Pocas cosas hay tan fáciles en el mundo del rock actual como reírse de Marilyn Manson. Lo que comenzó como una banda en la senda de Alice Cooper o Kiss, que devolvió la teatralidad y el impacto visual al rock de mediados de los noventa con el ya clásico «Antichrist Superstar» y escandalizaba a los ignorantes con un mejunje de proclamas supuestamente satánicas, se ha convertido con el paso de los años en un proyecto cuasi personal en el que el ego de Brian Warner se ha disparado (siempre tuvo demasiado, de todas formas), despidiendo al personal que le componía sus canciones a antojo y dando unos cuantos palos de ciego que comienzan a ser sospechosos.
Haciéndonos eco de las noticias recientes concernientes a tan siniestro como irrisorio personaje, parece que el pobre de Manson no sabe muy bien por donde tirar. Múltiples proyectos que no tienen que ver con la música (cine, pintura…), desastrosas relaciones personales (que no citaré) y bastantes declaraciones que parecen no ir a ningún sitio y se quedan en simple palabrería, con más pose que poso intelectual. Por ello, cuando anunció que iba a crear un disco más «desnudo» y «sincero» que sus predecesores, ayudándose únicamente de su nueva alma gemela, Tim Skold, pareció que por fin había algo de verdad, o al menos creíble en sus declaraciones.
«Eat Me, Drink Me» cumple en parte esas premisas. Sí, es más directo y más «crudo» en cuanto a producción, incluso podría decirse que más honesto y humilde en cuanto a temática, pero… a la vez es aburrido, anodino y monótono en bastantes momentos. Sería injusto tacharlo de mal disco, pero a la vez es difícil considerarlo más allá de un disco interesante. Siendo benévolos, parece que le ha dado algo de reparo lanzarse de lleno a la piscina y componer un disco mucho más trágico, melancólico y autobiográfico; dándole más juego a las voces, tan limitada como siempre, y arreglando los temas con líneas de piano y orquestaciones. Es decir, le ha faltado valentía, ganas o confianza en sí mismo. Pero siendo malévolos, podemos pensar que Manson ha sido incapaz de hacer un disco más arriesgado o, incluso, puede considerarse este sexto disco de estudio como un pasito más en la decadencia que viene arrastrando Brian Warner desde el comienzo del milenio.
Personalmente, soy un ferviente defensor de la labor de Marilyn Manson como banda en la segunda mitad de los noventa, creadores de algunas de las páginas más importantes del metal alternativo de la época. Pero actualmente poca cosa hay en su música no ya que destaque, sino siquiera digna de atención, y no veo que haya indicios de que esto vaya a cambiar. Yo que tú, Brian, me bajaría de la nube e intentaba contactar con Jeordie White, a ver si no es muy rencoroso y te echa un muy necesario cable.