Por cuestiones meramente técnicas se ampliaba la edición madrileña de Primavera Club a un día extra. La propia organización lo hacía saber en su foro: o tocaban Little Barrie y Charles Bradley el martes o no estarían en la capital. A priori sonó a «punto negativo» por añadir más días al ya brutal cansancio que se suele acumular en el festival, pero sin embargo esta jugada de última hora llevó al éxtasis a muchos que no iban a acercarse a ver a Bradley ni por casualidad. Lo debieron agradecer mucho.
LITTLE BARRIE
Abrieron el festival los ingleses Little Barrie ante muy poca gente en Caracol. Apenas en diez minutos ya estaba la sala de otra manera, sin llegar al llenazo pero si a más de la mitad. Su actitud no fue demasiado arrebatadora, salvo por parte de su baterista que si mantuvo la pegada durante todo el bolo. Los de Nottingham se fueron motivando algo más y ganaron en actitud al acercarse a su pasado más puramente rockero, sobre todo su guitarrista Barrie Cadogan.
Sin duda gozaron de un sonido excelente, ayudados por un repertorio que tras unos cuantos años en esto ha sabido completarse muy bien, pero esa actitud tan sosa y poco motivada no cautivaron mucho a un público que todavía estaba entrando en la sala, y en el festival. Bien, sin más.
CHARLES BRADLEY
Lo de Charles Bradley, es historia aparte. La sala se llenó (no se si llegó a haber cartel de «Completo»), ante todo porque ese día no había otra cosa en todo el festival, pero al final era inevitable ver la cara de felicidad de los asistentes. La excusa era verle presentar su nuevo y único disco, a pesar de los años, esta vez como Charles Bradley and His Extraordinaires y no con sus habituales Menahan Street Band. Aunque la banda estuvo correcta, fue lo de menos.
Charles Bradley no ha tenido una vida fácil, siempre viajando de ciudad en ciudad y alternando su trabajo de cocinero con su pasión por la música soul de los 60. Gracias a lo segundo ha desarrollado su talento como imitador de James Brown, base que le ha servido para no sólo ser un cantante sensacional de soul, sino algo más. Charles es un verdadero entertainer, pero de los de toda la vida. Por ejemplo, no sólo es capaz de clavar la versión de estudio de «Why Is It So Hard?» sino que cuenta su historia recrudeciendo cada alarido para terminar saludando y abrazando a todos los asistentes de la manera más campechana, sencilla y efusiva. Se atreve a arrancarse con la ennegrecida versión del «Heart of Gold» de Neil Young o con su vibrante «Golden Rule», pero de la manera más natural y divertida. Igualmente se pega el lujo de presentar a sus músicos haciendo metáforas sexuales durante casi 20 minutos en un alarde de excesivo riesgo, contando con que sus músicos no fueron precisamente virtuosos.
Nunca un momento concreto tuvo tanto peso en un concierto como el que vivimos en una primera parte totalmente jamesbrownizada con bailes constantes y un sonido totalmente funk. El momento del que hablaba antes fue cuando de un golpe de muñeca se metió a todos en el bolsillo: le lanzó el micrófono a la cara de alguien en primera fila, para justo conseguir desviarlo a escasos centímetros de la cara del susodicho. Un truco de magia que se debe aprender actuando y actuando. Después, con una segunda parte mucho más calmada, bebió mucho más del soul y dejó todo a merced de su voz. Allí habría sido mucho más mágico haber tenido coristas o haber sacado de la chistera la versión de Nirvana que tanto ha dado que hablar, pero nos siguió encandilando. Quizás los dos únicos peros fueron esos, si obviamos que su principal handicap para un show de hora y media es que apenas tiene un disco.
No quiero ser exagerado pero, aunque el cartel del festival está plagado de grandes nombres, va a ser difícil poder ver un concierto que lo iguale en toda la semana.