No se puede decir que no fuera un concierto completo el que nos ofrecía la gira europea de The Dillinger Escape Plan. Del viejo continente, una de las bandas metálicas más emergentes del underground, desde Canadá una de las sensaciones del hardcore rockerizado y como amos de la barraca y escapando a etiquetas o más bien creándolas, los reyes del denominado mathcore presentando su ya cuarto largo y parece que fue ayer cuando lanzaron «Calculating Infinity», uno de los más reveladores debuts que los sonidos agresivos hayan visto en la última década y media.
The Ocean comenzaron pronto y aunque la propia banda avisó en sus redes sociales de que estaban tocando antes de lo programado en las fechas precedentes de esta gira a tres, muy pocos estábamos listos cuando estos alemanes, convertidos en banda de culto entre los amantes del post-metal, comenzaron a descargar su tormenta en el Kafe Antzokia. Algo más ruidosos de la cuenta, empezaron en clave hardcore para ir encaminándose a facetas más densas y ambientales en las que destacan, en la onda de sus referentes directos en Europa, Cult of Luna. Lo sofisticado de su propuesta en disco, queda un tanto desangelado en directo con pregrabados de cellos o pianos, pero la intensidad de la banda es incontestable y se comieron el escenario encaramados en los altavoces, llegando a bajar el cantante al público en alguna ocasión. La cosa se hizo en todo caso muy corta, pero era algo con lo que se contaba. Tras su reciente paso de última hora por la zona en una desolada Rock Star Live les esperamos en un aforo más a su medida para ofrecer un setlist en condiciones.
Cancer Bats hicieron lo imposible por animar al público con su mezcla de fuerza y velocidad, ante la pasividad de unos miembros de seguridad (también presentes frente al escenario en el concierto de The Ocean) que no entendimos muy bien que pintaban ahí plantados, dado que ni los conciertos fueron especialmente violentos ni es para nada normal en la sala. En cuanto a la banda, se sitúa en algún apartado indeterminado entre el hardcore moderno (más en el sentido de moda que de innovación) y el metal de aires sureños, esto último algo forzado a base de estética, con camisetas entre el hard-rock y el black metal mientras llamaban al público a hacer circle pits. Tenían unos pocos fans entregados y a buen seguro ganaron unos cuantos nuevos fans. Aún así su propuesta no aporta demasiado, algo de lo que parecen ser conscientes al lanzar como single una versión berreada del «Sabotage» de los Beastie Boys, como era de esperar uno de los momentos más efectivos de su directo.
Respecto a The Dillinger Escape Plan, incontestable plato fuerte de la noche, la cosa empezó fuerte, como lo hace su último disco, con «Farewell, Mona Lisa», en lo que fue un buen balance de lo que la banda iba a ofrecer, tralla y oscuras melodías en las que un Greg Puciato tan ciclado como la mentada gente de seguridad cumplía a un nivel más que aceptable. El disco tendría otras exponentes como la embarullada «Room Full of Eyes» o la metálica «Chinese Whispers», pero tampoco tantas como podríamos esperar y pronto vimos caer temas del pasado reciente como «Fix Your Face» o remoto como «Sugar Coated Sour», sus devaneos jazzeros entre flamígeros golpes de guitarra; sin duda, todo un highlight entre los más acérrimos de la banda. Ritmos entrecortados a menudo imposibles de bailar a menos que conozcas al milímetro las canciones.
Es cierto que TDEP están en una posición en la que es dificil saber lo que se espera de ellos. ¿La complejidad técnica y brutalidad de los inicios o la mayor exploración de atmósferas pausadas y melodías hacia la que se han encaminado? Sin duda esta perspectiva determina el resultado del concierto. La banda cumplió, desde luego a nivel instrumental y Puciato se mostró vocalmente más pletórico de lo esperado. Aunque el volumen excesivo, unido a lo mucho que la banda llena el espectro de sonido hasta el umbral del ruido, provocó que esta vez escuchásemos grillos no ya después sino durante el mismo concierto, lo cual fue especialmente notable en las partes más calmadas.
Fue el caso por ejemplo de «Widower», posicionada en el centro del setlist para romper con su piano la locura imperante. Ejemplo de su amor a iguales partes por Nine Inch Nails y Faith No More, ambas bandas con las que guardan cierta afinidad también personal, lo cierto que sonó un poco rara entre tanto ruido antes y después, pero lo hizo bien de todos modos. Y es que como decimos, no rompieron nada, se limitaron a dar vueltas con las guitarras (especialmente Ben Weinman, si bien Jeff Tutle cultivaba más la pose), zarandear las luces, bajar ocasionalmente al público y especialmente Puciato, otrora famoso por sus acrobacias, estuvo muy comedido quién sabe si por madurez o porque la sala no se prestaba tanto como los espacios más pequeños en que solían tocar. No es un comentario que vaya en detrimento de la entrega del grupo desde luego, es sólo que su leyenda es caótica y alargada.
Las similitudes esta vez a nivel escénico no podían ser mayores con unos Nine Inch Nails con los que giraron ampliamente y de los que se declaran fans. No es sólo ya que la amenazadora presencia del cantante agarrando el micrófono sea muy parecida a la del musculoso Reznor de los últimos tiempos, sus momentos de piano y muy especialmente el montaje de luces nos recordó a los totems del rock industrial; franjas de luces de blanco radiante iluminando el fondo progresivamente, lámparas colgadas del mismo aséptico tono… imposible no ver la mucha similitud del nuevo aspecto estético de los de Nueva Jersey con la tropa de Trent Reznor.
En cuanto a setlist se puede decir que es razonable cuatro temas del último disco, pero que haya más del anterior, «Ire Works» en detrimento de los más reconocidos «Miss Machine», «Calculating Infinity» o incluso el EP «Irony is a Dead Scene», que no tuvo representación alguna, no parece lógico. Sin embargo son conscientes de ello reservándose para cerrar temas como «Panasonic Youth» o los característicos y salvajes riffs de «43% Burnt», «hit» de la banda por excelencia, aún siendo de cosecha previa a la entrada del actual vocalista. No es de extrañar que fuera la elegida para las mayores peripecias de la noche, a cargo de los guitarristas de la banda, uno desplazado al fondo de la sala y Weinman peligrosamente encaramado a la barandilla de subida a la balconada mientras interpretaba sus furibundos acordes.
TDEP es en 2010 una banda en una encrucijada. Si quieren enfocarse a mejorar en fidelidad al disco, la voz ha dado un firme paso adelante, pero a una sala como esta le pueden sacar un mejor sonido y elegir un mejor setlist para ello. Claro que también tienen que contar con lo que pueden perder por el camino.