Años lleva Billy Corgan (aunque no tantos como parecen) dando tumbos fuera de los Smashing Pumpkins sin lograr sacar mucho en claro. Zwan se quedó en promesa y su debut en solitario poco prometía ya desde su memorable portada. Por eso uno no sabía como tomarse la noticia del regreso de los Pumpkins. Era fácil pensar que ya la cosa no iba a ir a peor, pero también temer por la imagen de la banda. Para colmo se fue confirmando que James Iha se desvinculaba del tema, que Melissa Auf Der Maur no había sido invitada y que D’arcy… bueno de ella no se supo nada. La cosa pintaba mal, pero que muy mal.
Pero para sorpresa de muchos, hace cosa de un mes se filtró «Tarantula» un single que lo reconozco, me dejó bastante perplejo. No por el cambio de rumbo, sino por la calidad inesperada, si bien con las escuchas no queda en gran cosa. Ahora, para ser honestos, firmado por una nueva banda levantaría todo un hype y supone una renovación del gran sonido rockero de la banda con alguna actualización que brinda la era stoner. Sirvió cuanto menos para recobrar la fe en los riffs de Corgan y comprobar que la batería de Chamberlin sigue igual de implacable.
Y si, la banda ha vuelto al rock altisonante, pero ni de lejos a las mágicas composiciones de Siamese Dream, Mellon Collie & The Infinite Sadness o incluso Gish. Y es que de hecho temas como «Doomsday Clock» o «7 Shades of Black» que marcan el comienzo del disco solo son comparables con el listón del Machina. Temas correctos de rock con tintes metálicos y algo del actual sonido de Queens of the Stone Age, por aquello de actualizarse.
Esa es la razón -el actualizarse- por la que «United States» ya ha sido bautizada por los fans como la canción ‘Tool‘ del disco, aunque tal vez convendría más resaltar una vez más sus influencias setenteras, al estar construida básicamente en torno a riffs y voces psicodélicas, incluso más cercano a Black Sabbath que a la progresiva limpieza de los de Maynard. Entre lo sugerente y lo tedioso, algunos puntos chirrían como esos grititos tan artificiales y una pose de rockstar melenuda que a Corgan le pega poco en estos tiempos.
El problema es ese, que nadie en su sano juicio quiere unos Pumpkins vampirizados por Corgan. Es la única razón que se me ocurre por la que «Bleeding The Orchid» suena tan agradable a pesar de su insistente sensación de déjà vu. Esas melodías de guitarra, ese Corgan a ratos susurrante, ese templada e hipnótica distorsión… esa época en la que la banda de Chicago aún tenían una esencia y no se había vuelto una grandilocuente machina-ria de hacer pasta.
Y desde luego si los temas de riffs pretendidamente potentes dejaron de sonar naturales tras Mellon Collie, tampoco es que el pop más lento se le haya dado nunca bien. «That’s The Way (My Love Is)» recoge ecos de la reciente época feliz (únicamente para él) de Corgan, con la inclusión de algún sintetizador de esos que también fueron protagonistas en los últimos Pumpkins. Es igual de agradable que varios temas de Zwan y mejor que la melancolía nerviosa de «Neverlost», donde el cantante se lamenta en forma de hermana pequeñísima de «Wound».
En «For God And Country» se escuchan sintetizadores de nuevo, esa pasión por Depeche Mode o New Order que Corgan, a pesar de regresar con álbum premeditadamente rockero, se niega a esconder. Es una canción sin mucho más, que hubiera pasado entre lo más desechable del Machina o también podría haber figurado entre los detalles synth-poperos del nuevo disco de Marilyn Manson.
No toda la parte luminosa o apacible del disco es desechable. «Bring The Light» no es desde luego lo que se esperaba del retorno pero cuanto menos es un estribillo simple y efectivo, casi más propio de Foo Fighters y un puñado de buenas guitarras escurridizas. «Come On (Let’s Go)» nuevamente no parecen los Pumpkins. Si Corgan, pero no su vieja banda y es uno de esos momentos donde ves una idea no mala, una guitarra pétrea, un destello melódico interesante y finalmente a Corgan arruinando pero de qué forma su propia canción repitiendo la misma letra con calzador por todas partes.
Una sorpresa con toque ácido es «Starz», una de las mayores novedades desde esa apertura un tanto marcial. Más abiertamente hard-rock de lo normal con sutiles solos de guitarra y psicodelia flotante, es un corte curioso y un poco inquietante, por encima de la media sin que constituya un hit. En el lado contrario, la épica de «Pomp And Circunstances» puede ser necesaria en la cabeza del guitarrista para cerrar un disco supuestamente conceptual, pero si quiere jugar a Freddy Mercury lo suyo es que la voz fuera igualmente grandilocuente y potente en vez de apagada y arropada por coros como es el caso.
Si, cierto. No he destacado una sola canción como absolutamente sobresaliente. Y es que a su forma Zeitgeist es un disco muy regular, me temo que las opiniones van a estar muy polarizadas por tanto, será cosa de obsesión o indiferencia. De hecho creo que cada uno tendrá sus particulares momentos álgidos en ningún caso comparables siquiera a los que pudiera haber en el anterior disco de estudio de la banda, si bien seguramente sea más llevadero que aquel en conjunto.
No puedo evitar que me quede la sensación al cerrar esta reseña de que tal vez sea este un disco sobre el que mi opinión pueda variar próximamente, porque sí encierra cierta mística o simplemente extrañeza que sin ser comparable con la de sus primeros tiempos, tal vez haga falta desentrañar. De momento y mientras la inspiración divina de Corgan me llega, defenderé este como un disco más que correcto pero menos de lo que se espera de los Smashing Pumpkins. De todas formas, no esperará Corgan que nos creamos que James Iha y D’arcy no aportaban nada a la banda, aunque solo fuera equilibrio.