Con su primer disco, los madrileños Toundra facturaron el típico crisol de post-rock, post-metal y rock progresivo que en los últimos años han venido haciendo la mayoría de bandas provenientes del metal o el hardcore cuando descubren el gusto por los recovecos de lo instrumental. Lo hicieron de forma notable, eso sí, pero la coletilla de la escasa originalidad estaba casi siempre ahí.
Si «Toundra» contenía riffs contundentes, furia y agilidad, este «II» enriquece su oferta con creces, mejorando fundamentalmente en las melodías, ganando en sutilidad -algo primordial en el género-, demostrándoles de paso como mejores y más seguros instrumentistas y capaces de mantener la tensión. Si bien son discos diferentes, no hay nada en «II» que suponga un paso atrás frente a su predecesor, más bien al contrario. Este nada incluye desde luego un sonido apuntalado por dos productores que complementan bien el sonido de Toundra como son Carlos Santos y Santi García.
Aunque si hay un punto de distinción evidente a cualquier oído ese es el uso de un amplio abanico instrumental, apoyado en la idea conceptual de un disco que habla, sin palabras, del choque de culturas. Sólo así podemos entender la riqueza sonora de un disco que empieza sonando con un tampura a modo de intro («Tchod») o hace un parón en el ecuador con las exóticas percusiones de «Völand». Sonoridades de África, Asia y Europa del Este se dejan caer aquí y allá para añadir color a un estilo generalmente frío y occidental. La apertura a otros aires es clave e incluso los temas más de libro de estilo post-metal como «Koschei» terminan sorprendiendo en su evolución melódica.
La propia duración de los temas, aunque parezca extraño, ya invita a la escucha. En lugar de los cortes de alargado minutaje habituales, se alternan piezas de dos y tres minutos con otras que llegan a los ocho o diez de una forma nada forzada. Respecto a estas últimas hay que destacar joyas como «Danubio» con su melancólico inicio que emerge lento pero seguro, sin mostrar urgencia por explotar, pero que cuando lo hace lanza llamaradas del amplificador. Cuando parece que nos vamos a conformar con un tema que pasa de la quietud a los riffs metálicos, nos sorprende un atrevido cambio de tercio a través de una batería de ritmo thrash acompañada de imaginativos arreglos de guitarra.
La realmente extensa «Magreb» nos lleva desde los torrentes de cuerda a la gravedad arabesca del tapiz tejido por bajo y batería. Los tambores de guerra tal vez se prolonguen en demasía, aunque el avance de la caballería llega finalmente con fuerza y filigrana inusitada. Y qué decir de la clausura con «Bizancio / Byzantium», patrones oscilantes y nervio latente, electricidad humeante y espacios para el preciosismo de la mano del piano, el cello y la guitarra acústica. Este bonito pasaje llega dramáticamente a su fin con el estallido llamado a culminar el disco en una fase de agitación comprimida que deja exhausto al oyente.
Toundra han arriesgado, no se han conformado con hacer un disco más basado en riffs potentes y fórmulas patentadas por los paladines del nuevo rock instrumental y la cosa ha dado sus frutos.