Russian Circles regresaban a Bilbao dejando notar el crecimiento de su culto. De la primera vez que les vimos en Edaska salvando un tristemente desastroso concierto de These Arms Are Snakes a la pasada gira en Azkena donde se alzaron sobre sus teloneros, la banda de aquel momento Deafheaven, finalmente han llegado a la plaza mayor a la que un grupo así puede aspirar en Bilbao, el Kafe Antzokia. El lleno no fue rotundo, pero para una grupo de estas características, creo que es un triunfo.
Si por algo están cogiendo buena fama Russian Circles aparte de por sus aplastantes directos, es de rodearse de buenos grupos en gira. Esta vez venían con Chelsea Wolfe, cantautora oscura que nos ha enamorado con su última referencia «Pain is Beauty». Atendiendo a lo poco nuevo que rascar en el «Memorial» que venían sus compañeros presentando, las ganas de verla a ella eran bastante superiores.
Precisamente a este «Pain is Beauty» se enfocó casi totalmente Wolfe, ataviada con un vestido negro y una abierta túnica blanca acorde al gótico ambiente que recrea con su banda. Tras un par de temas totalmente arruinados por un sonido atragantado, la cosa se fue suavizando pero la voz nunca llegó a sobresalir lo necesario entre esa implacable y ruidosa mezcla de guitarra, bajo y teclado, salvo en el tema que interpretó en solitario.
Aunque impresionante como experiencia, los temas perdieron encanto y su personalidad se diluyó en una sucesión de canciones casi siempre introducidas con una intro de teclado. Dicho de otra forma, al perderse las melodías, sobresalió el ruido y lo maquinal, destacando más los puntos flacos y los lugares comunes de una propuesta mucho más rica en disco. También el concierto podría haberse beneficiado rompiendo con alguno de los puntos y apartes del disco como la surfera «Destruction Makes The World Brighter» o la grandiosa «The Waves Have Come». En su lugar se enfocaron a lo más homogéneo generando igualmente momentos hechizantes que otros de cierta exasperación.
MÁQUINAS DE PRECISIÓN
Qué decir de Russian Circles que no hayamos dicho ya. Básicamente son la misma banda, un curioso combo de rock técnico que, pese a ser muy brutos en sus clímax y virtuosos en su proceder, actúan como un grupo de post-rock más, mirándose los pies, aunque esto sea más que nada por controlar los pedales. Mientras tanto, un público cada vez más abierto (post-rock, rock, progresivo, metal…) cabecea como loco a sus ritmos.
Con toda su intensidad, su milimétrica perfección y su sonido bestial, fue la más fría de las actuaciones que les hemos visto y sólo se nos ocurren dos condicionantes. Uno, la capacidad de la sala y esa mayor barrera imaginaria entre artista y público. La otra, un cancionero moderno que apenas salva la papeleta frente a los temas que pusieron patas arriba un panorama. No sabemos por qué han desarrollado la tendencia a arropar todo más y a sonar cada vez más graves, pero los Russian Circles de melodías cristalinas, esos fueron los que nos enamoraron.
Buena parte de los temas nuevos (no sólo del último disco, del que sólo cayeron 3 y mantuvieron el tipo más o menos) restan más que suman, redundan en la monotonía de un concierto que discurriría mejor sin tanto ruido obsesivo y con más dinámica. Más post-rock y menos tralla, aunque entiendo que ahora mismo en el público de Russian Circles converge quien quiere algo apabullante (esto lo dan, con creces) y quien pide más sentimiento al asunto. En esto último, destacó naturalmente «Harper Lewis» casi al comienzo de la actuación, la nueva «1777» que tuvo sus brillos pero le sobra minutaje y una infaltable «Carpe», piedra angular de su sonido. Tras la punzante y sensorial «Mlàdek», su mejor canción de reciente cuño, abandonaron el escenario.
En cuanto a su actitud, si su concentrado guitarra no es demasiado expresivo, el espectáculo está casi siempre en ver a ese batería pegar con una energía brutal a la vez que sigue los diabólicos compases que se autoimponen. El bajista por su parte, continúa siendo el vínculo más físico con el público, al compenetrarse con el headbanging del respetable. También atrajo la atención para mal con la bombilla que se les ocurrió colocar debajo de su mesa y que resultaba de lo más anticlimática y cegadora.
La sorpresa llegó cuando salió Chelsea Wolfe en los bises a interpretar «Memorial». Fue un momento cumbre, una catarsis de mucha reminiscencia a Cocteau Twins, tanto que brilló por encima de la actuación de la cantautora y sin duda entre lo mejor del repertorio de Russian Circles. Y con la esperadísima «Youngblood», monumental construcción a base doblar riffs y tapping, cerraron así unos bises perfectos.
Fue el punto final a un doble cartel de dos grandes bandas con ingredientes para ofrecer algo más. A ella la esperamos de nuevo y con muchas ganas una vez que refine su propuesta de directo. Respecto a ellos, estaremos siempre contentos de presenciar su show, pero su música debe buscar algún camino más interesante para avanzar.