/Crónicas///

Monotonix – Bilbao (25/02/2011)

Ami Shalev, Yonatan Gat, Haggai Fershtman
8.5
Fever (Blue), Menos de medio aforo
Precio: 15/18

Monotonix tienen una leyenda tras de sí por ser probablemente la banda más hiperactiva en directo. Los escenarios no están hechos para ellos y por tanto invaden al público a modo de circo itinerante por la sala o recinto en que toquen. En cualquier caso se palpaba en el ambiente que esta fama no iba a mover grandes masas a verles a Bilbao (tal vez de ser en una sala más céntrica que la Fever…).

Al comenzar el concierto la sala blue de la discoteca se hallaba semivacía y eso que los teloneros son una de las últimas promesas salidas del indie-rock del botxo. Yellow Big Machine, con un decorado entre globos, guirnaldas de colores y las inevitables referencias a la marca de licor patrocinadora del evento (aunque ello no se reflejara en un precio especialmente reducido). Interpretaron su cancionero de rock ruidoso con evidentes deudas a Nirvana o Pixies. Guitarras muy ruidosas, riffs simples aunque resultones, melodías de puro acento noventero y bastante de eso que en su día se llamó noise-pop.

Sonaron bien y a gran volumen, pero aún quedan cosas por limar. Sobre todo, canciones con algo más de gancho melódico para estar a la altura de sus influencias y pasar tal vez a convertirse en la respuesta actual a El Inquilino Comunista. Es la única asignatura pendiente de una banda que pueda dar mucho que hablar.

En cuanto a Monotonix, hay que decirlo todo, sus trabajos discográficos son bastante competentes, tanto como poco aportan a la herencia del garage-rock más duro, el de bandas como Stooges o Mudhoney. Pero en directo queda todo difuminado entre una masa de riffs que hacen honor a su nombre, aporreos de batería básicos y primarios y una voz que es más una llamada al desfase que un instrumento más (ese tópico no va con los israelitas).

Pero claro, la cara de todo esto es su presencia escénica. El trío hace literalmente ruido a cuyo ritmo puedes moverte sin perder de vista las peripecias sobre todo de su barbudo vocalista. Ataviados los tres con calzones a cada cual más retro, llevándose la palma el citado vocalista con sus medias dignas del mundial de naranjito, empezó el show ya con la batería montada en el suelo frente al escenario y el público haciendo un corro.

En los primeros instantes hubo un tira y afloja entre el interés por la fiesta que empezaban a montar y el pavor a ser uno de sus involuntarios ayudantes. La peor parte en este sentido se la llevaron algunas mujeres. Aunque claro, solo si te importa que un melenudo te alce en brazos o se restriegue contigo mientras la espalda del batería es la otra parte del sándwich. Mientras iban cambiando su posición en la sala encaminándose hacia la barra, el personaje principal protagonizó otras anécdotas como cantar subido en el taburete del batería mientras el público lo sujetaba en el aire, robar y arrojar bebidas propias y ajenas o, momento mágico de la velada, arrebatar un cigarro a uno de los asistentes y ponérselo entre nalga y nalga para después acechar de esta guisa, por supuesto marcha atrás al corrillo.

Para cuando llegaron efectivamente a la barra, poco les quedaba por montar sin meterse en el terreno del disturbio y así el recipiente de los hielos y el de los cítricos fueron arrojados hacia el público mientras el cantante se revolvía sobre la barra y recibía algo de munición de regreso.

Así con todo, lo vivido en Fever quedó bastante pequeño en comparación a lo que pudimos ver en un festival con el Primavera Sound y lógicamente con mucha más gente y más dispuesta a colaborar en la turba itinerante, pero el trío volvió a ofrecer mucha diversión al personal. Esperamos que no maduren nunca. Además pocos grupos tienen la ventaja de que nadie se va a quejar si se dejan cierta canción sin tocar.

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25 de febrero de 2011