De nuevo tenemos al ex-Red House Painters por la geografía española con su particular espectáculo de folk, virtuosismo con la acústica, humor, ironía y mucha mala leche. En Madrid el cóctel se antojaba a priori alejado de lo que se le presupone a un Kozelek que musicalmente aparece como un músico denso y opresivo, con letras construidas jugando con humor negro y dobles sentidos, pero el espectáculo que nos brindó en la sala El Sol tuvo amor, tuvo odio, tuvo calor, tuvo (poco) frío y tuvo una ejecución muy buena de un cancionero que sigue siendo sorprendente.
Yendo a lo estrictamente musical a Mark le dio por repasar más o menos temas de su reciente legado. Cuando le pidieron temas de Red House Painters (dijo que esas canciones son de hace treinta años y que no las quiere tocar ahora con cincuenta) pero aunque su maravilloso nuevo trabajo junto a Jimmy LaValle de The Album Leaf no tuvo demasiada presencia en el repertorio si estuvo entre lo mejor con una emotiva «By The Time That I Awoke» y un buen cierre de set con «Gustavo». Hubo tiempo de tocar un par de canciones que presentó como nuevas (una sobre las muertes de su amigo Greg y su abuela realmente conmovedora y otra sobre su padre), con ese particular estilo narrativo que le hace tan especial. Con Mark delante, actuando en vivo, da la sensación que las canciones van creándose ahí en tu propia cara, según se le va ocurriendo al artista narrar una cosa u otra. Algo entre tener un don o ser algo de lo más cotidiano. Además pudimos reconocer otros temas como «I Can’t Live Without My Mother’s Love» y ese precioso recuerdo a su vida que es «Hey You Bastards I’m Still Here».
Hasta aquí poca queja, pero a continuación entran en juego el resto de condicionantes que pueden hacer de un concierto así de especial caer en el lado del amor o en el del odio. Antes de nada conviene hablar del calor asfixiante que había en una sala El Sol que había apagado su aire acondicionado por petición específica del artista, cuya propuesta minimalista portando sólo una guitarra acústica se tornaba completamente incompatible con un aparato de aire acondicionado de ruido infernal. Parecerá una tontería, pero el calor fue realmente difícil de soportar y esto conviertió un concierto que podría considerarse de andar por casa en un auténtico infierno.
El otro punto va un poco relacionado es el agrio carácter de un Mark Kozelek que se cabreaba si el público no se reía en alguna de esas partes de humor irónico que pululan por sus letras, que se mosqueaba con que un chico en la primera fila llevase una camiseta de Fleet Foxes o que un grupo de chicas que parecían atentas a su actuación decidiesen sentarse en el escenario de medio lado (dijo claramente que era muy poco inspirador ver que tu público te da la espalda). Hay que reconocer que todo esto vino con ese particular modo de ser de Kozelek, a medio camino entre las pullas directas al hígado y las bromas más absolutas. Aunque finalmente lo que comenzaba como broma acabó insulto en el caso de un grupo de cinco personas que, según él, habían pasado todo el concierto hablando, aún estando en primera fila. Desde nuestra posición no notamos nada, pero con la cantidad de improperios que vinieron de parte del artista californiano suponemos que algo muy malo debieron hacer, con especial mención a los momentos en que les instó a decir una canción de su repertorio y la reacción que tuvo cuando le dijeron la típica frase de «yo he pagado».
Dejando de lado estos ataques de genio loco, con razón o no, el universo musical de Kozelek funcionó a las mil maravillas, con una personalidad musical arrolladora y verdaderamente magnética, pero al mismo tiempo lastrado por la monotonía de una propuesta en vivo que ya cansa en formato acústico y sin banda.