La trayectoria de Viva Belgrado ha sido fulgurante y en pocos años han saltado de la promesa de su primer EP a la evidencia de «Flores, Carne» y la expectación por «Ulises», un segundo disco que les ha visto aumentando su público, trascendiendo el segmento hardcore a un panorama alternativo más global. Pero el mundillo indie es como eso que se dice de los realities; cuatro flipados en otros cuatro foros sociales hacen montañas de granos de arena, diminutos por afianzados que estén.
Vamos que parecía que Viva Belgrado, tras una notable asistencia hace unos meses en el Hika Ateneo de Bilbao, alcanzarían un lleno sin paliativos en Azkena. La cosa se quedó parecida, superando el centenar y medio de personas que ya está muy bien para un grupo gritón por otro lado.
Los que respondieron disfrutaron de otro recital intenso de los que nos tienen acostumbrados, con marcas de la casa como los gritos alejados del micrófono o ese bajista que sólo da la cara al público al finalizar la actuación. La única pecularidad esta vez fueron esos nuevos temas que un puñado de fans ya han interiorizado. Y es que las letras de Cándido, pese a lo poco audibles que resultan en directo, son el gozne para enganchar con un público que aplaude el carácter agresivo-poético de la banda. Una dualidad que resulta todo catarsis en directo y ofrece bonitos momentos como esa «De Carne y Flor» en la que se rinden, ya casi por fuerza pero con visible deleite, a los coros del público.
Por lo demás, el setlist de Viva Belgrado a día de hoy traza un recorrido en el que caben temas de sus tres lanzamientos y la variedad va en alza, hilada por las melancólicas notas y pasajes más post-rockeros. Y aunque se pierden a la fuerza algún trance muy emotivo de sus primeros pasos, persisten en el setlist momentos como esa poseída «El Gran Danés» que pone el contrapunto a esos tímidos avances del cuarteto hacia la melodía experimental con trasfondo urbano como «Por la Mañana, Temprano», uno de los temas más controvertidos de su último disco.
Para abrir tuvimos la vuelta a los escenarios de Diana Lagarto que llevaban un tiempo parados. Pusieron ganas y ruido con ese posthardcore lleno de agitación y rabia muy rítmica, aunque quizá se les acusó algo de falta de rodaje. Fue en todo caso un acompañamiento acertado (diferente estilo, similares bases e influencias compartidas), que les sirvió para probar parte de su nuevo material que pronto tomará forma en un segundo largo. Además se cierra (o continúa) el círculo de anteriores visitas de los cordobeses en las que el cuarteto local hizo de anfitrión.