El panorama del rock (principalmente estadounidense) de la segunda mitad de los 90 ha estado dominado por bandas de un metal bastardo que, aún compartiendo influencias del heavy metal tradicional tenían en general más que ver con otros géneros más callejeros como el hardcore, el rap o incluso el grunge. Una de las peculiaridades de estas bandas que suponía una definitiva ruptura con el hard-rock pre-Nirvana era que reivindicaban y versioneaban clásicos del synth-pop de los 80, como Depeche Mode o Duran Duran. Tal vez con esto presente y teniendo en cuenta que Ross Robinson fue una figura decisiva en el ascenso tanto a nivel cualitativo como comercial del numetal podamos entender el por qué de la necesidad de que The Cure y un productor de metal trabajasen juntos.
Pero a decir verdad ni así. Había mucha expectación eso está claro, pero un gran porcentaje de los fans de la banda veía esta colaboración con recelo. Al fin y al cabo que podía aportar el responsable de algunas bandas que no han conseguido sino ser parodias de si mismas a una leyenda como The Cure?. La pregunta encierra la respuesta. No hay duda de que consigue que la banda suena actual y más directa y todo eso pero la gran aportación de Ross ha sido poner a Robert Smith de nuevo en el redil. Con eso ya deberíamos darnos por satisfechos. Además la situación era tremendamente favorable a nivel comercial con toda la avalancha de bandas emo deseosas de incorporar a su música nuevos elementos que la hagan más sensible.
Se podría divagar mucho pero la banda contestó nuestras dudas pocas semanas antes de la edición del disco con The End of the World, un tema vitalista, precioso y lleno de detalles. Sin embargo es un tema muy directo, cercano al power-pop. Tanto que por momentos nos recuerda irónicamente a Weezer o Jimmy Eat World, salvando la distancia del peculiar timbre de Smith. Lo dicho, a pesar de ser directo, tiene los suficientes cambios de tercio para hacer que suene incansable a los oídos. Tal vez no sea ilustrativa del sonido del disco, aunque si que hay otros temas que siguen similar pauta. Como Before Three, melódica y progresiva donde la voz no se muestra serena sino como gritando al mundo que The Cure siguen vivos con el objetivo de que llegue a todos los rincones del planeta.
El disco comienza con dos de los temas estrella. El primero, Lost, introducido por un ruido premonitorio tras el cual aflora perezosa la voz de Smith arropada por un teclado. Poco a poco una batería machacona y rotunda de fondo va ganando protagonismo hasta tener toda la composición sometida al bombo mientras Smith se lamenta de no poder encontrarse a sí mismo. Una estupenda muestra de rabia contenida que hiere constantemente sin llegar a explotar. El segundo, Labyrinth, que retoma el espíritu de aquel ya lejano «Burn» aparecido en la BSO de The Crow. Y es que tiene una ambientación similar, envolvente e inquietante con Robert Smith enlazando hipnóticas frases a modo de cadena. Un tema que sin ir más lejos pudiera haber compuesto el mismo Trent Reznor.
Obviamente nadie esperaba que Robert Smith se fuese de rositas tras trabajar con Robinson y era de esperar ciertas dosis de rabia prácticamente inéditas en la banda. Pero en este caso más que al metal, The Cure se acercan al punk en algunos temas, algo que les queda mucho más natural. Por ejemplo vemos la mano del productor en las guitarras constantes y ruidosas de la chillona Us or Them donde el vocalista que ya ha superado los 40 se desgañita furioso cual adolescente. Never por su parte, comienza con un ritmo contenido para pronto acelerarse hasta adoptar un aspecto de tema punk-rock. Ese matiz acaba por hacerse patente cuando Smith canta e incluso berrea acercándose por momentos a Johnny Rotten en este apabullante tema.
En cuanto a ejercicios más difíciles de asimilar tenemos Anniversary, un tema muy de los ochenta, oscuro, sintético y dramático, en el que Robert Smith alcanza épicos registros que hoy en día pocos son capaces de abordar con éxito. The Promise es otra de esas composiciones inquietantes y llena de efectos y ruidos donde la voz aparece dispersa y grave entre el marasmo instrumental. Una canción densa y lenta donde progresivamente los instrumentos se desbocan creando una situación de caos sólo dominada por las irrupciones del vocalista que termina divagando solo. Acto seguido llega Going Nowhere que pone fin al disco dando especial relevancia al aspecto instrumental, siendo un claro ejemplo de como después de la tempestad viene la calma.
Así pues, The Cure vuelven a lo grande, dejando por primera vez que un productor meta mano a su trabajo (creando no pocas situaciones de conflicto, según han llegado a declarar los implicados) con un sonido definitivamente más actual y contundente y sobre todo más americanizado lo cual quiere decir que tienen un más que asentado núcleo de posibles compradores. Al fin y al cabo, con lo que ha costado que saliese este disco… no les vamos a reprochar que quieran rentabilizarlo ¿no?.