En pocos años, Swans han pasado de ser una experiencia irrepetible en directo, a devaluarse un poco a fuerza de su propia oferta. No se trata en absoluto de calidad musical, sino de que quien ha querido ha tenido varias oportunidades de verlos. La prueba definitiva de ello es que, tras editar «The Glowing Man» y anunciar que la gira sucesiva marcaría un punto y aparte, no han dejado de sumar fechas a su calendario, de modo que se les ha podido ver en casi cada rincón de la península. Lo que es bueno y pocas bandas de su estilo y poder de convocatoria hacen. Lo malo es que no sabíamos cuánto de novedoso iba a tener esta actuación, la única reserva de la velada, por otro lado.
A decir verdad, también había inquietud por ver como encajaba el rollo songwriter-freak de Baby Dee, una música de fascinante y turbio pasado, actuando en la calle, en clubes de striptease o circo para adultos y que se ha codeado con gente desde Antony, a Will Oldham o David Tibet (Current 93). Ella al acordeón y acompañada por su sobrino a la guitarra, nos cantaron canciones folk no tan cabareteras como esperábamos (incluso sonó algun tema con vocación de hit), alternando entre las melodías vocales bonitas y su reverso más grave o tenebroso. Aunque la parte rara iba en las letras, que sin duda reflejan experiencias propias, por ejemplo sobre familias disfuncionales, como ellos también se definieron. Y aunque no faltaron parlanchines, sobre todo en la parte de atrás de la sala, fue un teloneo con bastante acierto en un concierto que, por duración, casi recomendaba la ausencia de este rol.
EL ÚLTIMO CANTO DEL CISNE
De vuelta a Swans, resaltemos las novedades de la gira. La baja de Thor, esa especie de vikingo que manejaba varios instrumentos percusivos, ha sido suplida por Paul Wallfisch, a los teclados. Como se puede deducir, no se ha tratado de suplantar a uno con otro sino de dar a la banda un giro sónico total. Estos Swans suenan (y lucen) menos ceremoniales y ancestrales y mucho más psicodélicos y post-punk. Pero el motor de la banda siguen siendo esas embestidas sonoras lideradas por Michael Gira, revestidas de ruido crepitante que forma majestuosas arquitecturas sonoras. Sí, esta encarnación de Swans se ha caracterizado por un sonido especialmente telúrico, pero no ha llegado a su final sin limar y derretir muchas de sus aristas.
Todo empezó con un ruido lento. Como un crepitar de motocicleta en eterno arranque, revestido de excesivas campanillas. Lo físico y lo etéreo. Es «The Knot», una de sus absurdamente largas piezas, que pasó por momentos chamánicos o clímax de rasgueos y aporreos al unísono. Ahora más lento, ahora más rápido, ahora parón para soltar unas crípticas letanías y por fín, el carburador está a tope para un crecendo con un patrón de noise seco que nos arrastra como un torbellino. Otro bajón, otro subidón, del disperso ruido disonante a las concretas estampidas post-metal, Gira nos sacudía a su antojo y el Kafe Antzokia había entrado en un purgatorio (introduzca aquí su referencia mística de preferencia) del que nos iba a costar dos horas y media salir. Fin de trayecto. ¿Cuantas canciones han enlazado? Ha sido sólo una. Ok… aplausos incrédulos.
Conclusiones hasta aquí. El sonido es alto, como cuenta la leyenda (el comentario «has traido tapones?» fue un clásico de la previa), pero tremendamente definido. De momento estamos rendidos, pero la razón nos impone dudas, ¿podrán completar su largo setlist sin provocarnos algún momento de tedio? En cuanto empezó a sonar ese groove arabesco de «Screen Shot» las dudas quedaron atrás. Los Swans de 2017 tienen mucho más flow en directo que los de 2011, que jugaban más sus cartas a lo puramente aplastante de su propuesta. Y el público no sólo hace headbanging o se queda mirando flipado, también baila como un poseso.
Así que Swans iban a jugar la carta de la densidad-ligereza, siempre a su modo. Los riffs como motosierras de «Cloud of Unknowing» tomarían entonces el protagonismo metiéndonos en un clima de oscuridad surreal, repuntada por los ininteligibles cantos de Gira. Pero en la parte tranquila de la canción con el protagonismo del piano y la voz, hubo una turbulencia inesperada. Si bien Gira en todo momento controlaba e indicaba con gestos y mirada a los músicos cuando tenían que entrar o cuando se debían atemperar, por lo visto alguien no le hizo todo el caso debido. En cierto momento, el maestro de ceremonias perdió del todo la paciencia hasta llegar a abortar una línea de canto y abroncar, fuera de micro pero voz en grito al técnico. No son formas y nos temimos lo peor, que este contratiempo lastrara el resto del concierto, pero pronto llego el maelstrom ruidoso y todo siguió su majestuoso curso.
DEL POST-PUNK AL POST-METAL Y VUELTA
Más palabras no van a hacer mejor justicia a un directo único. Baste comentar que pese a calcar un setlist ya conocido por quien les haya visto este año -que no para quienes hayan escuchado sus discos de estudio, pues 2 de las piezas sólo se recogen en «Delisquence», su última obra en directo- mantienen ese caracter evolutivo, preciso más en el sonido que en la estructura. Sólo así me explico que las sensaciones que me transmitieron en un festival hace tan solo tres meses fueran tan diferentes.
He visto a Swans en cinco ocasiones, dos en sala y tres en festival. La presente y presumiblemente última vez que los veré con esta configuración de banda se pone en el puesto dos y bastante por encima de la otra vivida en sala. La razón es que esta gira es mucho más rica sónicamente y por tanto su directo más dinámico y fluido. La vuelta de elementos elementos post-punk que están en los orígenes de la banda, les permite mayor libertad, ganando terreno al magnetismo monolítico que les vió renacer. Que, tras finalizar agónicas letanías en ovación, la banda se arranque con los compases math-rock de «The Man Who Refused to be Unhappy» ante el júbilo del público o pasar de la estupefacción a la dislocación en mitad de ese ‘tour de force’ que es «The Glowing Man», no tiene precio.