No era fácil, pero hay que reconocer que con el paso del tiempo los chicos de Toundra lo han conseguido de sobra. De un estilo demasiado estereotipado como el del post rock instrumental han ido sabiendo leer hacia donde ir remando sin caer en el encasillamiento típico que hemos visto en tantas otras bandas de dicho género. Un rumbo que seguir con coherencia, con canciones y con un buen hacer que los ha colocado muy alto en el siempre complicado mundillo de la música independiente.
No es que con este «(III)» hayan dado una vuelta de tuerca demasiado alocada a lo que nos habían ido regalando con sus dos previas entregas y se hayan pasado al calipso, pero si han sabido obtener cierto matices nuevos en un sonido que los aleja de ese encasillamiento del que hablábamos acercándose quizás a terrenos puramente más progresivos y, ¿por qué no?, más experimentales a la vez que duros. Algunos esperábamos ciertamente un giro estilístico muy severo con este tercer trabajo, incluyendo quizás instrumentación menos enfocada en lo que son Toundra en el local de ensayo como ocurría con “(II)”, pero por contra nos han sorprendido con su disco más directo en cuanto a guitarras y el que menos se prodiga en devaneos instrumentalmente atrevidos (quizás con la excepción de «Lilim» ).
El aspecto más destacable del álbum es el conglomerado general que forman los propios instrumentos del cuarteto, asentados como nunca con una sección rítmica que encuentra de la mejor manera su espacio entre unas guitarras que se muestran tan aguerridas como en los trabajos previos. La batería de Álex encuentra mejor que nunca su sitio, y marca la diferencia en gran parte del minutaje con una precisión y una variedad inconmensurable de recursos, como en una “Marte” que se inicia en la velocidad y termina en una preciosa conjunción de tambores. El bajo de Alberto esta vez se escucha poderoso y supone el hilo conductor de todas y cada una de las canciones, pero especialmente tenemos ejemplo potente en el crescendo de “Cielo Negro”. El jugueteo de guitarras de Esteban y Víctor quizás es la parte que menos ha cambiado con respecto a “(I)” y “(II)”, aunque sorprenden a golpe de acústica con una muy clásica y valiente “Requiem” que encaja sorprendentemente bien entre tanta guerra de decibelios (la inicial “Ara Caeli”, por ejemplo, es el mejor ejemplo de la variedad de recursos de los dos).
Es cierto que las diferencias con respecto a “(II)” no son tan grandes, quizás haber tomado más riesgos los podría haber aupado más, pero por otro lado cabe pensar que ese doble juego entre el continuismo y las pequeñas evoluciones son las que van haciendo que el sonido de Toundra sea verdaderamente único . Ese hecho de sonar atractivo al oído curioso y de sonar reconocibles para los que ya los siguen desde sus inicios. Y eso es algo de lo que han de estar orgullosos precisamente tras haber sido encasillados en uno de esos géneros de moda pasajera.