Son momentos curiosos para el rock alternativo más underground. Movimientos como el hardcore han ido adquiriendo una carga de profundidad y experimentación que han provocado el surgimiento de multitud de bandas que pretenden enriquecer su propuesta con formas del rock menos directas, como los ecos del progresivo o el post-rock más enfervorecido. De ambos géneros se nutren The Happiness Project, banda que sin embargo presenta claras raíces en el hardcore y el metal.
Tan sólo 5 temas de dilatada duración pero un asequible total de 45 minutos es una de las claves de lo fácil que entra este disco, desde los efectivos y punzantes pitidos de generación 8-bit que abren Drag Me Trough the Dog’s Cage». Las murallas de distorsión nos recuerdan a los inevitables Mogwai, tejiendo melodías cálidas, de lenta evolución pero contundentes de forma instantánea. THP añaden a la mezcla las voces desgarradas tan al estilo post-hardcore, realzando el devenir de las líneas melódicas.
«Starting The Prelude» resulta más calmada y melancólica, jugando con el tono acústico para crear atmósfera y en ella se lanzan a cantar más propiamente, algo no tan común y que junto a una instrumentación limpia, les acerca a terrenos en los que el rock progresivo choca con el post-hardcore, incluso con arreglos de viento que dan un importante toque épico, alejándoles de los referentes típicos.
Como mandan los cánones del post-rock, aquí canciones en su acepción pop-rock más clásica no hay, dado el minutaje medio de 8 minutos por corte, pero si hablamos de momento álgido, en «Stendhal Syndrome» la fuerza melódica brilla con la fuerza de una estrella en ebullición. Y explota tras dos minutos de instrumentación lenta y peristente, como en los mejores momentos de Cult of Luna. Un endiablado riff acompañado de inquietas baterías es aplacado momentáneamente para volver a la templanza progresiva y sostenida, mientras el bajo golpea en letanía. Un viaje que continúa con la entrada de una voz que oscila entre la fealdad rabiosa y la puntual aunque cálida melodía, tornando así en un momento de un optimismo que eleva. Felicidad asfixiante.
Puede que la escena post-rock/post-metal esté sobresaturada en estos momentos y que a veces separar grano de paja se hace difícil. Yo de momento y hasta que la perspectiva del tiempo haga su efecto, me guío por el que un disco me aburra o me provoque ganas de avanzar una canción o no. En el caso de «A Place Where The Avenues Reach The Sea» (bonito título, por cierto), eso no me sucede y tengo la impresión y casi certeza que estamos ante uno de los muchos casos en que pecaremos de no apreciar lo nuestro. Porque si te gustan Mogwai, Möno, Red Sparowes o Pink Floyd, dales una oportunidad, que no hay ninguna ley del post-rock que diga que si el grupo es de Castellón no mola.