Corto, pero intenso, o mejor dicho, corto pero bien ejecutado. Ese es el mejor resumen de lo que anoche se nos ofreció en la sala Caracol de manos de esos yayos septuagenarios llamados The Sonics, que desde Seattle nos volvieron a demostrar que quién tuvo y retuvo, y que si gracias a su forma aguerrida de entender en el rock&roll se les considera los padres del punk, es por algo.
Con la ya conocida alineación que integra a tres de los miembros originales (Gerry Roslie, Larry Parypa, Rob Lind), junto a Ricky Lynn Johnson en la batería, y al simpático y enérgico Freddie Dennis en el bajo, The Sonics se presentaron puntuales y a una hora más temprana de lo habitual, de forma que cuando no habían dado ni las nueve de la noche los garageros por excelencia de la costa oeste ya repartían lo suyo en forma de guitarrazos, acompañamientos de saxo y harmónica, y esos agresivos gritos que tanto les caracterizan. Rápidamente tiraron del primer clásico con la estupenda «Have Love, Will Travel», la cual sin embargo no terminó de espabilar a un público quizás algo frío a esas alturas de la actuación. Repasando algunas de las piezas de su último Ep como la rockera «Bad Attitude», la intrépida «Don´t Back Down» o la pegadiza «Vampire Kiss», y con un Freddie al bajo que lo daba todo cuando era su turno como vocalista, eran sin embargo las piezas interpretadas por Roslie (evidentemente las clásicas), las que mejor acogida tenían entre unos espectadores que poco a poco se iban animando con piezas como «You Got Your Head On Backwards», «Boss Hoss», o cómo no, la siempre recurrente en cualquier sesión musical nocturna, «Psycho».
Con un ritmo a piñón fijo, sin grandes parlamentos, y enlazando uno tras otro pildorazos del más puro garage, llegamos al final con la sensación de ver a unos Sonics que van sobrados en algunos aspectos (Parypa sigue siendo un espectáculo a las seis cuerdas), pero a los que da la impresión que tampoco se les puede pedir mucho más allá de lo que estábamos presenciando, es decir una banda que clava el repertorio, pero que no anda sobrada como para demandarles que te sorprendan cada noche con un derroche de talento y energía diferentes.
Y que conste que esta vez lo consiguieron en cierta medida durante los bises con la interpretación de la siempre sentida e hímnica «Rockin’ In The Free World» de Neil Young. Junto a ella otros dos clásicos imperecederos de la banda como la inquietante «The Witch» (pueden pasar décadas y décadas que este tema seguirá sonando único como él solo) o «Strychnine», con las que nos decían adiós tras una hora y poco de concierto, que quizás sepa a poco para los que les hayan visto en alguna de las muchas veces que se han dejado caer por aquí en los últimos años, pero que sin duda alguna cumplió con las prestaciones de lo que se puede pedir a una banda de su trayectoria y edad.