Se acabó la fiesta. Fin a los días soleados, las carreras en pelotas por el prado, y el tierno buen rollismo de “Med Sud I Eyrum Vid Spilum Endalaust». Sigur Rós vuelven a estar tristes, y es posible que lo estén más que nunca. La música como todo arte suele estar influenciada por el contexto social y político de su momento de creación, y la verdad es que escuchando este “Valtari”, a uno no puede pasársele por alto que Sigur Ros son islandeses, y que en aquella isla históricamente próspera y digna de ejemplo socialmente hablando, se han sucedido en los últimos cuatro años todo tipo de situaciones límites que han llevado al país a uno de los peores momentos de su historia. Primero fue el volcán Eyjafjallajökull que allá por finales del 2009 comenzó una actividad que terminaría de explotar en Marzo de 2010. Se asoció así, de forma profética, con el estallido de la crisis financiera dentro de un país que en los últimos años había aumentado su volumen de negocios bancarios frente a la tradicional economía pesquera de la isla, y que por entonces, gracias a la pésima gestión de sus dirigentes (a día de hoy juzgados por los tribunales), se hundía en la bancarrota. Puede que nada de esto haya tenido que ver en la creación de “Valtari”, y desde luego las letras que Jonsi entona más apesadumbrado que nunca no nos van a dar muchas pistas de lo que nos quieren decir los islandeses, pero lo que está claro es que con la que está cayendo en todo el mundo, y con los lamentables acontecimientos que han soportado en la idílica isla del mar Atlántico, era de esperar un disco de un tono mucho más oscuro que lo ofrecido en los últimos años por la banda.
En “Valtari” encontramos el disco más atmosférico (o más bien el más acuático) de Sigur Rós, el más minimalista, el más electrónico, y el de mayor capacidad de dejarnos sedados de toda su discografía. Aquí las subidas y bajadas no se acercan a “()” ni a “Ágætis Byrjun”, y por supuesto está en otra dimensión respecto a la concepción más pop de «Takk», y sobre todo de “Med Sud…”. Los momentos emocionantes están, pero se esconden dentro de una obra más global que nunca, y en la que apenas notamos cuando acaba una canción y empieza la siguiente. Jonsi canta menos de lo habitual, y su peculiar voz, pese a tener una importancia vital en el devenir de la obra, trata de tener el menor protagonismo posible, sirviendo como mero conductor de una música que necesita de su ayuda, eso sí, para alcanzar sus mayores cotas de devastación emocional. Los coros eclesiásticos de “Dauðalogn” sobrecogen en la parte central, dando forma al tema de mayor belleza de todo el conjunto. Pero si estos coros son acertados, no lo son menos los infantiles de “Varúð”, tercer tema del disco, y seguramente la pieza más cercana a su pasada concepción del clímax mediante subidas y explosión instrumental.
Por lo demás el sonido ensoñador e hipnótico que destilan las ocho canciones que integran el álbum, nos lleva a ese barco de la portada que en medio de un océano de nada, queda suspendido entre extrañas tonalidades verdes y naranjas. Todo en “Valtari” parece más digno de un sueño que de un acontecimiento terrenal, y aunque se desprende belleza y sosiego en cada nota, hay un sentir general que llena todo de tristeza y nostalgia. Tristeza y nostalgia de un recuerdo mejor que sin embargo no nos hunde. Es más, todo lo contrario. “Valtari” lo que quiere es despertarnos lentamente de una pesadilla, hacernos levantar. Quizás me estoy yendo por las ramas, y nada tiene tanta relación, pero en un contexto mundial como el que estamos viviendo, no se me ocurre que otro disco, y con que otro significado, podrían haber hecho una banda del estilo y personalidad de estos geniales islandeses. Puede gustar más o menos esta vuelta a la aflicción, pero me da la impresión de que esta vez no han tenido otra opción.