi ni nos acordamos. El problema es que son temas que no emocionan. Tampoco son horribles, simplemente no son geniales.
Y es lo que pasa en general, que los temas son correctos pero poco más. «Dawkins Christ» suena oscura, rabiosa e incluso con aires de pulcro thrash-metal, seguramente uno de los hits más claros y directos del disco. «366» es hardcore rockista con riffs pegadizos y que avanza hacia un clima de creciente melodía y después se pierde no sabemos en qué maraña de rock seudoprogresivo. En «War on the Palaces» sacan a relucir el rock festivo de tintes souleros en una onda muy The (International) Noise Conspiracy. Todo según el guión.
¿Pero qué pasa cuando se salen de él? Pues resultados variables. Osado y explosivo resulta el collage «Old Friends/New War» mezclando un riff acústico con patrones de hip-hop, vocoder y voces pop. La escucharás la primera vez y te parecerá una aberración, pero si hablamos de reinterpretar el punk, es de lo mejor a sacar en claro de «Freedom». En «Destroy the Man», grave y con un aire de locura, parecen querer aportar un barniz de Faith No More, con resultado poco halagüeño. En «Thought is Blood» juegan a meter presión industrial entre estallidos de metal crossover. Y ya en «Servants of Death», tiran toda la vergüenza por la ventana de un décimo piso para elaborar un funk-rock electrónico que sólo sería digno en un disco de Bon Jovi. El cierre de aires siniestros de «Useless Europeans» cierra con interesante clima un disco que, si nos paramos a pensarlo, trae muy poquito hardcore.
«Freedom» es un poco pastiche y carece de fluidez. Seguramente es fruto de un trabajo acelerado para no dejar la reunión degradarse, sobre todo dado que uno de sus miembros ya fue expulsado de la banda. Es ambicioso y muestra a una banda tratando de afrontar su presente. Por contra, hace gala de una complejidad estructural de cartón piedra que desemboca en tedio. Derribado ese aliciente, la banda que criticaba la mercantilización de la música ha sacado ni más ni menos que un objeto de entretenimiento, uno que poner a tope de volumen y disfrutar un rato. Pero sin ir mucho más allá.