Había dos razones igual de importantes por las que un servidor se acercaba a ver como Enablers volvían a hacer crecer su «Familia Madrileña», pero en ambos casos uno se sentía igual de virgen puesto que a pesar de las oportunidades ni había pisado La Faena II ni había visto aún (aunque cueste creerlo) a Enablers en vivo.
Lo primero causo que me perdiera por las calles madrileñas con mi coche y que de paso me perdiera buena parte de los ya clásicos teloneros de Enablers, los maños Picore. Y aunque otras veces no he disfrutado todo lo esperado de ellos con Enablers se notó que jugaban como en casa: sonido de bajo y percusión retumbando por las paredes, la voz en su justa medida, guitarrazos que recordaban a Shellac, un público que sigue siendo devoto de sus canciones y un nuevo álbum muy a la altura de su legado.
Si no fuera por lo bien que hablan siempre todos los espectadores mancillados por el directo de los californianos Enablers habría pensado que había sido muy difícil mejorar el directo de los teloneros, y es que en cierto modo casi lo consiguen, aunque me cueste una colleja de Picore como fans absolutas de Enablers. Pero de Enablers esperaba mucho y ciertamente lo tuvimos. De nuevo el sonido de la sala fue excepcional, no sólo por una acústica que se mofa de las salas comerciales de la capital sino también por un tipo de público respetuoso, silencioso y familiar, como ellos mismos dijeron.
El gran Pete Simonelli se dedicó a gestualizar y vivir con pasión cada una de las estrofas de su poesía desgarradora. Aunque pudiéramos decir que el resto de la banda podría habernos producido las mismas sensaciones crudas sólo con la música, Pete es un extra sensacional a la hora de matizar situaciones. Quizás le vimos más en forma con los momentos desgarradores e intensos a lo Shellac o June of 44. Al trío restante de calvos los vimos igual de brutales en esa faceta y en la más ambiental.
En general el repertorio contó con mucho peso de su reciente y exuberante «Blown Realms And Stalled Explosions», sobre todo con unas geniales «Patton» y «No, Not Gently». Aún así hubo tiempo de «Cliff» e incluso con una conga improvisada; pero quizás con una banda con tan poca variación en sus registros es más importante en sumergirte en las sensaciones que trasmiten que en andar pensando en que tocan.
Y aunque ya se hayan convertido en habituales ciudadanos madrileños nos apetece ver como vuelven a visitarnos en poco tiempo, esperemos que en idéntico recinto como señal de que no hubo necesidad de pasar a La Faena III.