/Crónicas///

Joseba Irazoki – Bilbao (30/03/2013)

9.0
Alhóndiga,
Precio: Gratis

Y por fín llegamos a la única jornada del BasqueFest y la más interesante también. Primero porque era doble, asemejándose más a un concierto en condiciones. Segundo, porque tanto MobyDick como Joseba Irazoki son artistas ya conocidos y solventes en directo. Con poco en común entre sí, si acaso el sentido del humor, ambos cantantes y guitarristas iluminan dos caras muy diferentes de cómo ofrecer un buen show. Y ambos tienen la respuesta correcta.

Comenzó MobyDick, cantautor folk-rock más al uso en su disposición. Él, una guitarra y el patxaran. Ok, esto último no es tan habitual, así que tal vez si cambias whisky por esta bebida tan autóctona te salga una propuesta como la de nuestro protagonista. Dedicado a los tonos oscuros, por su música planean sobre todo los 90 desde el grunge a Buckley o Nick Cave (sonó su escalofriante versión de «Mercy Seat») y con su voz y carisma es capaz de crear climas tan oscuros y dejar a la gente tan callada que puede prescindir de micro cantando en el centro de la Alhóndiga.

Una solemnidad que impacta más si cabe cuando choca con ese humor mordaz que le llevó a decir que estaba bien el nuevo gaztetxe de Bilbao que habían hecho tras derribar Kukutza. Entre esta y otras bromas sobre lo políticamente correcto o jugando con esa excusa turística del ciclo de conciertos lo que importaron son esas canciones como «Flesh and Bones» o «Find the blue key, meet the wizard» que más de uno nos habremos aprendido a base de las muchas veces que las hemos visto en directo en los últimos meses y que ya por fin van a ver la luz en «Cotard Delusion», disco autoeditado gracias al crowdfunding.

Y después vino Joseba Irazoki. Su predecesor ya le presentó como «blues-rock marciano» y no es mala base para partir. El ya veterano músico, en los últimos años integrado en esa institución del rock vasco que son Atom Rhumba, es famoso por pasárselo en grande en los directos. Eso se nota. Irazoki en solitario es como un niño desatado sobre el escenario, hombre orquesta y payaso en el buen sentido de la palabra. Poniendo caras de loco, rasgando la guitarra, aporreando un bombo y un plato desvencijado… haciendo ruido, basicamente, epató a la audiencia, entre la que abundaban las caras de incredulidad.

Para muchos aquello fue demasiado y se notó un mayor vacío que durante el notablemente más armonioso concierto de MobyDick pero los que nos quedamos pudimos bailar (no tanto como al de Bera le hubiera gustado) y echarnos unas risas con sus ritmos a destiempo, sus letras balbucidas en diferentes idiomas u ocurrencias tan propias de un «Basquefest» como sacarse un txistu. Todo era poco para añadir a su cachondeo experimental. Precisamente invocando a vertiginosos tonos folk fue como fue despidiendo su actuación, para regocijo de los presentes. Lo que se dice un crack, con todas las letras.

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30 de marzo de 2013