Poco queda de la María Rodríguez rabiosa que pateaba los culos del otrora machista mundillo hip hop patrio ahora que es una artista capaz de llenar grandes salas y de contentar a personal ajeno a las rimas y a las bases. Pero La Mala sigue teniendo esa fuerza y ese magnetismo que nos impresionó, aunque ahora se dedique a vestirse como una Lady Gaga sevillana. Por tener sigue teniendo hasta las rimas.
La Mala Rodríguez aterrizó en el escenario principal de las fiestas de Móstoles el último día de las mismas, ante un público que no parecía con muchas ganas de su propuesta. Pero el ambiente desangelado del comienzo fue rápidamente motivado por una María que salió tan agresiva como siempre, para sorpresa de todos, pues precisamente no esperábamos una actitud así. Su banda, apenas formada por un batería y un guitarrista, tuvo una primera mitad de concierto sensacional para aportar crudas versiones de “No Pidas Perdón” o un corto “Tengo Un Trato”. Los devaneos entre el groove más negro y el funk metal fueron primero sorprendentemente atractivos para pasar poco a poco al ostracismo de la repetición de una fórmula con poco contenido.
Estábamos en mitad del concierto y ya nos aburría ver como la mitad de los sonidos llegaban directamente grabados, incluso viendo a los dos miembros de la banda cruzados de brazos en multitud de ocasiones. La experiencia habría sido totalmente inaguantable de no ser porque la propia Mala Rodríguez nos abordó con más ganas que buenos ejercicios vocales, sobre todo cuando aparecieron buena parte de sus hits: “Toca Toca”, “Por La Noche”, “La Niña” y sobre todo una muy festiva “Nananai”.
El talento de la sevillana sigue notándose a cada paso que da en escena, pero es inevitable ver cómo sus momentos brillantes de hip hop ya pasaron. Al mismo tiempo, esa nueva cara de la Mala necesita mucho más que una batería y un guitarrista para brillar, así que la experiencia al final queda muy incompleta a pesar del talento.