El que nos enseñen sus posaderas mientras corren por el campo en pelotas en la portada de su quinto álbum no casa con la idea que teníamos sobre Sigur Rós de ser un grupo melancólico, tristón y nostálgico ¿Se habrán vuelto de repente un grupo de flower pop despreocupado y jovial? La verdad es que cuesta creerlo, y sólo podemos averiguarlo escuchando detenidamente la nueva obra de los islandeses más célebres del planeta, con permiso de cierta histriónica esquimal.
Y es que la etiqueta de grupo ‘serio’ que arrastran Birgisson y compañía, lejos de ser gratuita, se la han ganado a pulso a lo largo de los años; ya desde su (discutible) afiliación a ese género cada vez más amplio y difuso que es el post-rock, género pretencioso por antonomasia; pasando por el arte que acompaña a su obra (videoclips, discos, documentales…); hasta su propia música, muy elaborada, preciosista y compleja. Es decir, una trayectoria que siempre ha tenido muy claro sus objetivos, con una personalidad muy marcada y que es difícil que vaya a cambiar de un disco a otro.
Cosa que en definitiva, y a pesar de ciertas falsas pistas, no ha pasado con “Með suð í eyrum við spilum endalaust” (¿el título discográfico más difícil de recordar de la década? por lo menos), ya que aparte de la citada portada, lo único realmente chistoso y decididamente despreocupado es el tema de apertura del álbum, “Gobbledigook”, que realmente te deja bastante perplejo con ese ritmillo a lo hit de la jungla. El resto, se acerca bastante a lo que se esperaba del grupo tras la edición del excelente “Takk”: un alejamiento de los largos desarrollos más o menos progresivos de sus primeras obras a favor de un cierto minimalismo más concreto, evolución que podría decirse culminó con “Hoppipolla”, lo más parecido a un single que habían grabado hasta entonces.
Todo muy bonito, sí, pero ¿dónde han quedado los antiguos Sigur Rós? Pues relegados a las extensas “Festival” y “Ára bátur”, donde demuestran que cuando quieren pueden volver a ser de los más progresivos de la clase; y a “Með suð í eyrum”, uno de los mejores temas del disco, marcada por una obsesiva batería; que demuestran que el grupo no reniega de su pasado, sino que éste forma parte de su presente dentro de una evolución coherente que, sin grandes estridencias ni bruscos cambios de rumbo, huye del encasillamiento tras el hallazgo de la fórmula de la originalidad (¿te suena esto, Tool?). Todo esto, sumado a la incuestionable calidad de las canciones, hacen de “Með suð í eyrum við spilum endalaust” otro gran disco de los islandeses y un muy firme candidato a lo mejor del año. Hasta entonces, y como dicen ellos, con un zumbido en nuestros oídos jugaremos eternamente.