1991 fue un año antológico y decisivo para la música. Metallica demostraban que el heavy podía copar las listas de todo el mundo, U2 talaban a golpe de rock alternativo el Joshua Tree, Primal Scream descubrían la música de baile y daban pie a la generación rave y, por supuesto, Nirvana parían inesperadamente y con dolor el grunge. Fue un año muy movido a varios niveles dentro del mundillo, tanto que es fácil ignorar los grandes hallazgos que se produjeron al mismo nivel cualitativo en ámbitos más underground. En este caso hay que hablar, entre otros, de Slint y, evidentemente, My Bloody Valentine y su revolucionario pero aún así misterioso «Loveless», el disco que nos ocupa lugar. Y una puta obra maestra por cierto.
Este disco (segundo y último dentro de la aún así prolífica discografía del grupo irlandés durante su corta existencia) es uno de esos álbumes que salen una vez cada cierto tiempo y son únicos e insuperables en su sonido y calidad. Para poner en antecedentes al profano de forma bastante pobre, podríamos describir a «Loveless» como la confrontación directa entre los oníricos Cocteau Twins con el nihilismo ruidista de los primeros The Jesus And Mary Chain. Una combinación que podría extrañar a más de uno, pero que Shields, Butcher y compañía consiguieron hacerla tan bien que el grupo no se atrevió a hacer otro disco por miedo a ensombrecer su pasado.
La gestación de tan extraño híbrido, mezcla del dream pop más ensoñador con el noise menos condescendiente, fue complicada desde sus inicios. A Shields le costó muchos miles de libras, varios ingenieros de sonido, unos cuantos eps de prueba y mucha desesperación conseguir el sonido exacto de la música que tenía en su cabeza. El resultado condenó a la desaparición a la pequeña horda de grupos shoegazing que tímidamente pululaban por el panorama inglés en esos momentos y podría haber dado por finiquitados los experimentos ruidistas llevados a cabo por numerosos grupos a lo largo de los ochenta. Es complicado sonar más noise que que este disco.
La leyenda de «Loveless» no se ha extinguido con el paso del tiempo, sino que ha ido creciendo y ha alcanzado justamente su status de clásico, como puede comprobarse en su privilegiada posición en casi cualquier lista sobre lo mejor de los noventa. A pesar de su innegable influencia en el devenir de la música posterior, el canto de cisne de My Bloody Valentine sigue siendo un rara avis de la música alternativa, como demuestra el carácter innovador y fresco que sigue teniendo a día de hoy. Vamos, que por si aún no lo has captado, hazte con el disco y ponte a escucharlo repetidas veces.