Boquiabiertos nos dejaron The Thermals con su tercer disco, «The Body, The Blood, The Machine». Y no es que fuese un tremendo salto de madurez ni que hicieran algo impensable para una banda de su bagaje. No, simplemente confeccionaron un disco en el fino equilibrio entre el indie-rock y lo mejor del punk-pop, combinándolo con un marco temático futurista a caballo entre la realidad y la ficción, consiguiendo una crítica al estado del mundo muy alejada a la de discos contemporáneos apalancados en el anti-Bush-ismo facil.
No parecía fácil sobreponerse a aquello pero Hutch Harris lo ha logrado a base de rebajar la rabia, realzar las melodías y hacer las letras más metafóricas sobre la vida y la muerte, manteniendo sus lugares comunes. La rockera apertura de «When I Died» nos pone en situación, ni los temas más trascendentales del mundo van a convertir a los Thermals en una banda pretenciosa y aburrida. Y así la garra se ahiere al pop en «We Were Sick» o «I Let It Go». Riffs, coros, melodías y sonido muy noventero.
La cosa es que hay indie-rock de garra como «When I Was Afraid», momentos en que la lentitud favorece la instropección como «At the Bottom of The Sea» o a la épica en «How We Fade» y otros en los que a Harris le puede el amor por el punk, tocar a todo trapo y la velocidad troglodita, como «When We Were Alive», cosa que agradecemos. Por otro lado su introspección hacia modelos clásicos de canción se ve reflejada en el toque garajero de «I Called Out Your Name» y parecido puede decirse de «You Dissolve» que cierra otro disco fresco con su ritmo de teclado y sus aires de optimismo surfero.
Aún de impacto mucho menor que un disco de punk-rock sobre preocupantes futuros de fascismo teológico, «Now We Can See» reafirma a The Thermals como un valor seguro en un contexto discográfico en el que parece que todo deba tender a la complicación. Si Kurt Cobain estuviera vivo, haría versiones de los Thermals, seguro.