A tan sólo un año del vigésimo aniversario de “Dry”, su rudo e inolvidable debut, Polly Jean Harvey es ya una de las pocas artistas de su generación que puede estar orgullosas de seguir en primera línea; gracias a haber tenido una evolución natural, nada forzada, encaminada de manera coherente con sus planteamientos originales (nunca ha caído en la complacencia y siempre ha sonado plenamente a ella) ya le diera por el pop barroco, los beats electrónicos o el punk; y, evidentemente, a la calidad indiscutible de su obra, tanto clásica como reciente.
Por tanto, lejos de dormirse en los laureles tras un “A Woman a Man Walked By” (2009), disco creado a medias con su mano derecha John Parish, y que muchos ya ven como el peor de su carrera, aunque bueno en todo caso, con este “Let England Shake”, la cantautora de Bridport se las ha ingeniado para no volver a dar muestras de (insisto, poca) falta de ideas volviendo a recuperar la senda que mejor sabe recorrer: la que emprende en solitario y con total libertad de hacer lo que le plazca.
En este sentido, recupera parte de lo expuesto en “White Chalk” (2007), picotea un pelín de la distorisón controlada de “Uh Huh Her” (2004) y le da la mano a “Stories From the City, Stories From the Sea” (2000) y a los momentos más pop de su brutal etapa noventera. El resultado: un álbum redondo de pop variado, más rico en matices que su anterior disco en soledad, con un sentido lírico muy bien desarrollado, y con un hasta ahora inaudito deje funk y hasta gospel.
Esto último, la gran novedad del disco, queda patente en temas (temazos) que, a pesar del título del disco, están orientados hacia campos de maíz y coros de iglesias de madera sureños; como “The Glorious Land” o el enorme sencillo “The Words That Maketh Murder”, el mejor que le hemos oído en muchos años (apuesto a que desde «Shame»), además del gospel desbocado de “Written on the Forehead”.
Por otra parte, en la sorprendente “On Battleship Hill” y en “England”, hace gala de recursos vocales pastorales y bucólicos que la acercan a otras grandes damas del pasado y de la actualidad, como es la inevitable en estos casos Kate Bush o la ineludible últimamente Joanna Newsom. Para el resto del disco, temas en general de corte más clásico, pero que no desmerecen en absoluto, como “The Last Living Rose”, “All & Everyone” o “In the Dark Places”, que miran cara a cara a “To Bring You My Love”.
Tal como decíamos, unión de clase, genio, clasicismo y justa innovación; la fórmula mágica necesaria para que, casi sin darnos cuenta, mientras va terminando la bella “The Colour of Earth”, cantada a coro con toda la banda, lleguemos a la conclusión de que este octavo álbum es el mejor que ha compuesto en por lo menos un lustro, quizá hasta en una década si le dan la razón las sucesivas escuchas, y, sin ninguna duda, el mejor disco aparecido por ahora en este 2011. Grande. Mucho.